Por Alfredo M. Cepero

Director de www.lanuevanacion.com

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"La democracia es amenazada por la inercia de la gente buena, el egoísmo de la mayoría de la gente y los designios diabólicos de unas pocas gentes."

Nunca antes en su larga historia política la democracia americana ha estado en mayor peligro de extinción. Las turbas han tomado las calles y destruido propiedades para amedrentar a los ciudadanos respetuosos de la ley, las universidades siguen formando profesionales en el molde utópico del colectivismo, la prensa ha pasado del periodismo al proselitismo haciendo causa común con los que se proponen transformar radicalmente a América y el Partido Demócrata, que una vez fue defensor de la clase media, ha sido secuestrado por una izquierda fanática que considera a la democracia como un estorbo para los designios totalitarios con los que se propone alcanzar el poder absoluto. No hay tiempo que perder. Ha llegado la hora de confrontar esta amenaza con mano firme y con el arma que tenemos a nuestro alcance: el voto multitudinario del pueblo soberano en las elecciones del 3 de noviembre.

Pero es de suma importancia que los ciudadanos entendamos que la democracia no es una garantía de carácter permanente. Por el contrario, es un cuerpo vivo, frágil, vibrante y cambiante que tiene que ser alimentado constantemente para ser preservado. En cada campaña política los ciudadanos que votan mantienen a la democracia viva. Cada ciudadano que participa en asuntos comunitarios está manteniendo a la democracia viva.  Cada acto de misericordia y de solidaridad, cada palabra hablada en defensa de la libertad mantiene vivo el espíritu de la democracia. Un sabio con las credenciales de Aristóteles le dijo a sus conciudadanos: "Si la libertad y la igualdad son primordialmente encontradas en la democracia, ambas serán fortalecidas cuando todos los ciudadanos participen al máximo en el gobierno."

Al mismo tiempo, la democracia es mantenida pasándola de una generación a la siguiente en la escuela, en los lugares de oración y en el hogar. En cada etapa tiene que ser fortalecida. Contraigamos, por lo tanto, el compromiso de pasar a nuestros sucesores una república más fuerte que la que recibimos de nuestros antepasados. Cuando alguien, después de una sesión de la Convención Constituyente, le preguntó a Benjamín Franklin: "¿Qué tipo de gobierno nos han dado ustedes a nosotros?", Franklin le contestó:"Una democracia, si ustedes son capaces de mantenerla."

De hecho, el voto no es sólo un derecho, es primordialmente un deber. Porque, sin votantes, la democracia muere. Esta idea la sintetizó en forma magistral el erudito Stanley King: "La democracia es amenazada por la inercia de la gente buena, el egoísmo de la mayoría de la gente y los designios diabólicos de unas pocas gentes."

A mayor abundamiento, hay dos tipos de democracia: la democracia directa y la democracia representativa. En la democracia directa, los ciudadanos, sin la intervención de representantes electos, pueden participar en la formulación de decisiones públicas. En la democracia representativa, los ciudadanos votan por líderes que los representan a ellos y a sus ideas en la promoción y defensa de sus intereses. La forma pura de democracia directa existe solamente en los cantones suizos de Appenzell Innerrhoden y Glarus. El mejor ejemplo de democracia representativa es la de los Estados Unidos, donde el pueblo disfruta a cabalidad de igualdad y de libertad.

Después de pasar revista a las características de la democracia, me parece oportuno analizar las característica de la república y su interacción con la democracia. En suma, la república es una forma de gobierno y refiere al modo de organizar el estado, en general son presidencialistas o parlamentarias. En cambio, la democracia consiste en el modo de elección de los gobernantes del estado, ya sea directo o por representación.

En un modelo republicano el pueblo tiene mayor participación en los asuntos políticos y ayuda a las autoridades a dirimir las cuestiones públicas. La república en su forma más incipiente nació en Roma en el año 509 a.C y se mantuvo hasta la Época Imperial en el año 27 a.C. La primera república en adoptar oficialmente el título fueron los Estados Unidos de América.

Y hablando de los Estados Unidos, la democracia americana estuvo en un principio plagada de injusticia e imperfecciones. Aún después de que Abraham Lincoln emitiera en 1863 su Proclama de la Emancipación los americanos negros no disfrutaron de plenos derechos como ciudadanos y las mujeres tuvieron que esperar un largo tiempo para que se les concediera el derecho al voto.

En realidad, el curso de la historia americana es testimonio de la larga y ardua lucha para enmendar las injusticias y fortalecer las instituciones de su constitución a los efectos de hacer justicia a los valores y derechos contenidos en la Declaración de Independencia, la Constitución y los Derechos Fundamentales. En mi opinión, siempre he estado consciente de que la democracia americana no es perfecta pero puede ser perfeccionada.  

La lucha por el logro del voto para negros y mujeres me trae a la mente las observaciones y el análisis fascinante de uno de los primeros estudios sobre la democracia americana. Me refiero a la obra "Democracia en America", del intelectual francés Alexis de Tocqueville. Esta obra clásica, publicada por primera vez en 1835, describió el dinamismo y la resistencia de los Estados Unidos. Estas cualidades, según  el autor, son portadoras de los principios sobre las cuales puede construirse una sociedad democrática.  

El individualismo, argumentó Tocqueville, era esencial a una democracia saludable, porque proporcionaba la seguridad de que el deseo del ciudadano por la igualdad nunca se produciría a expensas de la libertad. En realidad, él consideraba que el individualismo protegería a la libertad y estimularía la armonización de los intereses públicos y privados.

Sin embargo, Tocqueville no fue capaz de vislumbrar algunas de las más dañinas cuestiones estructurales de la democracia americana. Me refiero a la influencia del dinero en los procesos electorales y al proceso conocido en inglés como "gerrymandering" que consiste en rediseñar los límite de un distrito electoral para beneficiar a un partido en el gobierno.

Al igual que en el pasado, si los Estados Unidos van a continuar su viaje hacia el progreso, es importante que tengan algo bien claro: además de capitanes capacitados en el timón del barco del estado necesitan ciudadanos comprometidos con ese progreso. Los americanos no pueden abdicar sus responsabilidades y, al mismo tiempo, reclamar sus derechos. Después de todo, los ciudadanos comprometidos son los mejores guardianes de la democracia.

Y aquellos que se nieguen a preservarla correrán la suerte que les vaticinó Platón: “Uno de los castigos por negarse a participar en política es que, al final, puedes terminar siendo gobernado por tus inferiores”. Dicho en forma bien simple, quienes no voten no se quejen después de las desgracias que se nos vendrán encima.

10-28-20