Por Alfredo M. Cepero

Director de www.lanuevanacion.com

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Hitler desarmó a los alemanes y Castro a los cubanos y ya sabemos el resultado.

La masacre donde fueron asesinados 19 niños y dos maestros en Uvalde, estado de Texas, ha dado origen a numerosas acusaciones y recriminaciones. El peor parado ha sido el Departamento de Policía y la Policía Escolar de Uvalde. Sobre todo por el hecho de que—por más de media hora –el orate de Salvador Ramos descargó un centenar de balas con su rifle de asalto sobre niños y maestros inocentes e indefensos. Quince minutos antes del ataque Ramos había escrito en Facebook: “Voy a disparar contra  una escuela elemental”. La policía—por su parte—tenía rodeado el plantel escolar pero nadie se atrevía a confrontar y, de ser necesario, matar a Ramos.

Ahora, demócratas y republicanos se echan la culpa los unos a los otros. Es un verdadero milagro que Donald Trump no haya sido culpado por éste incidente. Ahora bien, no hay dudas de que todo esto es parte de la politiquería de cara a las elecciones parciales del próximo mes de noviembre. Todos aprovechan la masacre para acumular más poder. Por eso, dan asco las expresiones hipócritas de compasión por las víctimas.

Este sainete trágico me recuerda un famoso sucu-sucu que se originó en la Isla de Pinos, al sur de la provincia de La Habana, que después se cantaba en toda la república. “Quién tiene la culpa, Domingo Pantoja. No hay cosa que vea que no se la coja”. La letra continuaba con: “La culpa del puerco: Domingo Pantoja. La culpa del pollo: Domingo Pantoja. La culpa del gato: Domingo Pantoja”. Y así por el estilo casi hasta el infinito. De ahí, el título de este trabajo.

Pero, hablando en serio, la culpa la tienen unos demócratas empeñados en desarmar a los ciudadanos con el resultado de hacerlos vulnerables a la violencia de los locos y los delincuentes. En febrero de 1990, los senadores demócratas Herb Kohl y Dennis DeConcini, auspiciaron un proyecto de ley sobre “zonas libres de armas” que más tarde formó parte de la Ley de Control del Crimen de ese mismo año. El presidente de la comisión senatorial que lo convirtió en ley fue nada menos que Joe Biden, el mismo esperpento que durante casi medio siglo ha vivido del cuento y de  nuestros impuestos.

La realidad es que esas “zonas libres de armas” han sido un miserable engaño que no ha frenado la violencia en las escuelas ni en otros centros frecuentados por multitudes. Las masacres en un teatro de Aurora, estado de Colorado, del kindergarten de Sandy Hook, en Connecticut, la de una escuela secundaria en Columbine, estado de Colorado y una docena de incidentes similares alrededor del mundo tienen dos elementos en común: 1) Eran “zonas libres de armas”  y 2) los terroristas que cometieron las masacres sabían que las víctimas estaban desarmadas y que ellos eran los únicos que portaban armas.

Ahora, independientemente de que los criminales hagan o no esos cálculos, las “zonas libres de armas” han sido un rotundo fracaso en cuanto a evitar actos de violencia con armas tanto en los Estados Unidos como el resto del mundo. Tales son los casos en Inglaterra, Francia, Alemania, Suiza, Corea y Japón.

Todo lo contrario ha sido lo ocurrido en el estado de Israel. Hace varios años, los escolares israelíes se convirtieron en el objetivo preferido de la intifada palestina. La respuesta israelí fue armar a los maestros, a los choferes de ómnibus y hasta a los padres que se ofrecieran como voluntarios. Cuando varios terroristas recibieron una dosis de su misma medicina se acabaron las agresiones y nunca más han regresado.

Mientras tanto, en los Estados Unidos continuamos con este circo de tres pistas. Un protagonista que se considera más importante que las víctimas es el diletante Beto O'Rourke, aspirante a la gobernación del estado de Texas. Este parásito que vive de la fortuna de su mujer irrumpió frenéticamente en la conferencia de prensa del actual gobernador de Texas, Greg Abbott, con el objetivo de promover su debilitada campaña política. La Junta Editorial del diario The Wall Street Journal calificó el acto como “un intento desesperado que podría descarrilar su campaña”.

Ahora bien, la conducta más despreciable es la del actual establecimiento republicano. Después de varias décadas defendiendo la Segunda Enmienda, el líder republicano del Senado, Mitch McConnell y varios de sus aliados en la Cámara Alta han expresado su disposición a negociar con los demócratas una solución a la tenencia de armas. Esta no es otra cosa que una oposición a la política de Donald Trump y a su defensa de la Segunda Enmienda.

Pero, como era de esperar, Donald Trump no se dejó intimidar. Como tampoco se dejó intimidar el senador Ted Cruz. Ambos lo demostraron con su comparecencia ante la Convención de la Asociación Nacional del Rifle en la ciudad de Houston, estado de Texas. Trump comenzó su intervención pronunciando con lentitud los nombres de las víctimas mientras se escuchaba la grabación de campanas de iglesias que repicaban convocando a la reflexión.

Acto seguido, propuso poner a fin a las “zonas libres de armas” y se opuso rotundamente a cualquier legislación que pretenda limitar los derechos contenidos en la Segunda Enmienda. Asimismo, puso especial énfasis en la reclusión de enfermos mentales en instituciones destinadas a su cura. A tal efecto dijo: Tenemos que hacer más fácil el confinamiento de los violentos y de los enfermos mentales en instituciones especializadas en su tratamiento”. 

Desde otro ángulo, en octubre de 2015, en un artículo que titulé “Un pueblo armado nunca sufrirá tiranos”, escribí: “La realidad, por otro lado, es que el gobierno no puede proteger al ciudadano a todas horas y en todas partes. El ciudadano es, por lo tanto, la primera línea de defensa de sus propiedades y de su integridad personal”.

En mi  opinión, la solución no es desarmar sino armar tal como hicieron los israelíes. Entrenar a maestros y empleados administrativos de la escuela en el uso de armas y pagarles una cantidad extra mensual por el desempeño de esa labor. Hitler desarmó a los alemanes y Castro a los cubanos y ya sabemos el resultado.

Las leyes podrán ser modelos en la proclamación de los derechos fundamentales del ciudadano; pero sólo un pueblo armado puede asegurarse de que sean debidamente aplicadas y respetadas por el gobierno. Porque el poder embriaga a los hombres y despierta en ellos sentimientos autocráticos. Las armas en manos del ciudadano son la medicina que les quita la borrachera. No perdamos el tiempo echándole la culpa a Domingo Pantoja.

6-1-22