Alfredo M. Cepero

Director de La Nueva Nacion

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El país se convirtió en la fábrica ‘low cost’ del mundo, lo que ha tenido profundas implicaciones a nivel internacional.

Es una premisa generalmente aceptada que la “Cuna de la Civilización China” estuvo situada en el valle del Río Amarillo hace 5,000 años. De hecho, China es una de las cuatro civilizaciones más antiguas del  mundo y su historia escrita data de la Dinastía Chang, hace alrededor de 3,000 años. Por otra parte, los chinos tienen en su haber—entre otros—inventos tales como el papel higiénico, el papel moneda, el futbol soccer, la ballesta y la pólvora. Y en una época en que no existían las mezcladoras de concreto construyeron la Gran Muralla China. La estructura más larga del mundo hecha por el hombre con una longitud de 21,196 kilómetros.

Los chinos son taimados, sigilosos y despiadados. El mayor genocida de la historia de la humanidad se llamó Mao Zedong. Aunque las cifras de muertos son siempre aproximadas, ellas son una prueba de que la masacre fue verdadera. Jean-Louis Margolin, en el clásico «Libro negro del comunismo» (1997), habla de 65 millones de asesinados en China. De este lado, nuestras opiniones están distorsionadas por la avaricia de los capitalistas rancios y la ignorancia de un pueblo que no ve más allá de su ombligo. Estos dos factores representan un peligro que podría llevarnos al suicidio como primera potencia mundial.

En estos momentos—con los resabios del perro huevero—China sigue en sus mismos trajines. Un grupo de genómica está trabajando para crear super-soldados en el Ejército Popular de Liberación. Están construyendo un drone cuya misión será vigilar los campos de concentración. Trabajan en un servicio de computación cuyo programa de reconocimiento facial podría ser adaptado para vigilar a los musulmanes Uighures.  Estos tres proyectos son controlados por el Partido Comunista de China. Y los tres han recibido miles de millones de dólares en la forma de inversiones de Wall Street.

Por otra parte, hace 20 años la economía mundial cambió para siempre. China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC) el 11 de diciembre de 2001 tras tres largos lustros de negociaciones y con el beneplácito del entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. Este hecho supuso un cambio drástico para el comercio global: China, que hasta finales de los 90 tenía una participación del 3,5% en las exportaciones mundiales de bienes, multiplicó por cuatro su peso en apenas quince años, consolidándose por encima del 13%. El país se convirtió en la fábrica ‘low cost’ del mundo, lo que ha tenido profundas implicaciones a nivel internacional.

Numerosas compañía americanas se aprovecharon de esta coyuntura. Se estima que en este momento hay más de 50,000 compañías americanas operando en China. Muchas de ellas con nombres famosos como Starbucks, Nike y Under Armour. China es dueña también del banco más grande del mundo. En 2021, el Banco Industrial de China contaba con activos superiores a los 5.5 trillones (Trillones con T) de dólares. Se ha llegado al punto de que hasta atletas americanos famosos y apátridas como LeBron James defienden a China más que a su “madre patria.” Tal como vaticinó Lenin: “Los burgueses nos van a vender la soga con la que los vamos a ahorcar”.

Además, los chinos no se conforman con atraer compañías americanas a su territorio. Se proponen nada menos que controlar grandes porciones del territorio americano. Según cifras recientes de la Secretaría de Agricultura de los Estados Unidos, los chinos comunistas son dueños de más de 384,000 acres en este país.

Afortunadamente, algunos funcionarios de alto nivel se han dado cuenta del peligro a la seguridad nacional que representa esta invasión económica china. El gobernador del estado de la Florida, Ron De Santis, ha tomado medidas para defendernos del gigante sigiloso y taimado. Para ello, ha firmado tres proyectos de ley que reducen la influencia del gobierno chino en el estado de la Florida. Dichos proyectos limitan la cantidad de territorio floridano que puede adquirir el gobierno chino, prohíben las plataformas chinas de medios sociales y limitan las relaciones entre las universidades americanas y gobiernos de países que puedan ser “motivo de preocupación”.

Ahora bien, los Estados Unidos no son el único país en la mira de Pekín. La mafia china arribó a Chile con un sofisticado sistema de granjas para producir marihuana a gran escala; así como para agregar agua, luz y calor a las plantaciones de cannabis en invernaderos. Después de 26 operativos, el decomiso de 7000 plantas, 470 kilos de cannabis procesado, drogas sintéticas, 11 armas, 400 municiones y 500 millones de pesos en efectivo (636.000 dólares), era innegable el objetivo y la autoría del proyecto.

Regresando a los Estados Unidos, la confrontación con China es una de las pocas áreas en que ambos partidos coinciden en el empeño. Si quienes determinan la política americana se ponen de acuerdo hay grandes esperanzas de que logremos un progreso real en nuestro distanciamiento de China. Una buena noticia es que el Congreso de los Estados Unidos ha otorgado poder a los reguladores para que bloqueen las operaciones de firmas chinas sospechosas en el mercado americano. Esto ha sido hecho a través de la Ley de Exigir Responsabilidad a las Firmas Extranjeras.

En conclusión, Washington no necesita ni debe imitar a Pekin en la micro administración de su economía. Pero el “status quo”—en que su mayor adversario geopolítico es financiado por miles de millones de dólares americanos—es sencillamente inaceptable. El Tío Sam necesita un nuevo marco de inversiones en que los intereses financieros estén en concordancia con los intereses nacionales. De lo contrario, serán los mismos Estados Unidos los únicos responsables de su desastre.

5-23-23