Por Alfredo M. Cepero

Director de www.lanuevanacion.com

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“No hay camino caminante, se hace camino al andar”, Antonio Machado.

Nací y viví las primeras dos décadas de mi vida en la idílica isla de Cuba. Antes de verme obligado a abandonarla estaba convencido de que no había comida más deliciosa que el arroz con pollo, ritmo más cadencioso que el danzón, prenda más elegante que la guayabera, ni mujeres más bellas que las cubanas. Hoy, pasadas ya mis ocho décadas de vida, sigo admirando con la misma intensidad todos los atractivos de mi patria de origen, pero a través de un prisma muy diferente.

Porque así como alguien dijo una vez que “el hombre es él y sus circunstancias” yo digo que “los hombres somos producto de nuestras experiencias.” Y experiencias he tenido muchas al caminar por un mundo a veces hostil y a veces propicio. En mis primeros años de exilio fregué platos, descargué vagones de ferrocarril, conduje taxis, vestí uniforme militar y hasta participé en empeños de liberar a Cuba de las garras del castro comunismo.

Después vinieron tiempos propicios y, con ellos, viajes por medio mundo y el ejercicio de mi profesión de periodista. Es en ese momento en que empecé a mirar el mundo a través de un prisma mucho más amplio y diverso. Comprobé, por ejemplo, que la bondad o la maldad no son exclusivos de ningún pueblo. Que mi patria de origen no era perfecta y que hay personas buenas, malas y hasta regulares en todas las latitudes del planeta Tierra.

En el curso de mi caminar por el mundo tuve experiencias inolvidables. Lo mismo disfruté de un asado argentino al ritmo de una milonga que degusté una enchilada mexicana al ritmo de una ranchera. Más adelante en el camino consumí un pabellón criollo mientras escuchaba un contagioso joropo venezolano y bailé al ritmo de una cumbia colombiana después de haber ingerido una bandeja paisa. Pero el camino fue más largo. Descubrí los sabores de una cazuela chilena mientras observaba a unos “cuequeros” interpretar el baile nacional de Chile y quedé cautivado por la armonía de una samba al tiempo en que ingería una deliciosa picanha brasileña.

Todos esos países tienen su cultura, sus ritmos, sus comidas y sus patriotas; pero no hay que haber nacido en ninguno de ellos para admirar sus atractivos. Ignorar sus atractivos es privarnos de la felicidad de explorar lo desconocido y la sabiduría de aumentar nuestro conocimiento. Conocerlos dejó en mí una huella que me hace más eficiente a la hora de amar y de servir a mi primera patria.

Vino después matrimonio, familia y el echar raíces. Porque si la patria obliga la familia manda y trae consigo responsabilidades. En aquellos tiempos el periodismo en español en Estados Unidos no pagaba lo suficiente para cumplir con las responsabilidades que conlleva una familia numerosa y—con la ayuda de Dios—decidí reinventarme a mí mismo. Me gradué de materias y saqué licencias para ganarme la vida en el mundo—hasta entonces para mí desconocido—de los seguros y de la planificación financiera.

Encaminada mi familia regresé a  mi primera patria. Lo hice fundando un partido político, asistiendo a la disidencia interna y publicando una revista cibernética—La Nueva Nación—en la que ustedes leerán estas notas. Ahora los Estados Unidos son mi segunda patria y lo que he aprendido en ellos—si Dios me da vida—quiero ponerlo al servicio de mi primera patria.

De esa primera patria escribí una vez en mi poema “La Barca de la Patria” los siguientes versos:

 

“¿Dónde está la justicia y el amor entre hermanos

y aquel timbre de orgullo de llamarnos cubanos?

Hace falta caminos, pero más caminantes

que no cuenten sus pasos al buscar libertades.”

 

“Hace falta soldados, en la mano el fusil

y en la mente el concepto del respeto al civil.

Hace falta el concepto de ser buen ciudadano,

el respeto a la Ley y a su guarda el soldado”.

 

En conclusión, la palabra mística y emotiva de patria tiene connotación casi sagrada para quienes hemos tenido la desgracia de andar por los caminos del mundo buscando sin éxito un sustituto para la tierra musical y florida donde dimos nuestros primeros pasos. De hecho, nuestro amor por ella se ha hecho más intenso con la distancia y el tiempo. Algo así como un hechizo inexplicable que es al unísono redención y cruz. Andamos con ella a cuestas en la búsqueda obsesiva e infatigable del camino que nos lleve de regreso a la tierra, al mismo tiempo añorada y prometida, de una Cuba Libre.

10-11-22