Dr. Fernando Domínguez

 

Hacer una sociedad “más justa” ha sido una cantaleta que ha perdurado durante siglos. Ha sido un arma poderosa de movilización social desde el principio de la civilización.  No siempre con partidos políticos promoviéndola – ya que los partidos políticos surgieron después – cuando se convirtió en una consigna mucho más elaborada, para llevar al poder político a sus promotores.

Porque desde siempre, sus promotores han pretendido “cambiar la sociedad”, “hacerla más justa”, promover algún grupo que la utiliza como un imán para atraer seguidores. Porque desde que el ser humano “aprendió” – o fue obligado -  a vivir en grupo, unos pocos seres humanos se convirtieron en “líderes” de la manada, bien sea por sus dotes individuales, o por su promoción al “cargo” por un grupo de fanáticos suyos –“seguidores”- creados, a pesar que estaba muy lejos todavía el radio, la televisión, el internet, los medios de comunicación masiva. 

Porque esos “seguidores” han sido reclutados por la idea del “cambio”,  de la promoción de la “justicia”, cuya cabeza pensante es el líder que la empuja, desde siempre, y para siempre, con una idea subyacente y siempre oculta: ser el jefe, el líder, el legítimo representante de esa agrupación, no importa su tamaño, desde el grupo, la aldea, el pueblo, la ciudad, la nación… hasta el mundo, en sus versiones más sofisticadas.

A ese procedimiento de cirugía social, de pretender cambiar la naturaleza humana por la voluntad de un grupo promotor, “iluminado” y poseedor de una doctrina “infalible”, los intelectuales le han dado en llamar “ingeniería social”. Y aunque el nombre es bastante contemporáneo, es relativamente fácil de reconocer a través de todos los cambios y transformaciones de la sociedad que han transcurrido desde sus inicios, que todo cambio ha sido inducido, impulsado, promovido, por un pequeño grupo que logra entusiasmar a muchos para lograr el cambio, generalmente forzado y en contra de lo existente hasta ese momento. La violencia, ejercida en nombre de esa felicidad social que se alcanzará, ha sido el bisturí social que ha conseguido ese cambio.

Lo cierto es que cada uno de esos cambios puede ser explicado por la inevitabilidad del proceso de progreso de las fuerzas productivas para cambiar de una forma de propiedad a otra, como expresión natural del “parto” social. Esta ha sido la más aceptada explicación de la evolución natural, tornada en revolución socio-económica y política que hizo cambiar a la humanidad, inevitablemente de comunidad primitiva a esclavismo. De esclavismo a servidumbre y de ella a la revolución mercantil del capitalismo. Pero de ahí en adelante, otros cambios, son inexplicables por esa lógica.

El socialismo, presentado como la panacea universal que convertiría los mares en limonada, las lágrimas en perlas y otras fantasías, ha sido el más estruendoso fracaso de sociedad. Pese a que millones de tontos se dejan embaucar por la propaganda, la existencia irreal de un “socialismo democrático” contrasta con la espantosa realidad: entre 100 y 200 millones de muertos por hambre, persecución, represión despiadada. Desde Rusia en 1917 hasta hoy, donde quiera que se ha impuesto ha convertido en una pesadilla la vida social. Censura y represión despiadada, “igualdad” siniestra entre los líderes y sus acólitos contra la población; en fin, un verdadero desastre que corresponde a la “erradicación” de las desigualdades de la competencia libre capitalista y corolario de la ausencia de libertades, columna vertical de esa libertad empresarial clásica.

Un nuevo “ideario” se mueve siniestramente entre los bastidores de nuestra era. Una nueva “felicidad” conseguida por las mentes calenturientas de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, instrumento de imposición del llamado Foro de Davos, donde los herederos del nazismo pretenden instaurar una nueva Felicidad.

Disminuir la población a la mitad, no tener propiedades, una sociedad pletórica de robots y mecanismos tecnológicos que erradicará la necesidad de trabajar para los seres humanos. No tendrás nada, pero serás feliz. El gobierno mundial de esos seres erradicará la producción agropecuaria y la producción de alimentos que conocemos, sustituida por una producción de laboratorio, en aras de detener “el cambio climático”, el recién estrenado enemigo número uno de la humanidad. Ya han organizado la subordinación mundial de la salud a la OMS y así piensan organizar ese gobierno de plutócratas, a seguidas de otras iniciativas de mando mundial.

Los nuevos promotores de la felicidad mediante el cambio social con el bisturí centralizado se aprestan a continuar ese paso.

Lamentablemente, los encargados de hacer conocer estos planes son propiedad de los que pretenden imponerlos. De ahí su silencio. Y de ahí el creciente movimiento de libertad e independencia mediante el abrazo de la ideología que la humanidad ha atesorado como su mayor logro hasta la fecha: la independencia, la libertad, los valores familiares, los principios que erigieron la sociedad más floreciente que ha conocido la especie humana: los Estados Unidos de América.

Defender esos principios que se resumen en nuestra Constitución y sus Declaraciones adjuntas y se sostienen por aquellos que conservan sus valores para enfrentarse y  barrer con el pantano globalizador. Esa es la alternativa.