Por el Dr. Fernando Dominguez

 

El gobierno es para servir al pueblo y no para dirigirlo, que es siempre una forma de tiranía.

El desarrollo social, indisolublemente interconectado con la tecnología, genera formas y contenidos de forma incesante, así como los medios para lograrlo. Antes que se inventase la imprenta, la palabra y otras escasas formas de escritura muy individualizadas, mantenían a niveles muy reducidos la difusión de ideas, la creación de estados de opinión, la posibilidad de discutir y formar criterios masivos, que con un nivel de escolaridad muy reducido y una educación muy poco generalizada, mantenían en niveles casi inexistentes la creación y difusión de ideas y opiniones. Desde la imprenta hasta el internet, la generación de ideas, opiniones sociales, políticas, técnicas, profesionales, científicas, religiosas se ha visto multiplicada por cantidades antes impensables.

Estas formas novedosas de emisión, transmisión y difusión de opiniones y criterios han generado una creciente democratización de ese proceso social de creación y difusión de las ideas y opiniones. Cualquier persona con acceso a un teléfono inteligente, una tableta o una computadora personal puede acceder a esa posibilidad de expresar su opinión o creencia para el mundo y ser leído y/o escuchado potencialmente por enormes volúmenes de personas, en diversas partes del mundo.

Como un lamentable proceso contrario, ha surgido una forma de censura, ejercida por los mismos que se supone promuevan la libertad de expresión: los creadores de esos instrumentos en su penúltima generación: los dueños y operadores de las llamadas redes sociales, como siempre, interesados en sostener un solo tipo de opinión política, social y económica: la que les beneficia material y políticamente.  Por una parte promueven el uso universal y libre de esas herramientas, pero imponiendo censurar, suprimir y castigar a aquellos que opinen en forma distinta a sus intereses de grupo, partido político y religión.

Los partidos políticos, que nacieron para difundir, defender y establecer la primacía de la ideología, la economía, el orden social y las creencias religiosas del grupo que los controla, se han visto desbordados en su otrora exclusivas herramientas de influencia: la palabra, la prensa, escrita, radiada y televisada, la publicación de libros, artículos, columnas escritas en la prensa, programas de radio y televisión y otros medios de influencia masiva en la opinión pública, que requieren un financiamiento que solo puede ser logrado por esos grupos de presión llamados partidos políticos y formas similares de asociación, como instituciones sin fines de lucro, de estudios sociales, y otras muchas, que existen porque hay quienes pagan sus enormes gastos de existencia para poder llevar ese interesado mensaje a la opinión pública.

No ha tardado el surgimiento de un nuevo actor en la proposición de ideas, opiniones e intereses: el denominado influencer, youtuber, bloguero, dependiendo de cómo se identifica a sí mismo. Una nueva especie de actor público, una especie de mutación del político clásico en cuanto a que es un promotor de actitudes, un nuevo informador crítico de la actualidad, como debían ser los periodistas que no sean simples agentes de influencia de los propietarios de los medios para quienes trabajan, un analista de la época histórica  que se vive, un nuevo tipo de líder que actúa por sus convicciones y que resulta seguido por cantidades de personas, muchas veces con la admiración, el respeto y la disciplina de que carecen los supuestos profesionales de la opinión: los políticos y los periodistas. Políticos sin partido – al menos no siempre confesados- y periodistas sin periódico.

El deterioro de la política y el periodismo profesionales, muchas veces convertidos en el contrario de lo que debían ser, es una fuente fundamental de este fenómeno. El político, supuestamente representante de un grupo poblacional no deja de ser partidista y antepone los intereses, la política y los objetivos de su partido político a los de la población que se supone representar. El periodista trabaja en un medio que le contrata, paga y sirve y escribe e informa generalmente lo que interesa a sus empleadores y no a sus lectores, oyentes o televidentes.

La democracia representativa en la que se supone que vivamos generó al político porque la población no podía físicamente estar presente en la toma de decisiones públicas y exponer y debatir sus opiniones por razones prácticas de territorialidad, número y dedicación. Pero al igual que la tecnología ha hecho surgir esas nuevas formas de política y periodismo, a la que física e inmediatamente permite participar, es posible que se esté generando ante nuestros propios ojos nuevas maneras de ejercer la democracia, a tono con las posibilidades actuales y manera democrática y verdaderamente participativa de erradicar la corrupción que nace de la propia existencia de élites partidistas y gubernamentales que en vez de servir a la población, se sirve de ella para imponer sus intereses y abrogarse el derecho a dirigir a las masas en vez de servirlas. Esa es la verdadera diferencia entre la democracia representativa y las otras formas de gobierno: El gobierno es para servir al pueblo y no para dirigirlo, que es siempre una forma de tiranía.