Dr. Fernando Domínguez

 

El muy conocido “triunfo avasallador” del anti-Americanismo en 2020 ha sido seguido de una loca carrera hacia “cambiar el país”, cosa que no pocos de sus líderes advirtieron que harían. Mirando hacia atrás, es muy revelador constatar que el “Presidente” Biden llegase a la Casa Blanca con una larga lista de órdenes ejecutivas que puso en práctica en minutos y que permiten darse cuenta de la velocidad con que esos cambios se previeron y se están ejecutando, con una agenda minuciosamente preparada.

Aquellos acostumbrados a la lectura de los acontecimientos del pasado, tanto en USA como en otras partes del mundo, no pueden dejar de asociar esa “velocidad” con tránsitos similares ocurridos en el planeta y que no son nada parecido a lo acostumbrado en este país, en más de 200 años anteriores.

La economía ha sido minada en sus bases con una emisión de dinero que impide el desarrollo estable y pretende transformar un sistema de libre competencia en una sistema de “ordeno y mando” que aprovecha una monolítica “unidad” del grupo gobernante para pasar leyes y regulaciones que ningún ser humano podría aprobar al ritmo de miles de páginas en “paquetes” imposibles humanamente de leer en unas horas, mucho menos de debatirle y analizarle. Esos paquetes vienen envueltos para regalo, mezclando premios y castigos, acciones terrenales con acciones ideológicas, malsanamente enredadas para “pasar de contrabando” cosas que nadie en su sano juicio aprobaría, de discutirse, analizarse y debatirse con el tiempo adecuado. Es imposible soslayar la intención de actuar de esa manera.

La propia democracia ha sido totalmente ignorada al erradicar toda discusión racional y convertir el proceso socio-político en una cacería de brujas contra los que opinan diferente. La plutocracia dominante ejecuta una censura dura y efectiva contra los que disienten a través de los medios públicos y se amordaza descaradamente a las personas para evitar que su voz sea escuchada. Pelotones de intimidación actúan a todos los niveles.

La historia de la nación ha sido llevada a la hoguera, destruyendo monumentos, estatuas, relatos y narrativas que les resultan “despreciables” a quiénes se han apoderado del derecho público a decidir por los demás, utilizando todo tipo de intimidaciones personales y colectivas.

La preparación de los niños y jóvenes ha sido contaminada con narrativas ideológicas inaceptables, incitación al odio racial y la creación de un clima de intolerancia a cualquier opinión contraria. Ese propio mecanismo tipo “ revolución cultural maoista” ha sido incorporado a las fuerzas armadas con un muy ejemplar resultado de esas políticas en su accionar en Afganistán.

Pese a la resistencia masiva contra el análisis, se ha ido demostrando que el proceso electoral del 2020 fue parte de esa activa campaña de sustituir el país existente, hasta ahora catalogado como el más democrático, tolerante, eficiente, y poderoso del mundo en una caricatura, con una fuerzas armadas sospechosamente incapaces de defenderlo, un futuro muy incierto por la preparación de sus jóvenes, una economía ahogada en su capacidad por la inflación galopante, una administración incapaz de ejecutar acciones eficaces, unas fronteras desaparecidas, una invasión tolerada de todo tipo de personas de todas partes del mundo y una falta de confianza generalizada sobre el futuro, mediato e inmediato.

Mientras muchas personas genuinamente educadas en la democracia - en proceso de cuestionamiento creciente – están esperanzadas en cambiar el panorama a través de los proceso electorales futuros, cabe una pregunta: ¿Quedará en pie algo que reconstruir? Si repasamos cómo fue ejecutado este “asalto al cielo” en los años recientes, fue precisamente minando y destruyendo esos procesos democráticos y vemos la premura con que corren a toda velocidad para no dejar nada en pie, incluyendo el proceso mismo...por lo que la pregunta sigue siendo válida: ¿Nos dejarán algo que rescatar y/o reconstruir?