Dr. Fernando Domínguez

 

La sabiduría humana, colectivamente atesorada es anónimamente recogida en refranes, no pocas veces solemnes epitafios. Uno de esos epitafios que reflejan realidades imposibles de pasar por alto es “A grandes males...grandes remedios”.

La época que vivimos es espejo fiel de ese refrán-epitafio. Imposible que tengamos males mayores a los existentes. Una sociedad prácticamente secuestrada por males inconmensurables: una economía victima de líderes más interesados en la ideología, los pensamientos y las palabras que en el bienestar; encaprichados y decididos a destruir su funcionamiento con una inflación alocada, destructora del equilibrio y de las herramientas de manejo y control del desarrollo y la prosperidad. Desesperados por consumar una distribución masiva de la riqueza que convierta en clientes obedientes a la mayoría.

Líderes decididos a destruir la base productiva nacional de la energía propia, en busca de un supuesto paraíso verde, entregando el motor de la prosperidad a otros países, en no pocos casos enemigos jurados del nuestro, lo que ha encarecido toda la vida  social y productiva, usuaria  de la energía.

Líderes supuestamente elegidos por una mayoría “aplastante”, que son  portadores de una dañina política de divisionismo racial que se supone “cure” males raciales pretéritos. Tendencias activas a la destrucción total del pasado histórico que nos ha traído a la cima del mundo, en busca de otra cima de otro mundo que jamás se ha visto ni funcionado, que le ha costado a la humanidad millones de muertes, hambre, miseria y atraso, pero que entusiastamente quieren implantar una  vez más.

Parte inseparable de esos designios es la transformación de la educación a un proceso más enfocado a crear una doctrina coherente con el disparate anterior que a la formación real para un futuro productivo, natural y racionalmente basado en el conocimiento, la destreza, la creatividad y la competitividad saludable. Para imponer esa realidad se ha instaurado un peligroso proceso oficial de intimidación contra los padres, que se supone sean los definidores del futuro de sus hijos, utilizando la amenaza (hasta ahora solamente amenaza) del procesamiento criminal contra ellos, por el solo hecho de tratar de exponer sus argumentos.

Se ha desarrollado una especie de cáncer social con la tendencia a destruir las fuerzas policiales locales que ha traído enormes crecimientos de la inseguridad, el crimen y el desasosiego, combinados con la invasión cotidiana, silenciosa y constante, de inmigrantes ilegales sin control alguno, inundando comunidades enteras para transformarlas en algo que no sabemos a ciencia cierta que será, pero nada ni parecido o mejor que lo que teníamos hasta hace solo un año atrás.

Por mucho que quiera simularse un desentendimiento de a dónde llegaremos por este horroroso camino, es imposible  no comprender que lo malo es opuesto a lo bueno. Que sustituir una sociedad que por más de doscientos años ha crecido saludablemente hasta llegar a la cima del mundo que ya existía desde siglos atrás por una que jamás ha funcionado y que le ha costado a la humanidad más muertes que todas las guerras mundiales juntas, es un mal mayor real e inminente. Ante ese gran mal, ¿cuál es el gran remedio? ¿Esperar lo inevitable,  con los brazos cruzados,  a perder lo que aún te queda?