Por Herman Beals

 Nueva York

 

La mayoría de los norteamericanos no podría encontrar a Santiago en un mapa ni con una lupa. La geografía simplemente no es su fuerte. ¿Cómo se explica entonces que los violentos disturbios de los últimos meses en Portland, Seattle y otras ciudades estadounidenses tengan casi una exacta similitud con las protestas y la destrucción que han sacudido a Chile? ¿Quién copió a quien?

Porque los propósitos de los extremistas del sur y el norte del continente, separados por miles de kilómetros, idioma y diferente realidad económica, parecen ser los mismos: sembrar el caos en uno y otro país para imponer sus nebulosas ideas políticas.

Hasta hace poco, Chile era la nación más próspera de América Latina, pero eso cambió cuando grupos extremistas de izquierda se aprovecharon de una anunciada minúscula alza en los precios de los boletos del metro de Santiago, hasta entonces el orgullo de los chilenos por su modernismo, eficiencia y utilidad en una capital de difícil tránsito vehicular, para sembrar el caos y la ruina.

Hasta ese momento la violencia destructora estaba casi exclusivamente centrada en el sur de la nación andina, donde los indígenas mapuches, expertamente instruidos por gente ajena a esa zona, atacaban propiedades agrícolas, quemaban camiones y propiedades y enfrentaban a la policía y las autoridades. También existían disturbios protagonizados por miles de estudiantes de la enseñanza secundaria en Santiago y otras ciudades que exigen universidades gratis y otras prebendas.

Estas huelgas estudiantiles aparentemente han contribuido al deterioro de la capacidad intelectual de los chilenos. Basta con leer los diarios del país para comprobar que en sus páginas existe una constante lucha con el idioma español, una pena en la tierra de Gabriela Mistral, Pablo Neruda y la patria adoptiva de Andres Bello.

La muerte de un malabarista callejero a manos de un carabinero, llevó en los últimos días la violencia al hasta entonces tranquilo pueblo turístico de Panguipulli en el sur del país, una hermosa zona de lagos, ríos y montañas.

Nada justifica una muerte causada por la policía, pero la destrucción provocada por las bandas que salieron a las calles a protestar tampoco tiene justificación.

En acciones similares a la violencia y destrucción ocurrida en decenas de ciudades estadounidenses durante la pasada campaña presidencial, denunciadas por los republicanos de Donald Trump pero ignoradas por los demócratas del nuevo presidente, Joe Biden, las hordas de Panguipulli provocaron incendios en diez edificios públicos y causaron otros daños.

Es una extraña coincidencia. La nación más poderosa ­-por lo menos hasta que China diga otra cosa- y una nación adelantada, pero aún considerada miembro del Tercer Mundo, afectados por los mismos problemas. Quizás los tambores socialistas están haciéndose oír en el sur y el norte.