Por: Luis Gonzales Posada

Intdemocratic.org

 

Se han cumplido cinco años del sensible fallecimiento del presidente Alan García, víctima de un sistemático y cruel acoso que involucró a jueces, fiscales, medios de prensa y al corrupto Martín Vizcarra.

Evidencias existen, y muchas, sobre esa infame concertación para encarcelar y, previamente, humillar al mandatario aprista, pretendiendo extraerlo de su domicilio enmarrocado y con una casaca con la palabra “detenido”.

Para ejecutar esa pérfida acción, el fiscal subalterno de Domingo Pérez tocó la puerta de su casa a las 6 de la mañana, apoyado por la DIVIAC, dirigida por H Colchado, cuando esa diligencia debió ejecutarla la Policía Judicial de acuerdo a su ley orgánica; y, más grave aún, a pesar de su carácter reservado, los complotadores permitieron participar a un camarógrafo del canal 4 de televisión para registrar la oprobiosa imagen y proyectarla al mundo, una perversa humillación que el presidente evitó con su muerte.

Ante ello, corresponde al Congreso nombrar una comisión multipartidaria para investigar ese dramático episodio, que es muchísimo más importante que utilizar el tiempo indagando sobre la procedencia de los relojes de la señora Boluarte o sobre otros asuntos baladíes.

Se trata, en efecto, de esclarecer la diabólica conspiración para acosar e inducir a la muerte de quien fue miembro de la Asamblea Constituyente, diputado, dos veces presidente de la República y líder del APRA, partido histórico próximo a cumplir 100 años de fundación.

Esta fecha también es una ocasión para recordar el trabajo desplegado por el presidente García, porque las cifras del periodo 2006-2011 demuestran que tuvimos el crecimiento económico más alto del hemisferio, con un promedio de 7.2 % y alcanzando un pico de 9.8 % el año 2008.

El PBI pasó de US $80 mil millones el 2015, a US $175 mil millones el 2011 y el PBI per cápita aumentó de US $2,900 a US $5,900 al comenzar y culminar su administración.

El éxito de la gestión se reflejó en que 5 millones de compatriotas accedieron al agua potable y alcantarillado o dispusieron de ese servicio 24 horas; que 10,600 pueblos –3 millones de personas– fueran electrificados y que el Estado construya o repavimente 11 mil 261 kilómetros de carreteras.

Se crearon 2 millones 400 mil puestos de trabajo; fue duplicada la población del Sistema Integral de Salud (SIS), los afiliados a la seguridad social pasaron de 1 millón 799 mil a 2 millones 698 mil y la anemia infantil se redujo de 57% a 41%.

 

Para brindar esos servicios se amplió la red con 47 hospitales (31 de MINSA y 16 de EsSalud), todos provistos de equipos de tecnología de punta, y el Instituto del Corazón (INCOR) y el Hospital del Niño fueron dos obras cumbres.

En ese contexto de política productiva, se construyeron 59 grandes centros educativos o colegios emblemáticos y otros 51 quedaron encaminados, entregándose útiles escolares y un millón de tabletas a los alumnos de instituciones públicas, para así conectarlos con el revolucionario mundo de la internet.

De acuerdo al INEI, la pobreza se redujo de 49.1 % al 27.8 %, cifra que significa que seis millones de compatriotas dejaron esa condición de insolvencia.

En el Gran Teatro Nacional, el Tren Eléctrico, el Estadio, en las centrales hidroeléctricas de Olmos, Chavimochic y Chaglla, que incorporaron miles de hectáreas de tierras eriazas a la agricultura; en suma, en 152 mil obras registradas en su periodo, se encuentra el corazón y el legado histórico de Alan García.

La Alianza del Pacífico fue su iniciativa, lo mismo que denunciar a Chile ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya por la inexistencia de un acuerdo sobre límites marítimos, que nos permitió ganar 50 mil kilómetros de océano; y, en esa linea, el Gobierno aprista impulsó 19 Tratados de Libre Comercio con Europa, Estados Unidos, Canadá, Japón, Corea, China, que nos conectaron con un mercado de tres mil millones de habitantes.

Ese fue el legado histórico de Alan García. Y por las espléndidas obras que puso en marcha, porque era un notable orador que reía, cantaba, bailaba y recitaba poemas, quienes sobreviven en el submundo de la oscuridad, cargados de envidia y maldad, decidieron destruirlo.

Lo triste para esas opacas vidas es que no existen. Son anónimos. Caminan por calles y plazas y nadie los reconoce, menos les extiende un abrazo cálido y fraterno. Simplemente son humo tóxico con olor fétido.

Su mayor castigo ha sido que en este quinto aniversario del fallecimiento de Alan, el pueblo aprista y no aprista ha testimoniado su reconocida y afecto.

Alan, así, derrotó en vida a los muérganos que lo detectaban y ahora los ha derrotado después de muerto.