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“Sabe que yo estaré contigo siempre; si, hasta el final de los tiempos” Jesucristo

  

 

 

 

 

 – 4 de junio de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña (No. 221) que “Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; Dios mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en El”, en ese intercambio de Amor que constituye su propia naturaleza. Al adorar a la Trinidad reconocemos la verdad en nosotros mismos; en el decir de San Agustín: “Las tres personas son una sola verdad”. Esta verdad nos es otorgada en el don de la Fe, y por la Fe toda la Trinidad habita en nosotros. Al revelarnos el misterio de su vida íntima, Dios también nos hace participar en ella, nos adopta como hijos y nos otorga su vida: la Vida Eterna.

La devoción a la Santísima Trinidad se inició en el siglo décimo (X), y a partir de esa época se fue también difundiendo su fiesta litúrgica, entrando en el calendario romano en 1331. Si bien desde el comienzo del cristianismo la oración litúrgica se ha dirigido al Padre, por mediación del Hijo y en el Espíritu Santo, y el mismo Jesús habló de Dios como una comunión de amor y manifestó el misterio de las tres divinas personas, lo original de esta fiesta es honrar específicamente a Dios sin tener como motivo un acontecimiento salvífico, ni la memoria de un santo. En la oración Colecta de este día lo expresamos así: “Dios Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio; concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa”.

En la primera lectura, siguiendo a Moisés, nos encontramos con Dios, el Santísimo, que es también el “Dios compasivo y misericordioso” (Éxodo 34, 4b-6.8-9). Ese “Dios compasivo” “amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Juan 3, 16-18), y el Hijo de Dios hecho hombre nos envió al Espíritu. De ese modo, nos hallamos ante la Santísima Trinidad al intentar vivir la experiencia íntima de “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo”, según el deseo de San Pablo, que escuchamos con frecuencia al comienzo de la Misa (II Corintios 13, 11-13).

Si queremos resumir la aplicación del misterio de la Trinidad Santa y aplicarlo a la vida espiritual, lo haríamos refiriéndonos a la “COMUNIÓN”. La vida íntima de Dios es vida de Comunión y así nos lo comunica en la vida de la Iglesia: desde la proclamación de su Palabra de Vida que nos llama constantemente a la conversión, hasta la participación en su vida de gracia y bendición en los sacramentos; sin olvidar que, todo en la relación de los cristianos, hermanados en Cristo, es Comunión; la mejor palabra para definir nuestra participación en la Familia divina y en su manifestación en la Iglesia, fundada EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO.

 

- Solemnidad –

—28 de mayo de 2023—

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Si quisiéramos definir con una palabra la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, lo haríamos con una que define también la esencia y la vida del Cuerpo de Cristo: COMUNION. El Espíritu Santo, a quien llamamos también Espíritu de Amor, es el alma de la Iglesia y el que anima toda su vida: desde su ser mismo hasta la última de sus obras; obras apostólicas, obras de amor. Cuando hablamos de Caridad, hablamos del Espíritu que Jesús prometió enviarnos desde el Padre, y lo hizo en Pentecostés. Es el Espíritu principio de unidad y origen de sus acciones; acciones de Cristo; acciones del Padre, del Hijo y del Espíritu.

La escena que hoy leemos en el evangelio (Juan 20, 19-23), en la que Jesús sopla sobre sus apóstoles y les comunica el Espíritu Santo nos recuerda la de la Creación, cuando “Dios insufló aliento de vida en el hombre y éste se convirtió en ser vivo” (Gén. 2, 7). Desde que el Señor resucitó está presente y actuante el Espíritu Santo, por eso Juan aúna la Resurrección con Pentecostés en este texto, en el que leemos también el inicio de la “nueva creación”, como nos lo explica magistralmente Benedicto XVI: “Por eso, realiza el gesto de soplar sobre ellos y los regenera en su Espíritu; este gesto es el signo de la nueva creación. Con el don del Espíritu Santo que proviene de Cristo resucitado comienza de hecho un mundo nuevo. Con el envío de los discípulos en misión se inaugura el camino del pueblo de la nueva alianza en el mundo, pueblo que cree en él y en su obra de salvación, pueblo que testimonia la verdad de la resurrección. Esta novedad de una vida que no muere”.

Las tres lecturas hacen notar el hecho de que el Espíritu Santo fue dado a los Apóstoles en relación con su misión. Esto es lo que se deduce del relato evangélico y de la descripción del suceso de Pentecostés del libro de los Hechos (2, 1-11). San Pablo nos presenta al Espíritu como principio de la unidad de la Iglesia en la diversidad de sus ministerios (I Corintios 12, 3b-7.12-13), unidad, diversidad y celo misionero proceden de la acción íntima del Espíritu Santo en cada uno de los fieles, como nos lo anunciaba el mismo Apóstol en la epístola de la Vigilia de Pentecostés (Romanos 8, 22-27).

Pentecostés, más que ninguna otra Solemnidad de la Iglesia, nos introduce en el misterio del Espíritu enviado por Jesús desde el Padre, y nos revela la plenitud de la vida que ya poseemos y que está destinada en nosotros a la plenitud de una eternidad en la que ya hemos entrado viviendo, sin embargo, aun en el tiempo; el tiempo de la Iglesia; el tiempo del Espíritu.

– Solemnidad – 21 de mayo de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La Ascensión del Señor, que hoy celebramos, nos hace dirigir nuestra mirada y nuestro corazón a Cristo; en su persona y su poder. A su vez, es importante entender el misterio que la Ascensión nos revela, para entender el ser y la misión de la Iglesia y, por lo tanto, nuestra propia realidad de ser Iglesia y, en consecuencia, enviados a la misión que el mismo Señor cumple constantemente en y por nosotros.

Por la Ascensión de Jesucristo a los Cielos nuestra humanidad está allí, en Dios, para siempre. Jesús resucitado está sentado a la derecha del Padre y ha confiado a su Iglesia el misterio de los sacramentos por los que entramos en el misterio de la Trinidad y participamos de su vida. Jesús resucitado tiene “todo poder en el cielo y en la tierra”, su victoria sobre la muerte es definitiva y promete estar con nosotros “hasta el fin del mundo”. La contemplación de la Ascensión, y el misterio que nos revela, nos permite así entender el ser y la misión de la Iglesia. El retorno de Jesús hacia el Padre, que celebramos en esta solemnidad, nos presenta la resurrección y la ascensión como un único movimiento que conduce al Señor a su gloria.

Al comienzo del libro de los Hechos de loa Apóstoles, San Lucas nos describe la partida del Señor hacia el cielo (Hechos 1, 1-11). -El evangelio nos refiere los términos de la misión confiada por Jesús a sus Apóstoles después de su postrera manifestación (Mateo 28, 16-20); los discípulos irán a “hacer discípulos y a bautizar” investidos con el poder del Señor Jesús, que los envía en su nombre. -Con San Pablo, nos adentramos en el misterio y contemplamos a Cristo “sentado a la derecha de Dios en los cielos”, como Cabeza de su Iglesia, Señor del universo y fuente de vida para cuantos creen en El (Efesios 1, 17-23).

Al llamarnos a celebrar la Ascensión del Señor la Iglesia nos invita a participar, por la Eucaristía, en el misterio del Verbo Encarnado, de Jesucristo, el Hijo del Eterno Padre, “en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de su misma gloria”

 

– “Domingo de la expansión misionera” –

—4 de mayo de 2023—

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Nos acercamos al final del Tiempo pascual que culmina en Pentecostés, la Solemnidad que celebra la venida del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien inspira y provoca esa expansión misionera de que hablamos hoy; exteriormente vemos que las necesidades de la Iglesia la hacen buscar soluciones, como la elección y consagración de los siete diáconos; también las persecuciones son motivo de esa expansión, logrando que el Evangelio se difunda y provoque nuevas conversiones. La Iglesia que vemos reflejada en los Hecho de los Apóstoles aprende a leer los acontecimientos en clave de providencia por la que el Espíritu, verdadero impulsor de la evangelización, la empuja a ampliar las fronteras del Nuevo Pueblo de Dios.

En la primera lectura asistimos a la expansión misionera de la Iglesia: la fe cristiana, anunciada por el diácono Felipe, ha conquistado Samaría, y Pedro y Juan son enviados allí para confirmar a la nueva comunidad mediante la imposición de las manos y el don del Espíritu (Hechos 8, 5-8.14-17). -En el evangelio, refiere San Juan las palabras con que Jesús les prometió enviarles su Espíritu (Juan 14, 15-21), a quien llama “el Defensor”. – San Pedro, en la segunda lectura, nos exhorta a vivir el misterio pascual de Cristo, quien, después de que “murió en la carne, volvió a la vida por el Espíritu” (I Pedro 3, 15-18).

Nuestra fe, don gratuito de Dios, depende en parte de nosotros mismos, que debemos nutrirla con la Palabra y la Oración y desarrollarla en el testimonio y en la acción misionera; de otra forma estaría muerta. Pero la fe necesita de la constante acción del Espíritu, que renueve en nosotros el fuego del amor de Dios, y de su fortaleza para afrontar las pruebas que los creyentes sufrimos. Las pruebas deben fortalecernos, pero pueden también conducirnos al desánimo; por eso necesitamos al Espíritu Defensor o Abogado en las pruebas, las persecuciones que no faltan cuando vivimos la fe en plenitud. Pidamos, pues la asistencia, la fortaleza y el consuelo del Espíritu Santo.

Hoy celebramos el Día de las Madres, fecha que nos mueve interiormente al agradecimiento infinito a nuestras madres, vivas o difuntas. Es el día en que todos nos reconocemos más hermanos asistidos de esa conciencia de ser hijos de una mujer: Para cada uno, esa mujer es la mejor del mundo y, cuando decimos MADRE, queremos definir el mayor amor. Que esa verdad nos acerque más a Dios a quien, hoy agradecemos el don de nuestras madres. ¡Feliz Día a todas las madres en nuestra familia parroquial de San Martín de Porres!

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