DECIMOSEPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
– 28 de julio de 2024 -.
Padre Joaquín Rodriguez
Queridos hermanos:
El pasado domingo escuchábamos que Jesús se compadecía de la multitud que lo seguía para escuchar sus palabras porque andaban “como ovejas sin pastor” (Marcos 6, 34). A continuación, leyendo el mismo evangelio, encontramos la primera multiplicación de los panes, de las dos que nos relata San Marcos. A partir de hoy, sin embargo, la liturgia nos presenta el mismo evento en el evangelio según San Juan; este acontecimiento es presentado por el Evangelista como la “Pascua del Pan de Vida” que, a continuación, se extiende en un largo diálogo de Jesús con los “judíos” y los discípulos, sobre el tema que deviene en una profunda catequesis-revelación, sobre la presencia real de Jesús en las especies sacramentales de la celebración eucarística: Jesús, quien nos dará a “comer su carne y beber su sangre”; hecho que sellará en la última Cena del Jueves Santo y perpetuará con el mandato sacramental: “Hagan esto en memoria mía”.
Durante cinco domingos consecutivos recogerá San Juan en el evangelio el sermón de Jesús acerca del pan de vida, que es introducido mediante el relato de la multiplicación de los panes en el desierto (Juan 6, 1-15). Por esta razón, la primera lectura recuerda un milagro semejante, realizado por el profeta Eliseo (II Reyes 4, 42-44).
San Pablo nos invita, en la segunda parte de su carta a los Efesios, a vivir este misterio de unidad como un solo cuerpo que somos en Cristo (Efesios 4, 1-6). Esta enseñanza nos refiere a nuestra nueva condición adquirida en el Bautismo. El Bautismo no sólo nos confiere la nueva vida en Cristo por la acción del Espíritu, sino que nos incorpora a su Cuerpo vivo, que es la Iglesia. En la Iglesia profesamos una sola Fe. Cuando celebramos la Eucaristía manifestamos la plenitud de nuestra pertenencia a Cristo que se realiza y manifiesta en la vida común de la Iglesia: precisamente es eso a lo que nos referimos cuando hablamos de “comunión”; común unión en la vida cotidiana, que se plenifica y manifiesta en la celebración eucarística y la comunión sacramental.
El texto del evangelio según San Juan nos llama a una reflexión profunda que debe comenzar con una búsqueda exegética, para que nos permita penetrar en el misterio revelado y en el significado de nuestra vida en Cristo; para ello, no podemos prescindir de este texto y sus enseñanzas. La vida en Cristo no será en nosotros lo que estemos dispuestos a aceptar en una elección libre y preferencial, sino que supone la “vida que El nos da”, que es El mismo, que comienza con la comunión en su Palabra y culmina con la comunión en su Cuerpo y su Sangre.
Hay un lazo común que une a todos los relatos acerca de este acontecimiento fundacional que es la Eucaristía, en la que Jesús se da como comida y bebida: la compasión por la multitud empobrecida y abandonada por sus pastores. En la plenitud de su entrega por nosotros, Jesús asume su vocación a cumplir la voluntad del Padre como ese “Buen Pastor que da la vida por sus ovejas”. Esa entrega se renueva constantemente en el servicio pastoral que el propio Redentor ofrece y realiza en ese Cuerpo suyo que El mismo constituyó y consagró, y que es su Iglesia.