Por George Chaya
INFOBAE
El peligro actual es que el mundo libre y sus organismos supranacionales no desarrollaron instrumentos jurídicos necesarios para enfrentar la crisis que plantea hoy el Kremlin.
El embajador ucraniano en las Naciones Unidas pidió el jueves a su par ruso que ceda la presidencia de Rusia del Consejo de Seguridad; al mismo tiempo, cuestionó la legitimidad de Rusia en el organismo internacional. Mientras esto sucedía, del otro lado del Atlántico el presidente Putin ordenó el comienzo de operaciones militares en suelo ucraniano y las fuerzas rusas procedieron a invadir y bombardear ese país; ello dio lugar a que el Consejo de Seguridad se reuniera de emergencia para, “aparentemente”, prevenir la guerra.
Así, mientras Occidente discutía la escalada de la crisis, la guerra estalló durante la reunión del Consejo que era presidida nada menos que por Vitaly Nebenzya, el embajador ruso que se desempeña como presidente del Consejo de seguridad de la ONU.
El lector puede preguntarse ¿Qué significa esto? Ceguera, negacionismo o inoperancia por parte de Washington y Bruselas. Muy probablemente la respuesta incluya las dos cosas. Lo que es cierto es que las políticas negacionistas que la Union Europea (UE) y la administración Biden han llevado adelante con Rusia los últimos meses se hizo evidente cuando los misiles y las bombas de Moscú comenzaron a asesinar civiles ucranianos con el ataque ordenado por Vladimir Putin. El punto que queda claro es que la primera Guerra Fría desde la caída de la ex-Unión Soviética está en marcha.
Cuando en 1991, la ex-URSS dejó de existir tal como se la conocía oficialmente al implosionar por la propia inviabilidad de la dictadura bolchevique, el Kremlin denominó a su nuevo país como “Federación Rusa”, ella heredó las ideas y conductas de la ex-URSS. Sin embargo, ni el Consejo de Seguridad ni la Asamblea General de Naciones Unidas votaron sobre el proceso que dio lugar a esa sucesión como lo exige la carta del propio organismo. La carta continuó considerando a la ex-URSS como titular de un asiento en el Consejo de Seguridad y su capacidad de veto se mantiene hasta el día de hoy. Así, la poderosa posición de Rusia en la ONU fue utilizada para que un país empobrecido, sin rumbo ni renovación política y carente de un papel definido en el tablero Internacional dispusiera de un poder y peso inusitado en las decisiones mundiales durante décadas.
Hoy, la realidad muestra que todo lo que ocurrió no fue más que una transferencia insólita de autoridad de un país cuyo régimen había volado por los aires por inviable -tal y como acabó la ex-URSS- transfiera los poderes de sus políticas totalitarias a otro, la actual Federación Rusa. No había antecedentes de tal movimiento, sólo se registraba un caso similar sucedido en 1971, cuando la China Comunista se hizo cargo de la membresía permanente China en el Consejo de Seguridad de la ONU que hasta ese momento estaba en manos del gobierno de China Libre, en Taiwán. Sin embargo, esa toma de posesión se hizo por medio una Resolución de la ONU que -sin ser vinculante- al menos ganó una votación en la Asamblea General, lo que no fue el caso en materia de los poderes derivados de la ex-URSS a la Federación Rusa.
Ya en el escenario del presente ¿Qué es lo que ha hecho la ONU contra el accionar de Rusia hoy y en los últimos años? La respuesta es muy poco o nada; por caso, su Secretario General Guterres, todo lo que hizo fue un llamado al presidente Putin el pasado jueves “en nombre de la humanidad” para que el jefe del neo-imperialismo ruso regrese a sus tropas a Moscú, y lo instó a abstenerse de continuar con sus acciones militares que podrían derivar en lo que Guterres calificó como la peor guerra desde el comienzo del siglo XXI.
¿Alcanza con la petición del Secretario General de Naciones Unidas para contener el expansionismo y las políticas anexionistas del nuevo Zar ruso? La respuesta es no. Como tampoco serán suficientes las sanciones financieras endurecidas que implementó la administración Biden o el pacifismo acomplejado y culposo de la Alemania actual de Scholz.
Así las cosas, ante los hechos militares consumados, la embajadora de Estados Unidos, Linda Thomas-Greenfield, declaró a la prensa el mismo jueves que el Consejo de 15 miembros se mantendrá alerta y volverá a reunirse tantas veces como sea necesario para discutir una resolución que condene los ataques rusos. Sin embargo, la torpeza manifiesta de Naciones Unidas parece no contemplar que Rusia -de momento- mantiene el poder de vetar cualquier Resolución del Consejo en su contra. Eso significa que cualquier Resolución, incluso si cuenta con el apoyo de todos los demás miembros del Consejo de Seguridad de la ONU está destinada a fracasar por el veto ruso. Por otra parte, una Resolución de tal naturaleza expondría el rotundo fracaso de la existencia de las propias Naciones Unidas y cuestionaría con qué fin la Comunidad Internacional deriva un millonario presupuesto destinado al Organismo supranacional cuando parece que su futuro no será distinto al de su antecesora, la fracasada Sociedad de las Naciones.
Mientras estos hechos se suceden, el Kremlin lanza su Segunda Guerra Fría e impone las reglas, en consecuencia, Europa Occidental y Estados Unidos se enfrentan a una prueba sobre si se colocarán del lado de Ucrania, mientras deberían definir lo que ha sido durante décadas la única fuente de legitimidad y poder de Rusia, es decir: su pertenencia como miembro fijo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con derecho a veto.
Por el lado ruso, el presidente Putin, solo cuenta con el apoyo del dictador de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, su único amigo real entre todos los países de Europa del Este. Por su parte, los líderes de los estados que conforman la OTAN han mostrado no tener un pensamiento unificado para abordar el problema que plantea el accionar de Putin. Los alemanes se muestran preocupados por sus relaciones con Rusia, pero esa preocupación tiene que ver con la compra de gas natural a través del nuevo gasoducto, pero se negaron a certificar el proyecto cuando ya era muy tarde y después que Washington les advirtió sobre los planes de Putin. Los alemanes apoyaran las sanciones económicas, pero aún así, siguen pensando en comprar gas a través de Bielorrusia y Ucrania para millones de sus ciudadanos. Esta posición, aunque con algún matiz, es la que prevalece en las consideraciones de todos los aliados de la OTAN, aunque ninguno piensa derramar sangre de sus soldados por Ucrania y Putin lo sabe.
En cuanto al presidente estadounidense Biden, su decisión de enviar unos 7.000 soldados a Europa no tuvo el efecto suficiente para desviar a los 180.000 soldados rusos que cercaron las fronteras ucranianas e ingresaron con sus tanques y carros de combate. Hacia el interior de Ucrania, el espectáculo que se aprecia es dantesco y los civiles deambulan con fusiles en sus manos jurando por sus conciudadanos muertos en los bombardeos rusos que se enfrentaran al invasor y defenderán su patria hasta la muerte.
Muchos europeos sostienen que una nueva guerra fría, igual a la conocida en el siglo XX, comienza a librarse. Y es altamente probable que así sea, la tregua de más de 30 años nunca escaló militarmente antes porque había un estándar mínimo de previsibilidad que se ha roto. Lo que se observa ahora es un escenario caótico y mucho menos predecible. El peligro actual es que el mundo libre y sus organismos supranacionales no desarrollaron instrumentos jurídicos necesarios para enfrentar la crisis que plantea hoy el Kremlin de Putin, lo cual convierte a la situación en crítica y peligrosamente volátil.
Así las cosas y en este escenario bien cabe la pregunta sobre ¿Quién puede tomar la posta y erigirse hoy en el nuevo Ronald Reagan con una estrategia geopolítica acertada y con su conocido eslogan: nosotros ganamos, ellos pierden? Reagan supo cumplir su promesa de campaña de 1987, pero no lo hizo él solo, en aquel momento el Vaticano tenía un Papa verdadero y realista como Juan Paulo II y Europa disponía de dirigentes valientes que conocían la perversidad del totalitarismo comunista como Lech Walesa al frente del sindicato polaco Solidaridad. Sin embargo, “un senador” estadounidense mentía en cuanto acto político y campus académico podía expresarse denostando las políticas de Reagan y criticaba sin base solida, lo que llamaba intervencionismo militar de la Doctrina del presidente Ronald Reagan; esas diatribas del “senador” fueron escuchadas en mayor o menor medida por los gobiernos estadounidenses que sucedieron a Reagan. Así, varios presidentes que le siguieron a la administración Reagan decepcionaron a sus aliados, toleraron dictaduras y ayudaron con armas a grupos terroristas engañando al propio Congreso; y lo más grave, hicieron todo lo que no debían hacer para perder la confianza de sus aliados en Europa, Oriente Medio y Asia Central.
Años después de ser derrotado en intento presidencial de 2008, “aquel senador” llamado Joseph Biden, logró finalmente alcanzar la presidencia e instalarse como inquilino de la Casa Blanca. Sin embargo, tras los desaguisados de su administración y despues de huir recientemente de Afganistán, algunos de sus aliados entendieron quien es Biden y se sintieron estafados, como hoy se sienten engañados y abandonados los ucranianos, aunque ya es tarde para las vidas ucranianas perdidas por el accionar militar ruso.
Los hechos y el manejo de la administración Biden han generado que dentro de los Estados Unidos el nivel de confianza de sus ciudadanos en su política exterior sea menor al 35%. También los europeos y otros aliados estadounidenses están viendo que Biden se rindió ante Putin y que todas sus palabras de los últimos meses no fueron verdaderas. La presidencia de Biden ha destruido la confianza existente en los Estados Unidos que pudo construir el presidente Donald Trump, publicó esta semana el diario de izquierda francés Le Monde. Ante semejante titular, justamente de ese diario, no hay mucho por agregar. La gestion del presidente Joe Biden conduciendo la política exterior estadounidense ha sido un fiasco para muchos, él ha sido derrotado en cada gestión que llevó adelante en menos de dos años, y perderá también con la República Islámica de Irán en materia del acuerdo nuclear. Ahora, Biden está enfrascado en evitar que Huawei, el gigante en tecnología chino instale sus redes 5G que favorezcan a espías y hackers chinos en todo el mundo, esa será su próxima derrota ya que sus políticas empantanaron a Washington en disputas intestinas del partido demócrata que bloquean a la compañía estadounidense AT&T para autorizarla a instalar 5G dentro de los Estados Unidos antes del desembarco de la empresa china.
En resumen, toda la gestión Biden sobre la crísis entre Rusia y Ucrania -ya convertida en conflicto militar abierto- fue un fracaso rotundo; como lo fue Afganistán y como lo será el dossier nuclear iraní en el corto plazo. Esto ha sido desnudado el pasado martes cuando anunció un paquete de sanciones económicas a las que calificó de extremadamente dolorosas diciendo que si Rusia escala la crísis, el se encargaría que esas sanciones sean aún más fuertes. En otras palabras, declaraciones de una torpeza nunca vista en política exterior estadounidense que se traducen en que: Putin debe tener cuidado ya que si actúa, reaccionare con más sanciones económicas. La Casa Blanca extrañamente cree que doblara el brazo de Putin utilizando sanciones para disuadirlo, lo cierto es que ha perdido cualquier capacidad de disuasión futura con Moscú y con cualquier país que en el futuro actúe como lo hizo Rusia. Las preguntas para el presidente Biden serían las siguientes ¿Para qué sirven las sanciones cuando los tanques rusos ya arrasaron las fronteras ucranianas? y ¿Cuál es el fin de las sanciones cuando los misiles rusos han destrozado el 40% de Ucrania?