OPINION

CULTURA

LA SEMANA

VIDA

FRASES FAMOSAS:  

“Sabe que yo estaré contigo siempre; si, hasta el final de los tiempos” Jesucristo

  

 

 

 

 

Por George Chaya

INFOBAE

 

El conflicto entre China y Taiwan, el plan nuclear iraní, la inestabilidad norcoreana y los abusos rusos muestran la necesidad de reemplazar la vieja política de no proliferación basada en el concepto de destrucción mutua.

En materia de seguridad, Occidente insistió por más de setenta años en la utilización de un discurso que transmitió una estrategia común delineada por los ganadores de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Finalizada la Gran Guerra y con el surgimiento de la Guerra Fría aparecieron las distintas doctrinas de seguridad nacional que fueron señalando las potencias centrales y transmitieron a sus países aliados y periféricos, la estrategia de “la contención” sin escalar las distintas crisis que se iban presentando se enfocó en “la disuasión” para evitar la destrucción mutua que amenazaba la creciente capacidad nuclear de los países centrales. Fue allí cuando se comenzó a hablar de la “no proliferación” que marcó la agenda de los estados poderosos para evitar precisamente la destrucción mutua señalada anteriormente. Durante años tanto Washington como Moscú aceptaron esa opción y así se marcó el terreno del juego desde el campo diplomático.

Sin embargo, el dibujo del mapa mundial actual y las distintas crisis en curso como el conflicto entre China y Taiwan, El dossier nuclear iraní, la inestabilidad que ofrece al mundo la dictadura de Corea del Norte con su amenaza de misiles intercontinentales con ojivas nucleares y la guerra en curso derivada de la invasión de Vladimir Putin a Ucrania, el uso de armas tácticas se mantiene sobre la mesa de las opciones militares entre Moscú, la OTAN y en menor medida Washington. Este punto lleva de forma inexorable a una pregunta central: ¿Toda la estrategia de seguridad internacional conocida desde la Guerra Fría continua siendo la adecuada en el presente?

En concreto, la antigua idea englobaba aspectos de “contención” y estuvo enfocada en neutralizar y evitar que la ex-Unión Soviética se expandiera hacia los países de Europa occidental y otras latitudes desde sus estados satélites, particularmente los que conformaban lo que se conocio como el “Pacto de Varsovia”.

Según la OTAN, fue allí que la estrategia de disuasión y no destrucción mutua emergió como la mejor herramienta de prevención y neutralización ante una potencial Tercera Guerra Mundial con consecuencias nucleares de extremo peligro existencial entre Oriente y Occidente. La idea de los organismos internacionales en generar instrumentos jurídicos entre las partes para evitar la proliferación de armas nucleares y destrucción masiva tomó entonces el centro de la escena. La diplomacia y los tratados internacionales se centró en el conflicto de un mundo bipolar regido por la ex- URSS y los Estados Unidos.

No obstante, a pesar de doctrinas que confrontan en definir un nuevo concepto, desde la implosion y caída de la ex-Unión Soviética, la mayor parte de esa bipolaridad del mundo dejó de existir o de mínima mostró cambios profundos.

Hoy, Estados Unidos enfrenta dos desafíos tan relevantes como similares ante los que ya han claudicado varios países de América Latina -entre ellos la República Argentina-. Estamos hablando de China, una potencia económica y militar que ha dejado de ser emergente para ser una realidad dada su política estratégica de expansión. Por otra parte, inmersa en su guerra en Ucrania, Rusia no deja de ser una superpotencia poseedora de armas nucleares que ha iniciado y continúa una guerra en las fronteras mismas de la OTAN.

Sin embargo, como lo señalara en su tiempo el ya retirado ex secretario de estado Henry Kissinger, la contención no ha funcionado. El escenario internacional muestra que China está amenazando la anexión de Taiwán y bloquea las aguas internacionales de sus vecinos. También Beijing ha expandido su influencia y presencia militar a nivel mundial en distintos continentes y hoy nadie discute que el líder chino Xi Jinping es un factor clave de influencia global (por lo que los europeos recriminan a Estados Unidos haber permitido esa expansión e incluso dejar que China remplace su presencia en distintas regiones del globo, aunque negocian con docenas de empresas chinas)

Por otra parte, la Federación Rusa abusó de las relaciones diplomáticas de la posguerra haciéndose con distintas zonas de Georgia en 2008 y tomando Crimea en 2014, lo que coronó con su invasión a Ucrania en febrero de 2022 dando comienzo a la guerra en curso entre Kiev y Moscú.

En consecuencia, no es impertinente cuestionar cual fue el éxito alcanzado por los países occidentales y los organismos supranacionales que diseñaron herramientas jurídicas de la posguerra para establecer nuevas estrategias de seguridad nacional de los distintos estados. Aunque es cierto que algunos pueden afirmar que la estrategia disuasiva ha evitado -de momento- una guerra nuclear con consecuencias devastadoras para la humanidad y que Taiwán todavía no ha sido invadida por China -lo cual no deja de ser un argumento poco sólido- habida cuenta de la crísis en curso no resuelta y la no neutralización de eventuales y futuras catástrofes.

Hoy son nueve países los que cuentan con la capacidad de poseer armas nucleares y el acuerdo nuclear no resuelto con Irán ha disparado una carrera armamentística en busca de poder nuclear de varios países árabes sunitas del Golfo. Lo que a todas luces no presenta un escenario de estabilidad en materia de control y no proliferación en aquella región.

En consecuencia, una estrategia de seguridad nacional moderna tanto de Washington como de todo Occidente no puede obviar este peligro emergente de actores estatales y peor aún, de los no estatales directamente relacionados con organizaciones y grupos que han hecho del terrorismo su forma de expresión en distintos lugares del globo. Las consecuencias de esos movimientos son amplias y sumamente peligrosas para el caso que cualquiera de los varios grupos terroristas que operan en Oriente Medio se haga con “una pequeña bomba sucia”, declaró recientemente la oficina de seguridad regional del Consejo de Cooperacion de Paises del Golfo (CCPG) por medio de un comunicado firmado por sus países miembros y difundido en varios medios de prensa de los países árabes sunitas.

Por tanto, si el fracaso de no encontrar garantías y soluciones reales en materia de no proliferación nuclear es una realidad, la comunidad internacional debería preguntarse que harán con esas capacidades y hacia donde apuntaran sus sistemas de armas tácticas aquellos estados que amenazan la supervivencia de vecinos regionales al momento de obtener esa capacidad militarmente destructiva. Esta situación internacional muestra la necesidad de un reemplazo de la vieja estrategia que ha quedado perimida en el mundo actual y requiere neutralizar la siempre peligrosa amenaza de una guerra nuclear que ocasione daños extremos a la humanidad.

Es concreto que la prevención de los daños emergentes de una confrontación donde se utilicen armas tácticas demandan políticas mucho más firmes y activas que en la era de la Guerra Fría. Esa es la importancia esencial de mantener el equilibrio y el control de ese tipo de armas. Ese control fue crucial en momentos críticos como la crísis de los misiles soviéticos en Cuba, también lo fué ante el peligro emergente de una guerra no deseada que pudiera surgir de un error de cálculo.

En el pasado, el acercamiento y los diálogos diplomáticos siempre estuvieron activos acompañando variantes estratégicas de la era de la Guerra Fría para establecer límites a la seguridad. El problema actual es que no está claro que eso esté ocurriendo de igual forma en el presente. Por el contrario, tanto las amenazas como las contra-medidas de seguridad ante ellas no son más que respuestas lineales que manifiestan conceptos anticuados y desconectados del escenario de la realidad actual.

Conducido por Washington y la OTAN, Occidente parece seguir los antiguos protocolos de disuasión y contención para evitar escalar la guerra en curso en Ucrania. Sin embargo, en el escenario internacional hay un mapa ampliado de peligros, crísis y conflictos mucho más graves con adversarios potenciales encabezados por China y Rusia, y también una segunda línea en la que se ubica Corea del Norte e Irán que exigen esfuerzos nuevos y mucho más realistas en materia de seguridad estratégica para alcanzar el éxito y evitar mayores males para la humanidad.

https://www.infobae.com/america/mundo/2023/05/20/el-nuevo-mapa-de-peligro-nuclear-demanda-una-vision-estrategica-renovada/

 

Por George Chaya

INFOBAE

 

EEUU aún no decidió qué hacer con el Acuerdo con Irán y hasta que lo resuelva el mapa de futuros conflictos regionales inexorablemente tendrá un componente atómico, lo que configura una grave amenaza.

En materia del Acuerdo nuclear con Irán, los resultados contradictorios del presente no distan mucho del momento en que se dio a conocer su nacimiento. Suscripto y gestionado en los días de la administración del ex-presidente Barack Obama y conocido como “Plan de Acción Integral Conjunto” (JCPOA por sus siglas en inglés) continúa siendo sometido a distintas evaluaciones que no encuentran puntos de coincidencias con su finalidad; lo que indefectiblemente muestra que los resultados esperados no han alcanzado los objetivos delineados por sus signatarios.

Aquellos que apoyaron el Acuerdo sostienen que la letra y el espíritu del mismo anula toda opción de la República Islámica a la obtención de una ojiva que pueda dar lugar a ensamblar una bomba nuclear. No obstante, quienes que se expresan en oposición, afirman que el Acuerdo pavimenta el camino a la capacidad nuclear-militar iraní.

El hecho es que según el propio Irán el umbral para la obtención de su arma se encuentra cercano a través del trabajo de su propia estructura nuclear, la que fue construida de forma controversial pero garantizada y despenalizada por el propio Acuerdo firmado por el presidente Obama. Sin embargo, hay que considerar que entre las distintas afirmaciones favorables al Acuerdo y las controversias planteadas por sus detractores hay posiciones que lo ubican en un contexto ampliado en materia del control internacional de armas. Por ejemplo, la ex-Representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, siempre que habló del Acuerdo se refirió a el como “una herramienta jurídica vital para la seguridad global y la no proliferación”.

Aun así, finalizada su gestión, la posición de Mogherini mostró varias inconsistencias que han sido criticadas por el presidente francés Emmanuel Macron y más agudamente por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien declaró a la prensa internacional del peligro y advirtió a la dirigencia occidental que en los términos que estaba redactado y acordado originalmente el JCPOA, sería el punto de partida hacia una peligrosa carrera nuclear regional. El argumento esgrimido por Netayahu fue catalogado como simplista por varios dirigentes europeos socialdemócratas que mostraron su desacuerdo en referencia a que los vecinos sunitas de Teherán solicitarían ayuda a las potencias occidentales para alcanzar las mismas capacidades nucleares que el Acuerdo otorgo a Irán para sus sistemas de armas.

No obstante, ni Netanyahu ni el presidente Trump estaban equivocados cuando avisaban que los progresos de Teherán estimularían el temor y la busqueda de capacidad nuclear de sus vecinos árabes regionales. El reciente pedido de cooperación y la demanda de asistencia del Reino Saudita a Washington para comenzar con el enriquecimiento de uranio y otros elementos para la producción de combustible nuclear es una prueba palmaria y reciente de que “la carrera armamentista nuclear ha comenzado en Oriente Medio”, tal como lo adelanto en 2015 el primer ministro israeli y el propio ex-presidente Trump al dejar sin efecto el Acuerdo durante su administración.

El dilema actual es que un grupo de asesores del presidente Biden aconsejó al jefe de la Casa Blanca que si Estados Unidos no toma una decisión firme sobre el Acuerdo -al que dan pocas chances de mantenerse vigente- y si Washington no actúa rápidamente, el mapa de futuros conflictos regionales que Estados Unidos percibe en Oriente Medio, inexorablemente tendrá un componente nuclear lo cual configuraría un grave amenaza para la seguridad regional e internacional.

La posición de Arabia Saudita muestra que sus planes no se detendrán fácilmente en la medida que un Irán nuclear configure una amenaza concreta a su propia supervivencia y a la de sus socios sunitas del Golfo. La insistencia de Riad en el enriquecimiento de uranio no es de ahora, comenzó con la perfección y la firma del JCPOA y tiene por objeto igualar la capacidad de Irán para producir y disparar ojivas nucleares ensambladas en sus sistemas de misiles de última generación.

El problema actual que puede afectar las relaciones entre Washington y Riad es que si los saudíes creen que no contaran con la cooperación estadounidense para sus planes nucleares, no descartan continuar con el proyecto que iniciaron en agosto de 2020 con ayuda de China para procesar uranio enriquecido. El proyecto de construcción de las instalaciones sauditas con asesoramiento chino fue dado a conocer públicamente entre noviembre y diciembre de 2021 -casi un año después de iniciado- y lo hizo The Wall Street Journal al revelar que el Reino comenzó a producir sus propios misiles balísticos con ayuda de Beijing. Cuando la publicación tomó estado público, la administración Biden no tuvo más opción que reconocer que disponía de informes de inteligencia creíbles que eso estaba sucediendo.

El interrogante y los temores de la comunidad internacional sobre la posición de la administración estadounidense es si el presidente Biden, aún sin ser su objetivo no está estimulando e incentivando la potencial nuclearización regional dado su conocido pensamiento en minimizar la amenaza nuclear iraní, al tiempo que está acotando en exceso su respuesta a las violaciones nucleares de Teherán junto a otras provocaciones hacia los aliados estadounidenses en la región. Por otra parte, algunos funcionarios saudíes consideran que no gozan de buena relación con el presidente Biden o al menos de la relación que desearían tener con Washington y fundamentan esa creencia en que no han recibido gestos amistosos y positivos de parte del inquilino del Salón Oval al momento de manifestar sus inquietudes de seguridad ante el avance nuclear iraní.

Este escenario puede modificarse si Joe Biden manifestara públicamente su voluntad por detener la carrera armamentista nuclear en Oriente Medio y ello no es complejo, solo demanda aspectos de un liderazgo claro de Estados Unidos que debería darse en el marco de un verdadero control que limite el avance del programa nuclear de Irán; para ello, Washington debería coordinar su trabajo con sus socios europeos poniendo énfasis en la observancia de lo dispuesto en el JCPOA, algo que hoy no está ocurriendo según la visión de varias cancillerías sunitas del Golfo.

Los árabes del Golfo esperan que Washington lidere una acción que combine presiones económicas, diplomáticas y militares para que las obligaciones asumidas por todas las partes en el Acuerdo se cumplan. También esperan que la administración exprese de forma contundente que Estados Unidos está dispuesto, es capaz y que se encuentra absolutamente comprometido en resolver el problema que plantea la proliferación nuclear, incluso utilizando la fuerza de ser necesario frente a quienes violen los acuerdos suscriptos. No obstante, el camino elegido por la administración Biden ha sido el dialogo diplomático y se ha mostrado contraria a plantear otras opciones, entre ellas la opción militar que es reclamada por los países del Golfo, quienes consideran que sin presión militar estadounidense concreta, nunca será posible una solución diplomática genuina del problema nuclear con Irán, lo que generaría indefectiblemente una carrera nuclear entre sus vecinos regionales.

No hay duda que Washington y Riad tienen diferencias por zanjar. Pero no hay elementos que muestren como el presidente Biden piensa abordarlas para resolverlas sin perder como socios a los saudíes a manos de China. El presidente podría continuar apaciguando a Irán y condenando al ostracismo a los saudíes, pero si hiciera eso, corre el riesgo de perder importantes aliados en el Golfo, quienes por su propia seguridad se alinearan detrás de las decisiones sauditas cercanas a China. De allí la importancia en que el primer mandatario estadounidense debería involucrar y calmar las fundadas inquietudes de Arabia Saudita y sus vecinos con una postura inequívocamente firme contra la manipulación nuclear que Irán ha estado haciendo con el Acuerdo original. Así, Biden estaría mostrando un gesto del compromiso estadounidense con la seguridad y la estabilidad de Oriente Medio y que Washington está en la busqueda de una solución al problema nuclear que resuelva un problema heredado del ex-presidente Barack Obama. En la visión saudita no hay otra manera de controlar y limitar definitivamente la peligrosa carrera nuclear que inició el JCPOA en una región que, antes de él ya era un polvorín, pero que si se agrava puede ser letal para el resto de la comunidad internacional.

https://www.infobae.com/america/mundo/2023/05/06/el-problema-de-la-carrera-nuclear-en-oriente-medio/

 

Por George Chaya

INFOBAE

 

El principal problema que encuentran aquellos que dicen estar trabajando fuertemente para poner fin a la invasión es que las opciones que manejan son simplistas y se fundan en escenarios desconectados con la realidad.

En los últimos días ha trascendido que la Organización del Atlántico Norte (OTAN), Washington e incluso Moscú han dado muestras de estar en la búsqueda de opciones para terminar con la guerra entre Rusia y Ucrania. La Unión Europea (UE) y la mayoría de los países integrantes de la comunidad internacional pretende lo mismo. Sin embargo, ni occidente ni el Kremlin disponen aún de una estrategia unificada que alcance la totalidad de los intereses rusos y permita lograr la paz. No obstante, esta semana ha crecido el número de los gobiernos europeos que emiten diariamente comunicados a la prensa de sus respectivos países informando que trabajan en la búsqueda de una solución para alcanzar tal objetivo.

El principal problema que encuentran aquellos que dicen estar trabajando fuertemente para poner fin a la guerra es que las opciones que manejan son simplistas y se fundan en escenarios desconectados con la realidad, de allí que la posibilidad de éxito sea dudosa. Al mismo tiempo, otros -los más realistas- reconocen la existencia de una profunda complejidad en la solución al problema. Así, es comprensible que los primeros sean más atractivos para la prensa internacional porque prometen el éxito del resultado con muy poco esfuerzo.

Lo cierto es que el actual estado de cosas no ofrece más que dos opciones para resolver de favorablemente la crisis y alcanzar el final de la confrontación. No obstante, ninguna de ellas brinda una solución inmediata para terminar con la guerra. Para los expertos europeos, la primera variable que se evalúa asume que la invasión de Putin a Ucrania desencadenó la guerra exclusivamente por los planes de ampliación de la OTAN y su idea de incluir a Ucrania como miembro de la Alianza. La siguiente opción, asume que hay que acercarse a Vladimir Putin sin descartar que el líder ruso pueda aceptar negociaciones siempre que obtenga beneficios.

Aquellos que adhieren a la hipótesis de la expansión de la OTAN como nexo causal y desencadenante de la guerra, sostienen que la solución no es compleja y defienden la idea que para poner fin a la guerra, la OTAN debe hacer pública su posición ante el mundo e informar claramente que Ucrania nunca será miembro de ella. En esa línea de pensamiento, muchos creen que los rusos se sentirán satisfechos al saber del rechazo a Ucrania por parte de la Alianza y retirarán sus fuerzas militares, cesaran sus disparos de misiles sobre blancos civiles y acordarán una suerte de pacificación digna para las partes.

El problema para los que sostienen esa posición es que la guerra “no fue ni es sobre el accionar de la OTAN y no tiene que ver con su ampliación geográfica ni con la amenaza que representaría tal movimiento para Moscú”. Tampoco tiene incidencia el deseo de Ucrania de incorporarse a la OTAN ya que si el problema fuera ese el Kremlin habría tomado medidas reactivas hace mucho tiempo. Si la OTAN fuera una amenaza y si la inclusión de Ucrania fuera inminente, los políticos europeos, estadounidenses y rusos no habrían afirmado como siempre lo han hecho que eso no sucedería ni ahora ni en el futuro. En febrero de 2022, Moscú no tenía ninguna razón lógica para temer a la OTAN o a Ucrania y tampoco la tenía en 2014, cuando en realidad Rusia comenzó la guerra al invadir el sudeste ucraniano.

Así las cosas, enfocar el análisis en la culpabilidad de la OTAN no solo es un argumento endeble sino que carece de sustento y sentido alguno desde la declaración formal de falta de interés de la OTAN en incorporar a Ucrania, lo que deja claro que Kiev no resulta un problema para Rusia. La realidad es que la OTAN no inició la guerra y tampoco puede terminarla con meras declaraciones formales que manifiesten su posición de rechazo a Ucrania.

Hoy, el punto concreto para alcanzar un acuerdo con Putin se basa en la suposición de que el hombre fuerte del Kremlin necesita la paz y que no tiene la intención de destruir a los ucranianos. Algunos analistas europeos han propuesto incluso que en esa estrategia de negociaciones Ucrania entregue partes de su territorio a Rusia; otros han llegado a sugerir a Ucrania que venda los territorios que Rusia reclama como suyos; y otro sector ha argumentado que se celebre un referéndum definitivo en los territorios en disputa para zanjar el controversial y que el resultado sea aceptado despojado de cuestionamientos por el gobierno ucraniano. Sin embargo, estas variables en la búsqueda de una solución se tornaron inviables en septiembre de 2022, cuando Putin anexionó de forma oficial al territorio de la Federación Rusa las regiones de Kherson, Donetsk, Zaporizhzhia y Lugansk, y considerando que la Constitución Rusa no habilita ninguna cláusula que autorice la desconexión de territorios propios cualquiera sea la forma en que hayan sido incorporados a la Federación, desde la mirada de Moscú se interpreta que las cuatro provincias no están ocupadas sino que pertenecen a Rusia y no pueden ser devueltas y aunque Vladimir Putin vulnera sistemáticamente el estado de derecho, no está́ facultado para ignorar el procedimiento constitucional. De hecho, la legitimidad que se arroga encuentra su raigambre en su propia pretensión de seguir las normas. En esta opción tampoco ayuda la posición del presidente ucraniano Volodimir Zelensky de cara a la próxima cumbre de la OTAN del mes de Junio a celebrarse en Lituania, en la que espera que Ucrania sea aceptada como miembro, algo difícil que suceda pero no improbable.

Por otra parte, Putin no tiene urgencias en la búsqueda inmediata de una paz que dice no necesitar. Sin embargo, en atención a las implicancias negativas de la guerra para Rusia, su ejército y su economía, Putin tiene claro que su supervivencia física y política no tiene más opciones que la de una victoria aplastante, lo que no le resaltará simple ya que deberá́ asumir la continuidad del derramamiento de sangre de sus propias fuerzas militares -algo que está ocurriendo en el actual estado de la guerra- aunque esa parece ser la estrategia por la que el líder ruso se inclinó. No obstante, Putin no va a dejar de lado su cuestión personal con Ucrania y su estrategia -de siempre- por resolver a su manera el problema ucraniano de forma definitiva.

Así las cosas, las opciones para poner fin a la guerra mediante la aplicación de políticas plausibles de satisfacer a ambas partes es el equivalente a tomar en consideración que el principal obstáculo para cualquier tipo de plan de paz legítimo sigue siendo Vladimir Putin. Si él se marchara -sea por propia voluntad o no- la solución será posible. Hoy Putin es parte del problema y jamás será una solución que modifique el escenario político-militar actual. Mientras Putin esté al mando siempre habrá graves escollos por superar. Si él fuera reemplazado por una persona o un gobierno de varias personas, la Constitución rusa podría ser reformada en unos pocos puntos muy necesarios y de forma no traumática. Entonces, el dislate de la guerra pudiera quedar atrás y Rusia podría situarse en un lugar mucho más favorable para recomponer sus relaciones con Occidente. Así, la lucha por el poder que ocurriría inevitablemente con la salida de Putin enfocaría al Kremlin en cuestiones internas más importantes que la guerra en Ucrania y la salida del líder ruso puede ayudar a poner fin al conflicto militar, especialmente si los nacionalistas rusos no imperiales intervienen en un nuevo gobierno y sucedería aún si estos quedaran fuera pero logran conforman una oposición fuerte.

La continuidad de la guerra o que ella ingrese en un punto muerto manteniéndose encapsulada es funcional a Putin y lo ayuda a continuar con su liderazgo, además le resulta muy útil para reafirmar su argumento sobre la necesidad de que Rusia debe continuar defendiéndose del imperialismo occidental y de los “nazis” ucranianos, ello resta cualquier posibilidad de reacción a la oposición política interna dentro del Kremlin y en el pueblo ruso

En otras palabras, poner fin a la guerra y alcanzar un acuerdo de paz sólo será posible si Ucrania gana o Putin se va. Si alguna de esas variables suceden, llegar a un acuerdo duradero con una Federación Rusia posterior a la era de Vladimir Putin no será fácil, pero es posible. Cualquier otra idea al respecto será un camino hacia ningún lugar, una espiral de violencia sin final a la vista que prolongará la guerra y generará miles de muertos civiles y militares. Ello no sólo será una calamidad mayor sino que arruinará el futuro y los intereses de cada estado parte del conflicto.

https://www.infobae.com/america/mundo/2023/04/22/las-acotadas-opciones-para-terminar-con-la-guerra-de-rusia-en-ucrania/

 

Por George Chaya

INFOBAE

 

Los lazos se han consolidado y las relaciones se ampliaron a varios campos, pero la guerra de Ucrania ha definido que la naturaleza y necesidades de las relaciones se transformen en desiguales.

Transcurridos varios días de la visita del líder del Partido Comunista chino Xi Jinping a Vladimir Putin en Moscú, esta semana trascendieron las primeras críticas a las relaciones entre Rusia y China. En esa dirección, tanto Washington como la OTAN sostienen que un acuerdo peligroso puede haber quedado sellado.

Especialistas de seguridad y defensa de Europa occidental han expresado que una alianza entre Moscú y Beijing se ha consolidado pero que también esa sociedad es la confirmación de la concesión de protagonismo de Rusia para convertirse en el socio subalterno de China aceptando un papel menor.

La información que manejan expertos de la OTAN define las actuales relaciones luego de la visita de Xi Jinping -en la que el lider chino permaneció varios días en Moscú- como una señal de alerta que debe ser tomada como una alarma por constituir un fuerte mensaje de apoyo a Putin. Sin embargo, Alexander Motyl, un conocido académico y profesor de ciencias políticas en varias Universidades estadounidenses y experto en materia de Rusia y la ex-URSS, afirmó que Rusia resignó protagonismo y que la visita del líder chino confirma que Rusia se ha convertido en un satélite económico de China al aceptar un papel de socio menor en la nueva alianza.

Las dos percepciones pueden estar en lo correcto. Los lazos de China con Rusia se han consolidado y las relaciones se ampliaron a varios campos, pero la guerra de Ucrania ha definido que la naturaleza y necesidades de las relaciones se transformen en desiguales. Esta percepción ha dado lugar al debate interno que impulsa a muchos ciudadanos rusos a evidenciar las primeras críticas negativas a Putin, a quien sindican como el responsable de que su país se esté convirtiendo en un “peón y socio menor de China”.

A pesar de eso, otros rusos que adhieren a la guerra en Ucrania y demandan anexarla a la Federación Rusa, especialmente los propagandistas de Putin han festejado las nuevas relaciones con China y no se muestran contrarios con el nuevo papel y la transformación de su país en un estado peón del régimen chino. Uno de ellos, Igor Kholmogorov, reconocido adherente al gobierno ruso desarrolló un argumento en relacion del por qué Rusia debería convertirse en peón de China y no de Estados Unidos en el mapa global del siglo XXI. En la visión de Kholmogorov, a diferencia de Washington, la intención y la voluntad de Beijing es la de consumir y comprar los recursos que Rusia dispone. No obstante ello, China no aspira a cambiar o influir en la idiosincrasia e identidad rusa. Este ejemplo de los “nacionalistas imperiales” rusos muestra que no cuestionan la perdida de relevancia del papel de Rusia a manos de China. Ellos prefieren que China sea “el señor” de Rusia antes que Estados Unidos, aunque es altamente probable que el señorío chino empobrezca, reduzca y anule el papel de Rusia en el escenario

Ante el debate abierto en la ciudadanía rusa, la prensa favorable a Putin ha lanzado una campaña para neutralizar las expresiones de disconformidad de sectores “nacionalistas no imperiales” que manifiestan duras advertencias sobre las nuevas relaciones con China. Sobre el debate, la agencia Sputnik -alineada al régimen- ha publicado en favor de las relaciones ruso-chinas pidiendo llamar a las cosas por su nombre y tratando de mostrar que no es Rusia la que se une a China desde una posición subalterna, sino que es China la que se une a Rusia como socios en igualdad de condiciones. La agencia oficial de gobierno también desarrolló el sentido estratégico de las nuevas relaciones explicando que no hay otra opción en este momento histórico.

Lo cierto es que antes de la invasión de Ucrania, a principios del año pasado, Moscú bien podía ser considerado como un socio normal de Beijing en el tablero internacional del Siglo XXI. Sin embargo, después de más de un año de una guerra caótica que expuso la incompetencia del ejército y el liderazgo ruso, ante sus distintas necesidades, Rusia no tiene otra alternativa más que ser el vagón de cola en las relaciones actuales con China. No obstante, los aspectos que hoy exponen la debilidad de Rusia pueden ayudarla a sobrellevar la humillación de una potencial derrota y la probable implosion del régimen de Putin; aunque convertirse en un peón débil y resignar su poder con China, Irán y Siria, posiblemente dañará a Rusia a largo plazo.

Aun así, la aceptación rusa de convertirse en peón de China en las nuevas relaciones entre ambos, también puede resultar perjudicial para los intereses chinos en el corto, mediano o largo plazo. En ese sentido, la visita triunfal de Xi Jinping a Moscú podría resultar sumamente negativa para China. El hecho de que el lider chino haya unido su futuro a Rusia es una ayuda para su socio y amigo Putin, para quien disponer del apoyo chino es altamente positivo, no obstante, la posición política del jefe del Kremlin tiende a descomponerse y ser cada día más precaria y ello no suma ni ayuda en nada a Xi Jinping, menos cuando la guerra en Ucrania no va bien para Putin, menos cuando la oposición hacia él está creciendo y la economía rusa ha entrado en turbulencia generando rechazo en la ciudadanía. Y si como sostienen algunos críticos del régimen ruso, Putin pronto puede ser derrocado, la estrategia de Xi Jinping, incluso su legitimidad, podrían ser cuestionados dentro del propio partido comunista chino, lo cual colocaría en problemas al lider comunista dentro de la propia China.

Las relaciones internacionales modernas indican que hay movimientos que jamas deben efectuarse, uno de los más peligrosos es aliarse con alguien no confiable. De allí que puede resultar preocupante para Xi Jinping tener un socio menor poco confiable y con clara inclinación a involucrase innecesariamente en problemas. Putin ha comenzado una invasión que dio lugar a una gran guerra que hoy es muy difícil -aunque no imposible- de ganar en Ucrania, China nunca ha dejado que la involucren en conflictos armados que no fueran de su interés y nunca permitió que guerras ajenas pongan en peligro su estabilidad interna o su posicionamiento global o la relevancia de éste tiempo a su pretendido papel hegemónico en la economía mundial. China debería recordar la historia de Alemania en la era posterior a la humillación del Tratado de Versalles -que puso fin a la primera Guerra Mundial pero dio lugar a la Segunda en 1939-. Por otra parte, una preocupación adicional para China debería ser la posibilidad que la guerra de Putin contra Ucrania pueda desestabilizar a la Federación Rusa e incluso provocar la desintegración de la Duma (Parlamento). En ese escenario, considerando la extensa linea de frontera de China con Rusia, es complejo y hasta difícil percibir la utilidad de una Rusia al limite del precipicio económico y el colapso politico pueda resultar de interés para Xi Jinping.

A menos que Xi Jinping sea un astuto maestro ajedrecista que juega de forma inteligente y muestra su apoyo total a su amigo Putin, mientras que silenciosamente está dispuesto a sacrificarlo cuando la realpolitik se lo demande o cuando los beneficios económicos para China lo requieran, una traición es perfectamente probable por la simple razón de que China tiene muchas más opciones que las que dispone hoy la Rusia de Putin. Y en ese caso, el error estratégico no sería del líder chino, una vez más sería del incorregible Vladimir Putin, quien probablemente ya no estará en el poder para ver como su sueño imperial a costa de todo y ante todo haya desaparecido con su derrota politica con prescindencia del plano militar.

https://statcounter.com/p9855920/summary/?account_id=5010671&login_id=5&code=04cc75d5c916a6b15c57c4f2073afbf4&guest_login=1

 

EL MUNDO

EL TIEMPO