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 “La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos”. General Antonio Maceo y Grajales

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Esteban Fernández Roig

El niño es cómo una esponja, todo lo escucha, todo lo capta, todo lo absorbe.

Jamás olvida un desaire, y recuerda a todo aquel que le puso atención y lo respetó.

Dedicarle muchas horas durante su vida infantil a jugar con él a las damas, al monopolio, al parchí, a los yaquis, compartir, reír, participar en sus juegos  es vital y eterno en la memoria del muchacho.

No existe un solo adulto, un solo ser humano, que no detesté y recuerde con desagrado cuando escuchó el pesado: “Los niños hablan cuando las gallinas meen”…

El niño llega hasta a agradecer aquella delicada nalgada dada por la madre y de lejos escucharla decirle al padre: “Me duele más la mano a mi que las nalgas  al niño”…

Inolvidable es para el niño ser tratado cómo si fuera un hombre hecho y derecho.

Que delicioso es para un muchacho que le pregunten: “¿Qué tú opinas sobre eso?” Y acto seguido que las personas mayores escuchen detenidamente y con toda atención la opinión del imberbe.

Que bellos es sentirse acompañado en el  deporte favorito, ser aplaudido  tras un  “hit” y recibir ánimos al poncharse.

Hacerlo sentir cuidado sin hacerlo sentir débil, y que  invariablemente un regaño vaya acompañado por 100 felicitaciones y congratulaciones.

Y al final de la jornada, ese niño reciproca el buen trato, y cuando menos los padres lo esperan, dicen cosas preciosas cómo: “¿Te acuerdas, papi, cómo me enseñaste a montar la bicicleta?”

Y diciéndole a su cónyuge: “Mi madre siempre me hacía una deliciosa sopita de pollo cuando me enfermaba”…

Puede un hombre recibir mil trofeos, 20 ascensos en su trabajo, llegar a ser millonario, pero nada se compara con el recuerdo del gesto de su madre con una cucharita en sus manos diciéndole: “Mira, aquí viene el avioncito”..

 

 

 

 

 

Por Esteban Fernández Roig

 

Gracias a la radio, la televisión, el cine y los muñequitos, vivíamos  rodeados de “animales” que en nuestras mentes infantiles convertíamos en héroes. Mi favorito, sin lugar a dudas, era “El Pájaro Loco”, en la “foto”…

“Cariño le tomamos a los perros “Lassie” y “Rin Tin Tin”.  El caballo “Ligero” y el perro “Campeón” de Leonardo Moncada eran admirados por toda la muchachada de Cuba.

“Súper ratón” y el “ratón Miquito”eran ídolos durante nuestra imaginativa niñez. Héroes eran el León, el Alacrán, el Tigre y el Elefante, símbolos de nuestros equipos de béisbol.

Cierro los ojos y todavía me parece escuchar a “Azabache, Centella y Tormenta” los caballos de los Tres Villalobos relinchando y trotando por el Valle del Ayatimbo.

“Yeti” le puse a mi perra por la admiración que sentía por la pantera roja de “Taguari”…

Nos encantaban “Pluto”, el “Pato Donald” y “Rico Mac Pato”. Sin olvidar jamás a “El gato y el ratón”, y “Tabaquito” el caballo del viejito Tobías. Mientras mucho miedo nos daban  “King Kong y Godzilla”…

Linda y muy querida era la mona de Tarzán “Chita”, nos encantaba escuchar el  rugido  del  “León de la Metro” al comenzar  una película, tremenda emoción nos causaba “Trigger” el caballo de Roy Rogers. Y nunca olvidamos al “Gato Félix ni a Bambi”…

Sin olvidar nunca  al  “Gallo de Morón” , a “la Mula que tumbó a Genaro”, “la chiva ética y peletica”, al “Burro de Bainoa”, a “Tribilín Cantore” y las “Urracas Parlanchinas”…

 

 

 

 

Por Esteban Fernández Roig Jr.

 

¿Se acuerdan de aquella época de puertas y ventanas abiertas de noche y de día, de par en par?

Las familias se sentaban en los portales a conversar entre ellos y saludaban a los que pasaban por las aceras. Y tremenda alegría era pasar por los portales y saludar a  los residentes.

Las visitas (a cualquier hora) eran recibidas con muestras de inmensa alegría. Si llegaban a las horas de almuerzo o cena rápidamente mandaban a poner otros platos en la mesa para los visitantes.

Si usted llegaba al campo un domingo  y visitaba al más humilde bohío te brindaban un plato de arroz con pollo… Durante las Navidades un buen trozo de lechón, con arroz, frijoles y yuca.

No hacía falta un contrato, solo un compromiso sellado con un estrechón de manos.

La única discriminación era con los pesados y los delincuentes.

Cartas llegaban a las casas sin dirección, solo el nombre y tres letras E.S.M.  que querían decir “En sus manos”…

Le dábamos  a la manigueta del teléfono, nos respondía una Operadora  y le decíamos: “Señorita, comuníqueme con la Imprenta Valdés”…

No teníamos que buscar ni llamar a las personas con oficios porque constantemente tocaban a nuestras puertas ofreciendo sus servicios.

Personas que apenas conocíamos podían sentarse en nuestras salas a ver la televisión.

Elegantes íbamos los domingos al parque y los guajiros parecían hacendados, si había una discusión era entre Habanistas y Almendaristas.

Sin divergencias entre Católicos y Protestantes, los hijos de los machadistas, grausistas, priistas, batistianos éramos amigos.

Nadie se alarmaba ante una llamada telefónica a deshora, nadie se asustaba ante un vagabundo, nadie se aterrorizaba si alguien tocaba a nuestra puerta a las 12 de la noche.

 

 

 

 

Por Esteban Fernández Roig

 

Detesté la cuna y odié el corral. De ambos, un inolvidable día, logré brincar sus barandillas y escaparme.

Y “¿ahora qué hago?” Pensé. Ya sabía que el hombre del tabaco Pita  (al cual le decía “papi”) se había ido temprano a trabajar en el Ayuntamiento.

Miré para todos lados y no ví a  “mami”. Y me lancé a gatear sin rumbo fijo.

De pronto, me llené de valor y me paré, comencé a caminar dando tumbos como un borracho.

Escurridizo le pasé cerca a mi madre que estaba en la saleta planchando y escuchando en la radio “La Novela del Aire”…

Llegué a la sala y vi dos sillones, cuatro sillas de mimbre, una mesita sosteniendo un búcaro con unas rosas blancas.

Increíblemente logré arrastrar una silla, me encaramé en su respaldar y miré por la persiana.

Lo primero que vi pasar fue a una jovencita bonita rumbo al colegio. Después me enteré que se llamaba Estrellita  y su hermano Emilio Garcés dice que todavía vive en el barrio y tiene 90 años.

Sorprendido (como si hubiera cometido un pecado) vi a mi padre entrar, pero no lució bravo.

Me dijo: “Bájate de ahí, muchacho malcriado, pareces un chivo maromero ¿tú no sabes qué mirar por las rendijas es cosa de viejas chismosas?”

Mi madre se acercó y suplicante le pregunté: “Mami ¿cómo me bajo de aquí?” Se sonrió y respondió: “Bájate de la misma forma en que subiste”…

Ellos se miraron, se pusieron de acuerdo y me dieron una brillante idea que no se me había ocurrido: “La próxima vez abre la puerta y juega en el portal”…

 

 

 

 

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