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“Sabe que yo estaré contigo siempre; si, hasta el final de los tiempos” Jesucristo

  

 

 

 

 

Pbro. Cecilio de Miguel Medina

Director de Pastoral

Universidad Católica de la Santísima Concepción

 

Los emperadores Licinio y Constantino en reuniones tenidas en Milan en febrero del 313 establecen que “a todos los súbditos, incluidos expresamente los cristianos, se les autoriza  a seguir libremente la religión que mejor les pareciera”. Se superaba el decreto con el que Galerio unos años antes toleraba a los cristianos.

Celebramos este año el décimo séptimo aniversario del decreto por el que los cristianos pudieron vivir, sin  dejar de ser cristianos.  Los emperadores Licinio y Constantino daban ese “Edicto de Milán”, uno para Oriente y otro para Occidente,  y con él, los cristianos irían ascendiendo la escala de los cargos en el Imperio. De hecho uno de los mismos emperadores que concedieron el decreto al que nos referimos, terminó siendo cristiano y concediendo a la Iglesia tantas donaciones que serían los cimientos del poder temporal que pasados los años tendría la Iglesia.

Su misma madre que figura entre los santos, santa Elena, sería una de las personas  que   ejercerían su influjo para que pasados unos años, la religión que fue perseguida en un intento de ahogarla en sangre, terminara siendo la única opción religiosa que daban a sus súbditos los mismos emperadores: nos estamos refiriendo al decreto Cunctos Populos con el que el emperador Teodosio declaraba a la Iglesia Católica la única religión que podía seguirse en los dominios del imperio. En tres siglos se había pasado de ser una religión proscrita, a ser la única apoyada desde el poder civil mismo, hasta el punto de quedar prohibidas las demás.

Con  ese decreto del 313 comenzaba la Iglesia un caminar, que hoy se considera ideal para que la Institución fundada por Jesucristo para continuar su obra salvadora en medio de los hombres, pudiera llevarse a cabo.

Podríamos decir que lo que luego obtendría la Iglesia cuando fue declarada por el poder civil como la religión exclusiva sentó las bases para una historia atormentada. Esa confusión y mezcla del poder civil y el religioso dio origen a realidades de las que hoy no podemos enorgullecernos.

Con el decreto del 313, aparecía en la Historia de la Iglesia un elemento  que hoy se considera decisivo para la buena organización política de la sociedad civil: la “libertad religiosa “. Sería otro gran obispo. San Ambrosio de Milán  quien años más tarde expresara dos muy claras enseñanzas: los cristianos tienen que ser los más leales servidores de la autoridad civil, y ésta debía dar las garantías para que cada uno de los súbditos gozaran de la más plena libertad en el terreno de lo personal y lo social. Como indicábamos más arriba, fue una pena que se diera luego el paso para hacer de la religión cristiana la única religión del estado.

LIBERTAD RELIGIOSA EN EL CONCILIO VATICANO II

A los cincuenta años del Concilio hacemos referencia a uno de sus documentos, relacionados con el tema y que sigue produciendo “resquemor” en muchos. Nos estamos refiriendo a la Declaración “Dinitatis Humanae”.

Es bueno recordar que pertenece a la clase de documentos de menor rango  emanados del Concilio: el primero ocupado por las  Constituciones, que fueron cuatro; vienen después los Decretos, y figuran como tratadas y aprobadas por el Concilio las Declaraciones.

Una de las tres declaraciones aprobadas, la Dignitatis Humanae,  no es el documento más importante del Concilio, ni el más largo, pero sí fue el más discutido en el aula conciliar;  fue aprobado el 7 de diciembre de 1965 por 2.038 votos a favor y 70 en contra. Fue muy bien recibido por los medios de comunicación social captando la atención de la comunidad política internacional y del resto de las iglesias cristianas y de otras religiones.

https://www.ucsc.cl/blogs-academicos/edicto-de-milan-del-ano-313/

(7 de Junio de 1494)

 

Te explicamos qué fue el Tratado de Tordesillas, sus características, causas y consecuencias. Además, cuándo fue abolido y dónde se conserva.

¿QUÉ FUE EL TRATADO DE TORDESILLAS?

El Tratado de Tordesillas fue un pacto firmado el 7 de junio de 1494 entre la corona española (los reyes Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) y la corona portuguesa (el rey Juan II de Portugal), con el fin de establecer límites mutuos a las zonas de exploración y conquista que cada reino tendría en el llamado Nuevo Mundo, o sea, en el continente americano. El nombre del tratado proviene de la localidad en que fue suscrito, Tordesillas, ubicada en la actual provincia de Valladolid, en España.

El propósito de este tratado era preservar la paz recientemente establecida entre los reinos de España y Portugal, luego de que la firma del Tratado de Alcáçovas en 1479 pusiera fin a la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479). La situación entre ambos reinos era tensa, debido a la competencia mutua por el control marítimo del Atlántico y de las costas africanas, y el regreso en 1493 de la expedición de Cristóbal Colón del Nuevo Mundo revivió la rivalidad entre ambos reinos por el control de los territorios recién descubiertos.

El Tratado de Tordesillas, así, estableció las bases para el reparto de los nuevos territorios, a través de una línea imaginaria trazada a 370 leguas de las islas de Cabo Verde, separando las áreas de influencia de ambos reinos y garantizando que ninguno se entrometería en los asuntos coloniales del otro.

El tratado tuvo éxito en impedir la confrontación entre españoles y portugueses, aunque estos últimos lo violaron de manera sostenida al expandir las fronteras de su colonia brasileña hacia el oeste, bajo el pretexto de que empleando los instrumentos de la época, era muy difícil fijar los meridianos con exactitud. Además, entre 1580 y 1640 el tratado perdió sentido práctico, al estar las coronas de España y Portugal en manos del mismo monarca español de la Casa de Austria. Finalmente, fue abolido en 1750, con la firma del Tratado de Madrid.

CARACTERÍSTICAS DEL TRATADO DE TORDESILLAS

El Tratado de Tordesillas se caracterizó por:

    Se firmó en 1494 en la localidad española de Tordesillas, con la presencia de los representantes de la corona española y portuguesa.

    Garantizó el reparto de las tierras americanas, obligando a ambos reinos a respetar las rutas marítimas asignadas, que iban del cabo de Buena Esperanza al Nuevo Mundo, en el caso portugués, y de las costas españolas a las Antillas, en el de España.

    Fue un tratado relativamente exitoso, aunque difícil de aplicar al pie de la letra, que estuvo vigente hasta la firma del Tratado de Madrid en 1750.

    El día de la firma del Tratado de Tordesillas se firmó también una delimitación pesquera entre el cabo Bojador y el Río de Oro, y los límites del Reino de Fez en el norte de África.

CAUSAS DEL TRATADO DE TORDESILLAS

    La tensa rivalidad entre las monarquías de España y Portugal, recientemente enfrentadas durante la Guerra de Sucesión Castellana, y la ambición de ambos imperios por expandirse hacia el oeste, sobre las tierras recién descubiertas por Colón. Esto obligaba a firmar algún tipo de acuerdo, para evitar nuevas guerras y enfrentamientos que debilitaran ambos reinos.

    La separación de las carabelas de Colón en su retorno a Europa, debido a una tormenta en el Atlántico, hizo que La Pinta, comandada por Pinzón, llegara a Galicia antes que su acompañante, La Niña, en donde viajaba Colón. Esta última atracó en Lisboa luego de hacer escala en la isla portuguesa de Santa María, en las Azores. Allí el rey Juan II interrogó a los marineros y supo todo sobre el hallazgo del Nuevo Mundo, y se dispuso inmediatamente a reclamar la posesión de dichas tierras.

    La promulgación por parte del papa Alejandro VI, amigo de la corona española, de las llamadas Bulas Alejandrinas, en las que otorgaba a España el derecho de propiedad sobre las tierras y mares ubicados a 100 leguas al oeste de las islas de las Azores y Cabo Verde, y amenazaba con la excomunión a quienes incursionaran sin permiso español en esos territorios. Esto enfureció al monarca portugués, ya que su reino quedaba excluido de la colonización americana.

    La dificultad para cartografiar y medir geográficamente el nuevo continente con los instrumentos de la época daba lugar a inexactitudes y confusiones. El Rey de Portugal, por ejemplo, estaba convencido de que las islas recién descubiertas por Colón en el Nuevo Mundo estaban al sur de las islas Canarias y que, por lo tanto, le pertenecían legalmente, de acuerdo a lo establecido en el Tratado de Alcáçovas.

TÉRMINOS DEL TRATADO DE TORDESILLAS

El Tratado de Tordesillas tenía el propósito de delimitar y organizar las áreas de influencia colonial de cada reino en el Nuevo Mundo, y para ello fijaba una línea imaginaria trazada de un polo hasta el otro a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. A España le correspondía el derecho de exploración y conquista de todo lo que estuviera al oeste de dicha frontera, y a los portugueses les tocó todo el terreno al este, con el añadido de que ninguno de los dos reinos podía enviar expediciones hacia el territorio asignado al otro.

Además, a los barcos españoles se les otorgaba libertad y seguridad de tránsito por las aguas portuguesas cuando navegaran hacia América, siempre que siguieran una línea recta hacia sus respectivos destinos. Y por último se acordó, dado que un nuevo viaje de Colón estaba ya en marcha, que hasta el 20 de junio de 1494 España tendría derecho de propiedad sobre las tierras e islas descubiertas entre las 250 y 370 leguas desde Cabo Verde, cosa que no sucedió dado que en el segundo viaje Colón no se aproximó a Suramérica.

El tratado se firmó en Tordesillas y se ratificó luego de 100 días por firma de los monarcas de cada reino, y en sus términos se establecía que sería enviado para su confirmación por la Santa Sede de Roma, dado que alteraba los términos establecidos en las Bulas Alejandrinas. Sin embargo, el Papa Alejandro VI nunca lo confirmó, sino su sucesor Julio II, en 1506, mediante la bula papal Ea quae pro bono pacis.

CONSECUENCIAS DEL TRATADO DE TORDESILLAS

    Los Reinos de España y de Portugal continuaron sus labores expedicionarias y coloniales en el Nuevo Mundo sin confrontaciones militares abiertas entre sí. Los nuevos límites trazados permitieron a Portugal explorar y colonizar toda la costa oriental de Suramérica, estableciendo allí las colonias que luego darían lugar a Brasil.

    El tratado establecía que la línea limítrofe se determinaría mediante una expedición conjunta que nunca se llevó a cabo. Además, los términos del tratado eran tan inexactos en materia geográfica, y las herramientas y conceptos de la época estaban tan poco estandarizados, que cada quien lo interpretó a su manera y conveniencia. Esto permitió a los portugueses correr las fronteras de su territorio hacia el oeste a lo largo del tiempo, apelando a mapas inexactos o falseados intencionalmente.

    Las inexactitudes propias del tratado, así como su suspensión durante los años en que ambas coronas estuvieron unificadas, permitieron la expansión portuguesa más allá de los límites establecidos y son la causa de que el territorio brasileño sea, en la actualidad, el más extenso de Suramérica.

ABOLICIÓN DEL TRATADO DE TORDESILLAS

El Tratado de Tordesillas quedó sin efecto en 1750, cuando el Reino de España y el Reino de Portugal firmaron en su lugar el Tratado de Madrid. También se anularon con este nuevo pacto los tratados de Lisboa, Utrecht y la escritura de venta otorgada en Zaragoza.

Sin embargo, el Tratado de Madrid fue, a su vez, anulado con la firma del Tratado de El Pardo en 1761, en el cual se restableció la línea imaginaria del Tratado de Tordesillas. Finalmente, en 1777, dicha línea fronteriza se anuló definitivamente con la firma del Tratado de San Ildefonso.

EL TRATADO DE TORDESILLAS EN LA ACTUALIDAD

Los documentos firmados en el Tratado de Tordesillas residen hoy en día tanto en el Archivo General de Indias en España, como en el Archivo Nacional de la Torre do Tombo en Portugal, y han sido reconocidos por la Unesco como parte del Registro de la Memoria del Mundo.

https://concepto.de/tratado-de-tordesillas/#ixzz81zpynQAR

Por Hilario Gómez Safigueroa

 

Quizás una de las cosas más sorprendentes de la etapa final de la historia del Imperio Bizantino es la extremadamente larga y patética agonía a la que se vio sometido. Arruinado por las guerras civiles y la peste, despedazado por las ambiciones de serbios, búlgaros, latinos y turcos otomanos, víctima de una imparable desvertebración social y, en consecuencia, privado de los mínimos recursos económicos y humanos necesarios para asegurar su supervivencia, el Imperio de Bizancio entró en el siglo XV reducido a lo que quedaba de una capital una vez esplendorosa, algunas ciudades tracias y parte del Peloponeso. Fuera de la autoridad del basileo quedaban el ducado de Atenas, unas cuantas islas en manos italianas y el Imperio de Trebisonda.

Con los turcos expandiéndose a su antojo en todas direcciones desde mediados del siglo anterior, y sin una acción militar coordinada, contundente y decisiva por parte de las potencias cristianas, el fin de la Romania parecía inminente, y sólo se salvó in extremis del sitio turco en 1402 gracias a la providencial irrupción de los mongoles en Asia Menor, que desarticuló el dominio otomano en Anatolia y provocó una crisis sucesoria entre los hijos del sultán Bayaceto que tardaría veinte años en resolverse a favor de Murad II (1421-1451). Asentado en el Trono, Murad lanzó a sus soldados contra Constantinopla en 1423, pero la falta de máquinas de asedio, la insuficiencia naval y los problemas internos hicieron que el desfalleciente Imperio pudiese mantenerse precariamente a flote tres décadas más. Sería el hijo y sucesor de Murad, el joven Mohamed II (1451-1481), el que -decidido a poner punto y final a aquel anacronismo histórico situado en el centro de sus dominios- movilizase todos sus recursos económicos y militares con un único objetivo: tomar Constantinopla. Iniciado el asedio por mar y tierra a principios de abril de 1453, la ciudad fue tomada al asalto el 29 de mayo de 1453.

¿Cómo eran las fuerzas enfrentadas en esas dramáticas jornadas? ¿Cuántos hombres se vieron implicados? Vamos a trazar un breve esbozo sobre los ejércitos turco y cristiano en los últimos días de la Constantinopla bizantina de la primavera de 1453.

LOS SITIADORES

El ejército otomano

El creador del ejército turco que protagonizó la primera expansión otomana en Europa fue Orján (1326-1369) que, además, reestructuró el Estado otomano y creó una moneda propia. En lo que al ejército respecta, su objetivo era el disponer de una fuerza militar eficiente y profesional, un paso adelante con respecto a la caballería ligera irregular que hasta ese momento habían formado la base de las fuerzas turcas. Orján las reorganizó sobre cuatro pilares: una milicia regular de carácter feudal (los timar y ziamet), en cierta manera similar a las antiguas milicias de los themas bizantinos; los contingentes sipahis, que constituían el grueso del ejército (infantería, servicios generales...); los bashi-bazuk o irregulares dedicados al pillaje, y finalmente los famosos regimientos jenízaros, la élite del ejército. Estos últimos constituían una fuerza permanente y profesional de infantería, formada por jóvenes cristianos entregados por sus familias como tributo forzoso. Educados en una estricta fe islámica y una férrea formación militar, dependían única y exclusivamente del sultán, por el que luchaban con fanatismo. Los jenízaros participaron tanto en las campañas de conquista como en las guerras civiles bizantinas del siglo XIV, y fueron reorganizados por Murad, quien fijó su número en 20.000. En la toma de Constantinopla participaron -según el arzobispo de Lesbos, Leonardo de Quíos, contemporáneo pero no testigo directo de los hechos- unos 15.000, siendo su papel determinante, como en tantas otras ocasiones.

¿Cuántos hombres llevó Mohamed II ante las murallas de Constantinopla? Tomemos como guía el clásico de Runciman La caída de Constantinopla -cuyas notas son tan interesantes como el texto principal- y veremos que las fuentes medievales, en especial las griegas, dan cifras desorbitadas

Pues bien, excepto en el caso de Barbaro, todas las cantidades que acabamos de ver son manifiestamente exageradas; tal y como afirma F. Babinger, un estudioso alemán de la primera mitad del siglo XX, por simples razones demográficas los turcos otomanos no podrían haber movilizado más de 80.000 efectivos regulares para una campaña.

Soldados otomanos

Pero además hay que tener en cuenta que en un dispositivo militar relativamente sofisticado como el otomano, no todos los integrantes de un ejército eran combatientes. Un porcentaje nada desdeñable estaba compuesto por vivanderos, ingenieros militares, herreros, médicos, marinos, peones, caballerizos, carpinteros, forrajeros, escribas, ordenanzas...; así que quizás no fuesen mucho más de 60.000 los combatientes regulares disponibles para operaciones militares, y de éstos una parte también importante estaría comprometida en tareas secundarias de patrulla en la retaguardia, vigilancia de caminos y estrechos, protección de campamentos, etc. Teniendo en cuenta que las murallas terrestres de Constantinopla se extendían a lo largo de 5,6 km., y que era preciso controlar también el frente marítimo y sectores anexos como Gálata (en manos de los genoveses, que procuraron mantenerse neutrales), no causa ya tanta extrañeza que los defensores pudieran resistir casi dos meses. Y también se entiende que el sultán tuviese la precaución de lanzar siempre por delante de sus valiosas tropas regulares a los irregulares a los que hemos hecho mención con anterioridad, auténtica carne de cañón desechable. Y hablando de cañones...

La artillería otomana

Mohamed II no dejaba de interesarse por las novedades de la tecnología militar y el poder de la flamante artillería no le pasó por alto. El antes mencionado Nicolò Barbaro afirma que los otomanos disponían de unos 12 grandes cañones. El mayor de ellos era tan pesado (aproximadamente, unas 9 toneladas) que su desplazamiento desde la fundición de Adrianópolis hasta Constantinopla fue encomendado a una compañía de 100 hombres y a un tiro de 15 pares de bueyes. Este monstruo de bronce tenía una longitud de 8 metros, su grosor era de 20 centímetros y su diámetro oscilaba entre los 80 centímetros en la culata a 240 centímetros en la boca

La artillería otomana comenzó a bombardear las murallas el 6 de abril y no dejó de hacerlo hasta el final del sitio, realizando una media de 100-120 disparos al día. Como consecuencia, considerables porciones de la muralla exterior fueron reducidas a ruinas, a lo que se sumó el efecto de las operaciones de minado y contraminado practicadas por los contendientes. A pesar de todo, la resistencia del triple cinturón de murallas y la determinación de los defensores hizo que, al final, la toma de Constantinopla tuviera que decidirse en el cuerpo a cuerpo.

La flota turca

Una de las bazas que permitió a los bizantinos sortear los múltiples asedios a los que se vio sometida la capital a lo largo de los siglos fue su dominio del entorno marítimo. Pero en esta ocasión Mohamed -que siempre sintió gran interés por el estado de su flota y procuraba nombrar él mismo a los oficiales de ésta- no estaba dispuesto a que el flanco naval escapase a su control y se convirtiese en su talón de Aquiles, así que, antes de iniciar el sitio de Constantinopla, dispuso que una gran flota se concentrase en Gallípoli. Allí había de todo: viejos navíos y flamantes bajeles, fustas (botes grandes dotados de una vela), birremes, trirremes, galeras con remos y sin remos, grandes barcazas de transporte, mercantes...

Conviene mencionar aquí, como curiosidad, un dato que suele desconocerse, y es que buena parte de los remeros de los barcos turcos no eran esclavos cristianos, sino voluntarios atraídos por la paga que recibían.

Los sitiados

Cuando comenzó a hacerse evidente la voluntad otomana de tomar Constantinopla, el emperador Constantino XI (1448-1453) ordenó que se realizara un rápido censo con el objetivo de evaluar los recursos humanos disponibles para la defensa. El resultado fue desolador. En aquel momento, Constantinopla estaba habitada por apenas 50.000 personas, dispersas en núcleos de población aislados por campos de cultivo y descampados, cuando en sus momentos de gloria, en los siglos VI y XII, había alcanzado los 500.000 habitantes. Lo que antaño había sido un poderoso ejército imperial, de más de 150.000 hombres, estaba ahora reducido a una pequeña fuerza de entre 1.000 y 1.500 soldados, a lo que se sumaban pequeños contingentes de las colonias latinas. Con grandes esfuerzos pudo levantarse una fuerza de unos 8.000 hombres

Y esto era todo. La desproporción entre los dos bandos era abismal, pero los defensores sabían que tenían muy poco que perder una vez que Constantinopla rechazó la rendición incondicional. Según la tradición islámica, las poblaciones que se rendían sin oponer resistencia eran respetadas y todo se arreglaba con una indemnización de guerra, pero cuando había resistencia no se daba cuartel y a los vencidos sólo les esperaba el pillaje, la esclavitud y la muerte. Por eso lucharon con tanta fiereza, haciendo morder el polvo en más de una ocasión a las tropas del sultán.

Pero el 24 de abril los turcos transportaron por tierra sobre plataformas tiradas por yuntas de bueyes casi la mitad de sus barcos hasta el Cuerno de Oro, permitiendo así un bloqueo más eficaz. En la madrugada del 29 de mayo de 1453, tras el fracaso de un ataque turco en las cercanías de la Puerta de San Romano, Mohamed decidió que había llegado el momento del asalto final. Las primeras embestidas de los jenízaros fueron rechazadas, pero un error de los defensores (un portón en la muralla de Blaquernas que quedó mal cerrado tras una salida de hostigamiento de los defensores) fue aprovechado por los otomanos para introducir un pequeño contingente, cuya presencia desconcertó a los cristianos. En ese momento Giustiniani resultó herido y su ánimo se quebró. Considerando que ya había hecho más que suficiente y que toda resistencia era fútil, ordenó a sus hombres que le retiraran del campo de batalla, a pesar de los ruegos del emperador. Conocida la noticia, cundió el pánico, la resistencia se desorganizó y los turcos ampliaron la brecha, penetrando en masa. Fue el fin de Bizancio.

Los que pudieron (entre ellos Giustiniani, que moriría en Quíos a consecuencia de sus graves heridas), escaparon en unos pocos barcos que se las arreglaron para sortear el bloqueo otomano, pero otros decidieron combatir hasta el final, entre ellos el propio emperador Constantino que, en un gesto poco frecuente en la Historia y que dignificó a toda su dinastía, se desprendió de las insignias imperiales y se lanzó contra las fuerzas enemigas en compañía de su primo Teófilo Paleólogo, de su amigo Juan Dálmata y de Francisco de Toledo. Murió combatiendo, junto a otros 3.000 ó 4.000 bizantinos y latinos que sucumbieron ese día, según la fuente que se escoja. A pesar de los intentos del sultán, su cuerpo nunca pudo ser identificado con seguridad.

Durante tres días se sucedieron el pillaje y los asesinatos. Sólo fueron respetadas las zonas de Constantinopla que se rindieron sin oponer resistencia. Pero una vez saciadas las tropas, Mohamed decidió que ya había sido suficiente y que tocaba la hora de la reconstrucción. No había prisa para hacerse con el resto de los diminutos territorios griegos y latinos, que serían tomados en los años siguientes. El Imperio Romano de Oriente había muerto, pero de sus cenizas surgió otro, el Imperio Otomano, que perduraría casi cinco siglos. https://www.cervantesvirtual.com/portales/la_caida_de_constantinopla/sitiadores_y_sitiados/

 

 

Una Breve Historia de los

Derechos Humanos

 

Podría decirse que la Carta Magna o la “Gran Carta”, fue la influencia primitiva más significativa en el extenso proceso histórico que condujo a la ley constitucional actual en el mundo de habla inglesa.

En 1215, después de que el rey Juan de Inglaterra violara un número de leyes y tradiciones antiguas con que se había gobernado Inglaterra, sus súbditos lo forzaron a firmar la Carta Magna, la cual enumera lo que después vino a ser considerado como los derechos humanos. Entre ellos estaba el derecho de la iglesia a estar libre de la intervención del gobierno, los derechos de todos los ciudadanos libres a poseer y heredar propiedades y que se les protegiera de impuestos excesivos. Estableció el derecho de las viudas que poseían propiedades para decidir no volver a casarse, y establece principios de garantías legales e igualdad ante la ley. También contenía disposiciones que prohibían el soborno y la mala conducta de los funcionarios.

Considerada ampliamente como uno de los documentos legales más importantes en el desarrollo de la democracia moderna, la Carta Magna fue un punto de cambio crucial en la lucha para establecer la libertad.

LA PETICIÓN DEL DERECHO (1628)

El siguiente hito reconocido en el desarrollo de los derechos humanos fue la Petición del Derecho, elaborada en 1628 por el Parlamento Inglés y enviada a Carlos I como una declaración de libertades civiles. El rechazo del Parlamento para financiar la impopular política externa del rey, causó que su gobierno exigiera prestamos forzosos y que tuvieran que acuartelar las tropas en las casas de los súbditos como una medida económica. El arresto y encarcelamiento arbitrarios por oponerse a estas políticas, produjo en el Parlamento una hostilidad violenta hacia Carlos y George Villiers, el primer duque de Buckingham. La Petición del Derecho, iniciada por Sir Edward Coke, se basó en estatutos y documentos oficiales anteriores y hace valer cuatro principios: (1) No se podrá recaudar ningún impuesto sin el consentimiento del Parlamento, (2) No se puede encarcelar a ningún súbdito sin una causa probada (reafirmación del derecho de habeas corpus, del latín, "que tengas el cuerpo”, derecho que determinaba un plazo limite para resolver si se arresta a un detenido), (3) A ningún soldado se le puede acuartelar con los ciudadanos, y (4) No puede usarse la ley marcial en tiempos de paz.

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