(1868-1878)
Guerra de los Diez Años o como se le conoce también Guerra Grande o Guerra del 68 (1868-1878). Fue la primera de las tres guerras de independencia ocurridas en Cuba en la segunda mitad del siglo XIX con el objetivo de lograr la independencia de la colonia sobre la metrópoli española. La guerra comenzó con el Grito de Yara, en la noche del 9 al 10 de octubre de 1868, en la Finca La Demajagua, que pertenecía a Carlos Manuel de Céspedes, quien reúne a los independentistas cubanos listos a sublevarse, y libera a sus esclavos invitándolos a unirse a su lucha, pronunciando el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba[2]. Con esta primera acción se iniciaba el periodo revolucionario de Guerras de Independencia de Cuba.
Durante la primera mitad del Siglo XIX la clase esclavista de los terratenientes cubanos, trató de resolver sus problemas económicos, políticos y sociales a través de diferentes vías: unas veces fue anexionista y otras muchas reformistas; además se produjeron manifestaciones independentistas, cuyo máximo exponente fue Félix Varela.
Diferente a las acciones de primera mitad del siglo, esta guerra tuvo un carácter anticolonialista, antiesclavista y de liberación nacional. Además desde el punto de vista cultural ayudó a que el sentimiento de nacionalismo se afianzara. Se luchó por el progreso de la economía y sociedad, por lo que tuvo un carácter contracultural (procedió de una subcultura que se convirtió en un movimiento contracultural que trataba de derribar a una cultura hegemónica que representaba una traba para el desarrollo de Cuba y del mundo).
Durante la Guerra de los Diez Años surgieron grandes jefes revolucionarios, que jugaron un gran papel histórico en las posteriores guerras y en la definitiva independencia de Cuba, como José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez, José Maceo, Ignacio Agramonte, Calixto García, Vicente García González, entre otros.
Las acciones combativas terminaron diez años más tarde con la Paz de Zanjón o Pacto del Zanjón [3]. Este acuerdo no garantizaba ninguno de los dos objetivos fundamentales de dicha guerra: la independencia de Cuba, y la abolición de la esclavitud.
Cuba en 1868
Hacia 1868 la agudización de las contradicciones existentes en el país hace que el sector más revolucionario de los terratenientes cubanos se plantee la búsqueda de una salida por la vía independentista.
El país se encontraba ante una posible crisis sin solución bajo la dominación española. Por un lado, la existencia de la esclavitud en la industria azucarera se había convertido en un freno; además, la crisis económica mundial de 1857 y posteriormente la de 1866, habían dejado de sentir con fuerza sus efectos en la economía del país al provocar la caída de los precios del azúcar. También afectó a la economía la supresión casi total de los créditos, en momentos en que se exigía un intenso proceso inversionista para modernizar técnicamente la producción azucarera. Sin embargo, España no hacía caso de estas necesidades económicas de la Isla. Sacudida también por los efectos de la crisis económica, trató de resolver sus dificultades a costa de sus colonias.
En aquella época, el gobierno español se encontraba enfrascado en algunas aventuras bélicas con el objetivo de reconquistar territorios latinoamericanos y el costo de ellas recaía, en gran medida, sobre Cuba. La utilización del presupuesto cubano en asuntos de interés para la corona española, pero completamente ajenos a las necesidades de los criollos, era otro de los males emanados de la dominación española. Las circunstancias de explotación económica en que España mantenía sumida a la Isla evidencian un agravamiento superior al habitual, que se hacía particularmente crítico en la zona oriental y central del país.
Las diferencias entre la situación económica de las regiones de Cuba desempeñaron un papel determinante en la lucha independentista. Las zonas Oriental y del Centro, con menos ingenios y un reducido número de esclavos, atravesaban por una situación crítica de endeudamiento y ruina de la mayoría de sus terratenientes, que se convirtieron rápidamente en partidarios decididos de lucha contra España; no obstante, esta no era una situación uniforme para todo el territorio, en regiones como Guantánamo con gran concentración de ingenios y esclavos, del mismo modo que los ricos terratenientes occidentales asumieron una postura reaccionaria por temor a que la guerra les hiciera perder sus riquezas.
Otros sectores sociales como los profesionales, pequeños propietarios y trabajadores libres: artesanos y campesinos, eran más afectados por las condiciones de explotación colonial y discriminados por ser pobres, criollos y además, por el color de su piel. La masa esclava, que hacia 1868 constituía la tercera parte de la población, soportaba el mayor rigor y carecía de todos los derechos.
La colonia era mantenida como una mera fuente de de ingresos fiscales y los cubanos estaban desprovistos de todo tipo de derechos políticos. La contradicción entre la colonia y la metrópoli se hacía cada vez más aguda, colocándose en un primer plano. El sistema colonial español se había convertido en una insalvable traba para el desenvolvimiento de Cuba, haciendo imposible que los cubanos vieran otra salida a los problemas de la colonia que no fuera la lucha abierta por la independencia.
El Manifiesto proclamado por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, permitió comprobar cómo los cubanos de esa época valoraban la situación y porqué se lanzaron a la lucha. Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio (...).
Céspedes y los hombres que lo secundaron declararon su inquebrantable decisión de transformar la situación existente a través de las armas, como única vía de alcanzar las libertades económicas, políticas y sociales a que tenían derecho como pueblo que comenzaba a forjarse como nación. La grave situación que vivía Cuba, condujo a la decisión de luchar contra la dominación española, y ambos factores anunciaron el surgimiento de una situación revolucionaria.
El sector más radical y revolucionario de los terratenientes cubanos había comprendido que para luchar exitosamente contra España por la independencia de Cuba debía antes darle la libertad a los esclavos y estaba dispuesto a hacerlo. Al estallar la guerra arrastró tras si a campesinos, artesanos y esclavos, y despertó el patriotismo fervoroso de estudiantes, profesionales e intelectuales y del pueblo cubano en general, cuyo sentimiento nacional se hizo realidad concreta e irreversible en el propio fragor de la lucha contra el dominio de España.
Causas Políticas
España no permitía a los cubanos ocupar cargos públicos y negaba a los cubanos el derecho de reunión como no fuera bajo la supervisión de un jefe militar.
Era ilegal formar partidos políticos.
Fracaso de la junta de información de 1887 y con esto la agudización de las contradicciones colonia-metrópoli unida a la maduración de un pensamiento independentista con figuras como Félix Varela, José Antonio Saco y otros.
Económicas
Existía la esclavitud, que además de ser cruel era un freno para el desarrollo económico de la isla, pues el desarrollo de la tecnología hacia imprescindible el uso de obreros calificados. Cuba estaba siendo afectada por las crisis económicas de los años 1857 y 1866. Las regiones occidentales y oriental tenían diferente situación económica. La región occidental era más desarrollada, tenía más esclavos, mayor producción y más facilidades de comercio que la zona oriental. Esto hacía que muchos hacendados orientales se arruinaran.
España imponía altos impuestos y tributos a su antojo, sostenía un rígido control comercial que afectaba enormemente la economía nacional y utilizaba los fondos extraídos de la isla para asuntos completamente ajenos al interés de los criollos como financiar guerras en el continente (más de la tercera parte del presupuesto nacional). La comprensión de la necesidad de introducir el trabajo asalariado como única vía para hacer avanzar la industria azucarera, y esto nunca se lograría bajo el dominio español. La economía cubana estaba en crisis, solo algunos avances en la industria azucarera, el resto de las ramas estaban estancadas. Grandes contradicciones entre Occidente y Oriente.
Sociales
Marcada división de clases.
La existencia de prejuicios raciales.
No existía la libertad de prensa.
Los esclavos, campesinos, pequeños productores, negros y mulatos libres y otros sectores son sometidos a una doble explotación: funcionarios españoles y terratenientes criollos.
Condiciones subjetivas
Los cubanos agrupados en las logias masónicas (única posibilidad permitida a los cubanos para reunirse), ven la necesidad de enfrentar a España, por lo que inician el movimiento conspirativo, que agrupan a todos los interesados en lograr la independencia de Cuba (Oriente, Camaguey y Las Villas). Integran este movimiento conspirativo: Francisco Vicente Aguilera, Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo, Ignacio Agramonte, Salvador Cisneros Betancourt, Vicente García, Antonio Lorda, Eduardo Machado, Miguel Jerónimo Gutiérrez entre otros.
Estas personalidades cuentan con posibilidades económicas, pero se ven afectados políticamente ya que no tenían derechos y buscan como salida la guerra. De esto se comprende que no los mueve el factor económico, sino su conciencia patriótica. Estas personalidades son los llamados terratenientes radicales que fueron los que iniciaron la lucha a través del movimiento conspirativo, llegando a diferentes acuerdos en varias reuniones. Aunque están de acuerdo en iniciar la guerra, unos la querían rápido (Céspedes y orientales) y otros prefieren esperar a que termine la zafra.
Conflicto armado
Inicio de la Guerra
El movimiento estalló el 10 de octubre de 1868[7], al levantarse en armas el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes, uno de los principales conspiradores, quien en su ingenio La Demajagua proclamó la independencia y dio la libertad a sus esclavos a través de un manifiesto histórico, en el cual quedaron reflejadas la decisión, firmeza e ideas del ala más radical de los orientales, que optaron por el único camino posible para lograr sus aspiraciones, derrotar la metrópoli mediante la lucha armada. Ese día se pronunció el grito de ¡Viva Cuba Libre!, se enarboló la bandera y se juró fidelidad a la misma.
Esta acción contó con la participación de 36 patriotas, entre los que figuraron Manuel Calvar, Bartolomé Masó, Ángel Maestre, Juan Fernández Ruz, Emiliano García Pavón, Miguel García Pavón, Juan Hall, Luis Marcano, Manuel Codina, Jaime Santiestéban Garcíni, Francisco Marcano, Félix Marcano, Agustín Valerino, José Pérez, Rafael Caymari, Francisco Javier de Céspedes, Enrique Céspedes y otros.
El movimiento se conoce como Grito de Yara, debido a que así fue dado a conocer por las autoridades españolas, pues el 11 de octubre, las fuerzas independentistas se dirigieron al poblado de Yara, con el objetivo de tomarlo y así demostrar su decisión de luchar con las armas contra España. Al aproximarse a Yara, al oscurecer del propio día, Céspedes envió algunos hombres para comunicarles a los españoles sus propósitos y pedirles que se rindieran sin ofrecer resistencia.
Las autoridades españolas estaban en disposición de aceptar la propuesta. Mientras Céspedes esperaba la rendición, entraron por el rumbo opuesto algunos refuerzos españoles procedentes de Bayamo y se atrincheraron en el cuartel, los techos de las casas y la iglesia. Cuando los patriotas, —que eran unos 200 hombres, de los cuales solo unos pocos tenían armas de fuego— entraron confiados en el poblado y llegaron al centro de la plaza, fueron sorprendidos en la oscuridad por las descargas de la fusilería enemiga.
La tropa cubana se dispersó, y con Carlos Manuel de Céspedes quedaron unos pocos hombres. Alguien, desalentado por este primer revés, exclamó[8]:
— ¡Todo se ha perdido!
A lo que Céspedes con gran entereza respondió:
— ¡Aún quedan doce hombres: bastan para hacer la independencia de Cuba!
La primera acción de guerra había sido un revés, pero Céspedes con su actitud la había salvado. Por el encuentro de Yara entre cubanos y españoles se supo en el mundo que la Revolución en Cuba había comenzado. La insurrección inicial fue el motor impulsor que transmitió la suficiente energía a los posteriores levantamientos de Oriente, Camagüey y Las Villas, que trataron de dar carácter nacional a la lucha armada. El alzamiento de la Demajagua posibilitó, por primera vez, que blancos y negros compartieran ideales y sacrificios, que cientos y miles de esclavos fueran liberados por sus propios amos o por los patriotas insurrectos, que gente de pueblo compartiera honores y responsabilidades en un plano de igualdad con los hombres de la clase rica.
Mientras los españoles de las ciudades, agrupados en los cuerpos de voluntarios, sembraban el terror entre las familias cubanas convirtiéndose en un influyente factor de las decisiones políticas, el ejército colonial avanzaba sobre Bayamo -la capital insurrecta-, que los cubanos tendrían que abandonar, no sin antes reducirla a cenizas como expresión de su inclaudicable voluntad revolucionaria. En tan difíciles condiciones, el movimiento independentista logró unificarse, aprobando en Guáimaro la constitución que daba lugar a la República de Cuba en Armas.
Década de 1870
El Ejército Libertador Cubano, tras meses de duro aprendizaje militar, alcanzó una capacidad ofensiva que se pondría de manifiesto en la invasión de la rica región de Guantánamo por el general Máximo Gómez y las brillantes acciones libradas en las sabanas camagüeyanas por la caballería al mando de Ignacio Agramonte. Pero este avance militar se vio lastrado por las diferencias políticas en el campo revolucionario, las cuales condujeron a la deposición de Céspedes de su cargo de Presidente de la República (1873) e impidieron el tan necesario apoyo en armas y medios de los patriotas emigrados.
Una influencia igualmente negativa ejerció la política de hostilidad hacia los revolucionarios cubanos adoptada por el gobierno de Estados Unidos que, frente a la gesta independentista, prefirió atenerse a su vieja política confiado en que el destino de Cuba gravitaría indefectiblemente hacia el dominio norteamericano.
El empuje militar cubano alcanzó su cenit entre 1874 y 1875, primero con la campaña de Máximo Gómez en Camagüey, jalonada por los victoriosos combates de La Sacra y Palo Seco y la Batalla de Las Guásimas -donde el ejército cubano derrotó una fuerza española de más de 4 000 hombres- y la posterior Invasión a Las Villas por las tropas mambisas al mando del genial general dominicano. Pero el trascendental avance estratégico resultó desvirtuado nuevamente por las disensiones intestinas que, al entorpecer la llegada de vitales refuerzos, posibilitaron que la invasión se empantanase sin conseguir su objetivo de llevar la guerra al rico territorio occidental de la Isla.
Durante el curso de la Guerra de los Diez Años muchas atrocidades fueron cometidas por el gobierno español y por los simpatizadores de España. Entre los incidentes repugnantes perpetrados durante la contienda figuran:
El fusilamiento el 27 de noviembre de 1871 de ocho estudiantes de Medicina por supuestamente haber rayado la tumba de un periodista español.
La captura en aguas internacionales el 31 de octubre de 1873 y la ejecución en serie, empezando el 4 de noviembre, de 53 personas, incluyendo el capitán, la mayor parte de la tripulación y casi todos los insurgentes cubanos, a bordo del Vapor Virginius