Por Esteban Fernández Roig

 

Con alegría arribo a la Sambumbia, en Monte y Cienfuegos, y me subo a la Ruta 33 rumbo a Güines.

El cobrador grita “¡Dale que ya montó!” Le entrego un menudo al  conductor.  Alguien me dice: “¡Pasito alante, varón!” El que venía atrás dijo:”¡Aguanta que falto yo!”

Desde que me montaba en la guagua “Habana- Güines” ya me regresaba el alma al cuerpo. Me sentía como que iba rumbo al paraíso terrenal.  Vaya, 49 KILÓMETROS POR 45¢

Desde la ventanilla veo a La Virgen del Camino, Cuatro Caminos, San Francisco de Paula, El Cotorro, Jamaica (ahí paro para comprar cinco panques, degluto uno y cuatro para llevar) paso por mi querido San José de las Lajas, veo La Gabina  y la alegría iba creciendo.

¿Ustedes han estado en el Cañón del Colorado?  Una vista panorámica preciosa. Bueno, ustedes no me lo creerán pero yo a los cinco minutos dije: “¡Qué bonito, vámonos!”                        

Sin embargo, la escena que les describiré a continuación la repetí más de 100 veces y no hubo una sola vez en que no me emocionara.

La excitación es de ampanga. Si un doctor me hubiera auscultado hubiera dicho que tenía taquicardia.

Porque inmediatamente después que el ómnibus subía a lo más alto de la Loma de Candela y comenzaba el descenso me daba la sensación como que los latidos de mi corazón se sentían en toda la guagua.

 Imposible para el que no nació en La Huerta de Cuba sentir lo que nosotros sentíamos al mirar hacia abajo, al ver en la lejanía, en la distancia, el Valle de Güines, ¡La Villa de maravillas! sus luces, sus  antenas de televisión.

Si ustedes recorrieron los 49 kilómetros durante los años 50’s por 45 kilos y sintieron unos aplausos les aseguro que fueron iniciados por mí.

Y mis aplausos no eran para “Magnesurico”, eran para la tierra que me vio nacer y que producía las mejores y más inmensas papas del planeta Tierra