(1187-1192)

 

Saladino logró la absoluta unión de las facciones musulmanas, y el control político y militar desde Egipto hasta Siria y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. El Reino de Jerusalén, regido por el Rey Leproso, Balduino IV de Jerusalén, y rodeado ya por un solo estado, se vio obligado a firmar frágiles treguas seguidas por escaramuzas, tratando de retrasar el inevitable final. A la muerte del rey leproso, el estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o belicosas.

El fin del Reino de Jerusalén fue provocado por los actos de Reinaldo de Châtillon, bandido con título de caballero que no se consideraba atado por las treguas firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó expediciones de piratas para atacar los barcos de peregrinos que iban a La Meca. El ataque definitivo fue contra una caravana en la que iba la hermana de Saladino, que juró matarlo con sus propias manos.

Declarada la guerra, los ejércitos cristianos fueron aniquilados y conquistó Jerusalén.

La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y en 1187 el papa Gregorio VIII convocó una nueva Cruzada. A la Cruzada pronto se unieron Ricardo, el primogénito del rey de Inglaterra, y Guillermo II, de Sicília. Más tarde también se unió el emperador Federico I Barbarroja, que fue el primero en partir. La respuesta al llamamiento a la Cruzada fue buena, porque había un gran fervor religioso en toda Europa, y además el ideal de las cruzadas aún no había sido corrompido por las ansias de poder y de tierras.

Los reyes de Francia y de Inglaterra estaban en guerra, pero al morir el rey de Inglaterra y subir al trono su primogénito, firmaron una tregua. Acordaron unirse a la Cruzada como iguales, aunque Felipe II se considerase superior al rey de Inglaterra por ser el rey de algunas de sus tierras. Los monarcas partieron por separado, ya que la inmensa cantidad de tropas que llevaban serían imposibles de mantener por la población de cualquier lugar por el que pasasen. De este modo partió Enrique por mar con su flota desde Inglaterra, y Felipe II alquiló una en Génova. Para financiar esta expedición ambos reyes establecieron el diezmo de Saladino.

De camino hacia Tierra Santa, parte de las naves de Ricardo I naufragaron cerca de la isla de Chipre, en manos del emperador Bizantino. El emperador Bizantino, no recibió bien a los náufragos, por lo que éste atacó y conquistó esta isla. Tras conquistarla, primero se la vendió a los templarios contra los que se reveló la población, y posteriormente al depuesto rey de Jerusalén Guido de Lusignan.

El paso de semejantes ejércitos era una causa de problemas para los territorios por los que pasaban, no solo por la necesidad de alimentos y agua. También había problemas políticos, como los causados en Sicília. En Sicília, el rey Ricardo fue a recoger a su hermana Juana esposa de Guillermo II de Sicília. Ricardo I tuvo problemas con los sicilianos y acabó sitiando y conquistando Messina.

Por su parte, Federico I Barbaroja, había tomado el camino por tierra tras obligar al emperador de Bizancio a dejarle pasar. De camino a Tierra Santa también atacó y conquistó el reino musulmán de Iconium. Para desgracia del ejercito cruzado a sus ordenes, decidió bañarse en el río Selef. En este río se vio atrapado por un torbellino según algunas fuentes o por una crecida repentina según otras. El caso es que tras su muerte, la mayoría del ejercito cruzado a sus ordenes se disolvió, o fue eliminado por una epidemia. Esta fue una gravísima pérdida para el ejército cruzado que fue motivo de gran alegría entre las filas de Saladino. Finalmente, con un ejercito muy reducido llegó el heredero de Federico I Barbaroja, Federico de Suabia, hasta Trípoli. Desde Trípoli continuó hasta Acre que continuaba sitiada por los cruzados. El legado más importante de esta cruzada por parte de Barbarroja fue la creación de una nueva orden, la orden teutónica.

Acre estaba sitiada porque al ser tomado prisionero Guido, el rey de Jerusalén, por Saladino y posteriormente puesto en libertad bajo la condición de volver a Europa, Guido, con los escasos efectivos de los que disponía, sitió la ciudad de Acre. La ciudad de Acre se convirtió en punto de encuentro para los cruzados que acudían a Tierra Santa y que ayudaban a Guido a capturar la ciudad. Los asaltos iniciales a la ciudad fueron un fracaso con lo que Guido decidió bloquear la ciudad. Saladino intentó hacer llegar alimentos por Mar a la ciudad pero su flota fue derrotada por la de Conrado de Monferrat, que luego no cumpliría su promesa de avituallar a los cruzados a cambio de la mano de la heredera al trono de Jerusalén. Una vez tomada la ciudad y hechos presos muchos musulmanes, Ricardo propuso a Saladino que le entregaba los hombres a cambio de unas reliquias capturadas por los musulmanes durante sus incursiones y prisioneros cristianos

Ricardo I de Inglaterra

Ricardo y Felipe II se enfrentaron en continuas disputas y éste regresó a Francia dejando a Ricardo al mando de la cruzada. Como Saladino se demoró en su respuesta, Corazón de León, completamente encolerizado, ordenó que llevasen a 2600 musulmanes de Acre, hombres, mujeres y niños, a las murallas y allí los ejecutaran. Fue un acto de barbarie que pocos islámicos olvidarían, y que también fue condenado por cronistas cristianos. En la ciudad de Acre ondearon todas las banderas de los reinos cristianos menos las de los alemanes que fueron rasgadas por los ingleses, acto que luego les costaría caro, en especial a Ricardo.

Una vez tomada Acre, Ricardo hizo preparativos para marchar sobre Jerusalén, acabada la supremacía del mar por parte de Saladino, la flota podía abastecer a la infantería durante grandes partes del camino. Saladino atacó a las tropas de Ricardo cerca de Arsuf pero al verse derrotado huyó destruyendo a su camino las fortalezas que controlaba. Ricardo a medida que avanzaba ordenaba tomar y reconstruir estas fortalezas, ya que eran las que controlaban el camino a Jerusalén.

En torno al 1192, los lideres de la cruzada cristiana decidieron que aunque tomasen Jerusalén no estarían en situación de defenderla, ya que Saladino podía presentarse en cualquier momento con un ejercito desde Egipto. Para cortar esta ruta de acceso, los cruzados decidieron tomar y fortificar Ascalon, que estaba junto a la ruta de la costa que unía Egipto con Jerusalén. Esto supuso replegarse lo que decepcionó a muchos soldados que abandonaron la cruzada. Por su parte Saladino disolvió parte de su ejercito y mejoró las defensas de la ciudad, mientras intentaba mantener a los enemigos que tenía dentro de su propio imperio a raya. Aunque Saladino no atacase directamente a los cruzados si que fomentó las divisiones entre ellos apoyando a Conrado, mientras proponía el siguiente pacto a Ricardo:

-Los cristianos podrían conservar sus conquistas.

-La reliquia de la Santa Cruz sería devuelta.

-Permitiría la peregrinación cristiana a Jerusalén e incluso la presencia del clero latino en la ciudad sagrada.

 Ricardo, al enterarse de que su hermano Juan estaba conspirando para quedarse con su trono en Inglaterra tenía que volver rápido y decidió apoyar a Conrado para conseguir el trono de Jerusalén, pero para compensar a Guido, el antiguo rey, le tuvo que vender la isla de Chipre. Sin embargo, Conrado nunca llegó a ser rey ya que fue asesinado por dos miembros de la secta de los asesinos. Muchos Cruzados acusaron a Ricardo de haber tramado su muerte, pero según cronistas musulmanes fue Saladino quien pagó a los asesinos. Tras la muerte de Conrado fue el conde Enrique de Champaña quien se convirtió en el rey de Jerusalén y se caso con Isabel, la heredera del trono.

 Mientras tanto, Ricardo continuaba conquistando fortalezas de gran valor estratégico. En junio de 1192, los cruzados emprendieron por segunda vez el avance hacia Jerusalén, a pesar de que Ricardo se mostraba reacio. Ricardo no pensaba que un ejército tan reducido fuese capaz de tomar Jerusalén, además estaba el problema añadido de la escasez de agua en esa región junto a posibles ataques de Saladino. De hecho Ricardo era partidario de atacar Egipto y eliminar la amenaza que constituía Saladino. De camino hacia Jerusalén, se detuvieron a atacar varias caravanas que transportaban muchos víveres para las tropas de Saladino. Este botín fue repartido entre las filas de los cruzados pero aún así hubo un descontento general y muchos cruzados abandonaron la cruzada en especial los franceses quienes se negaron a continuar bajo el mando de Ricardo.

Ricardo se retiró a Acre a fin de planear un ataque a Beirut, pero cuando se enteró de que Saladino había atacado Jaffa y que sólo la ciudadela resistía, acudió rápidamente en su rescate. Ricardo a pesar de lo reducido de sus tropas logró una gran victoria que forzó a Saladino a firmar una tregua.

El 2 de septiembre de 1192, Ricardo I y Saladino firmaron un tratado en Jaffa, tras la batalla, por el cual los franceses se quedaban con la franja costera entre Jaffa y Tiro a cambio de unas cuantas ciudades para Saladino, las fortificaciones de Ascalon debían demolerse, los peregrinos cristianos podían ir tranquilamente a Jerusalén y se comerciaría sin trabas.

 Muchos cruzados, una vez firmada la tregua peregrinaron a Jerusalén y visitaron el Santo sepulcro para cumplir su voto antes de regresar a Europa.

 De regreso a Europa el barco en el que viajaba Ricardo debido a las tormentas se vio desviado de su itinerario, y acabó eligiendo atravesar Europa central a pesar de sabe que tenía muchos enemigos en esa zona. En Viena, en las Navidades de 1192, fue encarcelado por Leopoldo V de Austria. Leopoldo V de Austria le entregó al emperador Enrique VI quien le retuvo prisionero hasta que unos ingleses le encontraron y pagaron la exorbitante suma de 100.000 marcos, treinta toneladas de plata pura. Este rescate estaba puesto con el fin de que nadie lo pudiese pagar pero los ingleses lo reunieron. Aunque Juan amenazase el trono de Ricardo, nunca fue una grave amenaza, ya que gracias a la administración heredada de su padre, Enrique II, la amenaza no era tan seria. No obstante, Felipe II, no respetó el acuerdo invadiendo Normandia. Ricardo tuvo que dedicar el resto de su vida a reconquistarla. A pesar de sus intenciones no pudo participar en la Cuarta Cruzada.

La Tercera Cruzada había superado a la Segunda rotundamente, pues había salvado a los occidentales de ser expulsados de sus territorios orientales, pero, a consecuencia de los ataques musulmanes, los Estados Latinos no eran más que un vago recuerdo y, lo que es peor, Jerusalén seguía en manos del poder musulmán. Pero lo cierto es que ya los motivos místicos de la lucha en Palestina habían ido cediendo paso a los políticos: con tal de tener tierras, no importaba compartirlas con los otros.

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