Pbro. Orlando Cepero Rodríguez

Parroquia de la Purísima Concepción

Cárdenas, Cuba

 

La noche de su pasión, Nuestro Señor Jesucristo, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo (cf. Jn 13,1) y, un rato más tarde, ya en Getsemaní, a la hora de la tentación y la tiniebla (cf. Lc 22, 40-42), cuando el traidor llegó para apresarle, con espadas y palos, habiendo preguntado por Él; afirmó con claridad meridiana: ¡Yo soy! (cf. Jn 18,5).

Durante su juicio, injusto, manipulado y sumario (cf. Mt 26,59-60), como los que todavía hoy se realizan y luego ante el Gobernador romano, el Señor también dio respuesta y con certeza ajustada, proclamó la verdad sobre sí mismo y sobre el mundo hasta que ya no tuvo nada más que decir (cf. Jn 18, 36-37; 19,11).

En el evangelio de hoy; cuestionado por la malicia del doctor de la Ley, como la de tantos que se nos acercan para saber lo que pensamos… Jesús también responde.

Responder es una actitud de vida. El hombre es un ser responsable, un ente capaz de dar respuesta, de reaccionar ante las exigencias de su propio corazón y de su realidad circundante. Un cristiano de verdad tampoco puede evadir el momento crucial de dar una respuesta. Ya san Pedro así lo manda: «estén siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a quienes se la pidan» (cf. 1Pe 3,15).

La respuesta que damos declara lo que somos y pensamos y así, porque pecador y todo he sido constituido, como ustedes, profeta en el Bautismo y luego en el Orden Sacerdotal, quiero hoy ante ustedes, con ustedes y para ustedes, dar respuesta a la pregunta inevitable que este domingo ocupa nuestra atención ¿Quién es mi prójimo?

¿QUIÉN ES ESA REALIDAD MISTERIOSA, PALPITANTE, INCOMPRENSIBLE A VECES A QUIEN DEFINO COMO MI PRÓJIMO?

Definir al prójimo exige antes mi propia definición de mí mismo ¿Quién soy yo? Si acaso me percibo superior y separado, asegurado en mi mundo, entronizado en mis posibilidades, mis títulos, mis autoridades y dictados… mi prójimo será un objeto, una estadística, una ocasión de utilidad y aprovechamiento o, tal vez, cuando más, una triste opción que provoca mi indiferencia.

Si, por el contrario, me percibo cercano, común, hermano, servidor, hijo de Dios y no hijo de mis ídolos… mi prójimo será también mi hermano y el objetivo de mis trabajos, mis esfuerzos, mis preocupaciones… Mi prójimo se concretiza en cada persona que conmigo existe, en mi pueblo que conmigo sufre, trabaja, sueña, llora y se alegra; se concretiza en mi patria que, a decir de Martí, no es pedestal sobre el cual erigirse, sino ara donde sacrificarse.

MI PRÓJIMO ES:

- El padre de familia que no logra llevar lo suficiente a la mesa de los hijos.

- La madre que no puede comprar dulces y galletas a sus hijos porque le pagan en una moneda y le venden en otra.

- El anciano que cada semana, cansado y triste, recibe en la farmacia la misma

respuesta : no entró el medicamento.

- El que por levantarse y decir un día lo que pensaba sobre algo, perdió el

trabajo… o la libertad.

- El que, desgarrado, se hizo a la mar soñando en otras tierras, lo que en la suya le niegan.

- El que se sienta en la puerta de su casa, con la mirada perdida, hundido bajo el peso de carencias, soledades, separaciones familiares.

- El que difaman y calumnian por todos los medios posibles por el solo delito de pensar y ser consecuente.

Pero, ¡cuidado! mi prójimo es también, por duro que me sea admitirlo:

- El que miente, el que grita, el que amenaza, el que golpea y maltrata.

- El que fomenta odios y divisiones, el que empuña armas.

- El que hiere y mata y coacciona y mutila las conciencias.

- El que vende su dignidad y cambia sus principios por cosas que se rompen y se acaban o por honores serviles.

- El que cierra sus ojos para no ver lo evidente.

- El que lleno de soberbia, culpa siempre al otro y no es capaz de reconocer su

error y su limitación.

- El que, aferrado al poder, no quiere servir a los otros sino a sí mismo.

- El que lleno de arrogancia desplazó a Dios y se puso a sí mismo en el lugar

divino.

- El que defrauda al humilde.

Sí, y estos últimos prójimos están en peor situación que los primeros porque los primeros viven de su fe, de su amor, de su esperanza y estos últimos se envenenan cada día el alma con enormes dosis de egoísmo, de mentira, de violencia, de impiedad, de injusticia…

Estos últimos prójimos se han cerrado al amor, a la fraternidad verdadera, a la igualdad real; se han puesto de espaldas a la verdadera libertad que consiste en siempre saber determinarse hacia el bien propio y del hermano. Estos últimos prójimos no lo saben o no lo reconocen, pero son los que más necesitan de Cristo, porque viven prisioneros del mal.

Y a estos últimos prójimos les decimos:

- Están a tiempo.

- ¡Ábranse, dialoguen, pidan perdón, enmienden sus errores, reparen los daños

cometidos, conviértanse y crean en el Evangelio, dejen de obrar el mal, aprendan a hacer el bien!

- Miren a Cristo, imagen visible y feliz de Dios (cf. Col 1,15).

- Miren a Cristo, verdadero y único Hombre nuevo (cf. 2Cor 5,17).

- Miren a Cristo, que quiere que todos se salven. (cf. 1Tm 2,4-5)

- Miren a Cristo, que es manso y humilde de corazón (cf. Mt 11,29).

- Miren a Cristo y dejen de mirarse a sí mismos.

A estos últimos prójimos les decimos: ¡basta ya! Estos no son tiempos de inventar enemigos, estos son tiempos de abrazar hermanos.

En los caminos de la Historia yace nuestro prójimo y ante él no podemos ni dar un rodeo ni cerrar los ojos. El riesgo de mancharnos, de ganar la vida perdiéndola (cf. Mt 10, 39), de ser perseguidos a causa de la justicia (cf. Mt 5, 10)… es intrínseca condición de nuestro bautismo por el cual fuimos consagrados sacerdotes para adorar y bendecir a Dios; fuimos consagrados profetas para decir la verdad y denunciar el mal; fuimos consagrados reyes para en todo amar y servir.

Cristo nos precede y acompaña (cf. Lc 24,15). Cristo reconcilia y pone paz en la conciencia (cf. Col 1,20). Cristo vino a servir y no a ser servido (cf. Mt 20,28). Cristo espera y ama y restaura (cf. Ap 21,5). Cristo es sanador herido (cf. Is 52,5). Cristo es Buen Pastor (cf. Jn 10, 11).

¡Que venga el Reino de Cristo!

¡Que venga la Gracia y pase este mundo!

¡Amén, aleluya!