Dr Fernando Dominguez

 

Este conocido título de la literatura rusa, devenido en mundial por su amplia difusión, es una crónica de un capítulo de la invasión napoleónica a Rusia y se desarrolla fundamentalmente analizando los personajes centrales de un aspecto humano de la época, impactada por ese fenómeno llamado “guerra”.  Ese concepto de “guerra” es definido universalmente como “un intenso conflicto armado entre estados, gobiernos, sociedades o grupos paramilitares, tales como mercenarios, insurgentes y milicias. Es caracterizado generalmente por la extrema violencia, la agresión, la destrucción, y la mortandad, usando fuerzas militares, regulares o irregulares”.

Las guerras son batallas físicas, encaminadas a aniquilar a un enemigo real y existente. Desde los albores de la humanidad, ya fuera entre tribus, entre aldeas, entre ciudades, entre países o entre imperios, durante siglos, se trataba de enfrentamientos físicos encaminados al aniquilamiento de la mayor cantidad de individuos, y quien impidiese que aniquilaran a los suyos y al mismo tiempo aniquilara a la mayor cantidad de sus enemigos, era el triunfador.

La civilización ha ido tratando de “humanizar” ese aniquilamiento masivo de seres humanos, para lo cual ha “impuesto”  reglas que evitasen las extremas crueldades, para lo cual se introdujo el concepto de “crímenes de guerra” lo que supone restringiría la crueldad extrema, los aniquilamientos masivos, el abuso con los prisioneros. A pesar de todo ello, el siglo XX vio dos guerras mundiales, con millones de muertes, aniquilamientos masivos, destrucción de ciudades y países, campos de concentración y todo tipo de excesos de uso de la fuerza bruta y letal, hasta que finalmente, en su búsqueda incesante de la supremacía, se crearon las armas de aniquilación masiva. El Japón vio en Hiroshima y en Nagasaki los dos primeros (y hasta ahora únicos) usos de esa fuerza brutal de aniquilación de la vida, de la existencia de todo tipo, que se haya utilizado.

Esas armas continúan creándose y almacenándose:  biológicas, químicas, electrónicas. La ciencia humana no conoce límites en la utilización del conocimiento para crear cosas buenas y cosas terribles, como las armas destructivas de todo tipo. Es precisamente así que las partes en conflicto se percataron que no tenían forma de utilizar esa destrucción sin la posibilidad real de recibir una respuesta similar, lo cual condujo a un enfrentamiento de nuevo tipo: la “guerra fría”, que es el ejercicio de un nuevo concepto de “guerra” sin enfrentamientos  físicos, sino de uso de la  propaganda (mucha, abundante, abierta y disfrazada), rara vez con alguna escaramuza, pero siempre  muy limitadas, relampagueantes y todas las partes rehuyendo el uso de recursos militares que lleven al enfrentamiento final.

Se trata de emplear mucho y abundante espionaje, y por todo medio posible; en fin, una especie de preparación para una guerra definitiva que ninguna de las dos partes quiere, porque están conscientes que NINGUNA de las dos sobreviviría, o cuando menos, apenas quedarían en pie, debido a una realidad espeluznante: ambas partes tienen armas de exterminio masivo imposibles de detener por la parte contraria y por mucho que intentase alguna de ellas aplicar “quien da primero da dos veces” con una sola respuesta las consecuencias son más que suficientes para erradicar la locura de empezar esa guerra.

Ese nuevo tipo de guerra, sin batallas físicas y muy pocas bajas, se apoderó de las mentes de muchos, por varias generaciones, hasta hacer olvidar que guerra significa exactamente enfrentamientos con la mayor violencia posible, para causarle a la parte contraria, la mayor cantidad de bajas. La victoria es de quien protege mejor a sus elementos y causa el mayor y más aplastante número de bajas y destrucciones del campo enemigo.

Esa novedosa manera de  “guerrear” introdujo también novedosas maneras de actuar. En primer lugar, algunas veces, guerra solamente de palabras. Y surgió una nueva “arma” muy civilizada y contemporánea, la introducción novedosísima del “enfrentamiento pacífico”. Surgieron nuevas armas de guerrear pacíficamente,  la lucha por obtener “reconocimientos” de esa lucha por parte de  terceros, ajenos y supuestamente neutrales y “prestigiosos” para una de las partes y “declaraciones de condena” para la otra de las partes.

Obviamente la contemporánea multiplicidad y abundancia de medios de difusión, redes sociales de comunicación y abundantes “organizaciones prestigiosas” en la vida social, ha creado un campo de batalla nuevo, entre las partes en conflicto, que generalmente se definen entre quienes detentan el poder, legítimo o no, y quienes aspiran a derrocarlos.  La vida también los ha ido agrupando en dos bandos opuestos: los violentos y los pacíficos.

Cuando los violentos detentan el poder, aplican toda la violencia sobre los otros: cárceles, detenciones arbitrarias, golpizas, intimidación individual, de grupo y de estado, incluso el destierro, contra los otros, y los han ido arrinconando bajo su propio pacifismo, civilismo, la rendición ante la violencia, y otras muchas y sofisticadas maneras de abstenerse de usar la violencia…ni siquiera de palabra.

Los que se aferran al poder lo mantienen a toda costa, a todo costo y a toda violencia. Lo pacíficos solo pueden aspirar a lograr una cierta unanimidad  entre la mayoría aterrorizada y a lograr una supremacía de la razón sobre la fuerza, son arrinconados al martirio, a ser golpeados y asesinados, a purgar largas condenas en cárceles diseñadas para humillarlos, a ser desterrados, mientas los violentos ejercitan un poder cada vez más omnímodo, descarado, insultante  y complicado de perder. Cada época tiene sus actores, sus métodos y sus recetas: ¿Alguien puede imaginar a los prisioneros de un campo de concentración nazi luchando “pacíficamente” contra sus verdugos? Los verdugos violentos  sin reglas, no tenían compasión, ni miramiento alguno para asesinar a sus víctimas, individual o colectivamente.

Cuando los que ejercen el poder son democráticos, entonces los violentos son los que libran la guerra sucia. Queman todo, destruyen todo, se apoderan de las calles, hasta que la intimidación termina por hacerse tan fuerte que logran arrebatar el poder a los otros. Y logran hasta “ganar” elecciones democráticas debido al clima asfixiante que crean. Así fue en Chile, así fue en Nicaragua, así fue en Venezuela, así fue en Colombia, así está siendo en Ecuador, en Honduras… en fin… la violencia  es exclusivamente para beneficio de los violentos y la ejercen sin control alguno. El estado es el instrumento de violencia de la sociedad, pero está limitada en su ejercicio por la Constitución , las Leyes y los Derechos. Los violentos no tienen marco legal ni limitación alguna.

El castrismo conoce y actúa muy bien en esa realidad. Su arma de triunfo contra Batista fue la intimidación en las ciudades, la ejecución pública de oficiales del gobierno, los atentados y las bombas, esas fueron las armas que le llevaron a la victoria porque hicieron irrespirable la vida social, de la misma manera que sus discípulos la continúan haciendo en todo el continente hasta tener bajo su control varias naciones. Como banda delincuencial en el poder tampoco tienen limitación alguna. Las cárceles, la represión, el asesinato impune son sus armas, ejercidas sin límite o control alguno.

Entendiendo nuestra propia historia, el aprender a hacer la guerra le tomó tiempo a los mambises. Siglos de coloniaje se sucedieron desde las primeras aspiraciones hasta 1898. Decisivos fueron los años finales: 1895-1898, en los cuales la intimidación, la violencia y el ejercicio de ella sobre el enemigo, dejaron de ser únicamente coloniales. El símbolo de esa violencia justa no fue un fusil, sino un machete, herramienta agrícola tornada en arma mortal por los patriotas. Y con la cual ganaron la guerra.