Por Esteban Fernandez

 

Los cubanos se tragaron el paquete de la heroicidad de un mequetrefe llamado Camilo. El grave error lo cometió el tirano en ciernes de lo cual siempre se arrepintió. Para el egocentrista aupar a Camilo Cienfuegos Gorriarán fue un tremendo fallo cometido en 1959.

Originalmente desconozco los motivos que lo llevaron a elevar a esta figura. No sé, lo que sé es que rápidamente se echó pa'tras de esta supuesta debilidad inicial.

Su barrabasada más grande al respecto fue durante uno de sus iniciales discursos al dirigirse a Camilo y preguntarle: “¿Voy bien, Camilo?” Y eso le hizo suponer al pueblo cubano que se trataba de un personaje importante al cual Fidel Castro le pedía consejos y requería su aprobación. Su sonrisa enamoró a hembras y machos.

Fue un patinazo mental porque a través de esa tontería muchos le atribuyeron inteligencia y carisma a quien no era más que un payaso con leves escrúpulos.

Esa acogida insólita del pueblo cubano a Camilo dejó perplejo al bastardo de Birán, tanto es así que a través de 62 años los órganos de prensa del régimen han ignorado esa estúpida, sorpresiva e “histórica” pregunta de “¿Voy bien, Camilo?” y es más: Han desmentido y dicho que "eso no fue lo que dijo Fidel Castro". Pero yo lo oí clarito, y ustedes también.

Ya desde la Sierra el primer fallo fue el de ponerlo en peligro lo más posible. Lo mandó para Las Villas para que se arriesgara a poner en cintura a los alzados del Directorio, la O.A. y a los miembros del Segundo Frente del Escambray.

A Camilo lo envió a tomar el peligroso cuartel de Yaguajay y el chino Alfredo Abon Lee le sacó tremendo susto. Pero ambos cobraron fama.

Cuando Batista se fuga es al primero que envía para La Habana -quizás como carne de cañón- a jugarse la vida, cuando en realidad era a él a quien le correspondía hacerle frente a la situación.

Y ahí hasta en "legendario" lo consideró la gente. Convirtió a un pelagatos en el "Señor de la Vanguardia". A eso le suma nombrar Jefe del Ejército a este sonriente ignorante.

Castro se mantuvo eternamente pensando que había creado una sombra sobre su figura. Y se pasó años rumiando y preguntándose: “¿Pa’qué diablos yo levanté tanto a ese don nadie?”

Desde luego, a Camilo lo bajó de las nubes con un cohetazo y antes de morir nada insultaba más al genocida que ver todas las flores que cada año le tiraban a Camilo al mar y que le sabían a jarabe de Palma Christi y le olían a estiércol.