Por Esteban Fernández

 

De muchacho yo quise ser SACERDOTE. No, no fue mi padre quien me quitó la idea de ser cura. Pero fui a la tanda del cine Campoamor a ver la película «Y... Dios creó a la mujer», donde Brigitte Bardot salía semi desnuda, y eso me ayudó muchísimo a quitarme la inspiración religiosa.

Pero, en realidad me llamó la atención inicialmente el sacerdocio porque ser cura en Cuba en aquella época no me parecía tan difícil.

Desde luego, yo desconocía lo mucho que tenían que estudiar y los sacrificios que tenían que hacer.

Los curas cubanos estaban rodeados por un pueblo eminentemente católico, estaban en el país más bello de mundo, gozaban del respeto de todos y eran más importantes en las ciudades y en el campo que el alcalde, que el jefe de la policía y hasta que el gobernador de la provincia.

El problema para ellos (y para todo el mundo, pero para ellos más) comenzó desde el mismo día en que la hiena puso una pata en La Habana. Yo diría, sin miedo a equivocarme, que después del presidio político y los alzados del Escambray, los sacerdotes son los que más han sufrido este proceso.

Recuerdo a las turbas enardecidas recorriendo las calles cantando y vociferando: “¡Mi mamá no quiere que yo vaya a las iglesias porque los curas falangistas me convierten en terrorista!”

Las iglesias fueron saqueadas y derrumbadas todas las imágenes de los Santos y de la Virgen María, los colegios católicos intervenidos.

La recién estrenada tiranía «barrió el piso con ellos», a la mayoría los montó en el barco Covadonga y los desterró del país. Simplemente porque el catolicismo representaba UNA FUERZA en nuestro país, y el tirano quería eliminar todo lo que fuera capaz de hacerle frente.

A mí me parece también que traía un odio profundo y un resentimiento contra el clero desde que estudiaba en el Colegio de Belén. Esos sacerdotes Jesuitas calaron su maldad desde muchacho.

Desde luego, si un sacerdote también era fidelista y servía a sus intereses, entonces Castro lo abrazaba y le regalaba una sotana verde olivo como la que usaba el Padre Sardiñas.

Pero la inmensa mayoría de los sacerdotes siempre tuvieron una actitud digna, recuerdo al Padre Enrique Méndez visitando de puerta en puerta a sus alumnos para pedirles a sus padres que los sacaran lo antes posible del país y jamás podemos olvidar al sacerdote Miguel Ángel Loredo quien padeció prisión y siempre mantuvo una posición digna, patriótica, erguida y súper valiente.

Un problema grave que han sufrido los sacerdotes en Cuba es que los cubanos ESPERAMOS MÁS DE ELLOS que del resto de la población. Es decir ¿Cuantos carpinteros, plomeros, albañiles, abogados, mecánicos y dentistas hay en Cuba que son castristas? Muchísimos. Y eso nos parece muy normal a todos debido a las circunstancias del país.

Eso lo aceptamos como lógico y nadie dice: «Los bomberos de todo el mundo son unos degenerados» sólo porque en Cuba unos cuantos bomberos sean milicianos y chivatos, pero cuando nos enteramos que un sacerdote se ha plegado al régimen entonces le echan toda la culpa al prelado en pleno y a la Iglesia católica.

Y lo mismo pasa con la pedofilia a nivel mundial: Una minoría ínfima de curas pedófilos y muchos ignorantes y mal intencionados quieren culpar a una religión en pleno.

Mis amigos, resulta Imposible escribir estas líneas sin rendirle tributo al más bravo, valiente y luchador incansable por la liberación de Cuba: Monseñor EDUARDO BOZA MASVIDAL.

En el terreno personal le dedico este escrito al hijo de un buen amigo mío, lector favorito de esta columna en Facebook: El Padre Enrique Sera.