Por  Esteban Fernández Roig

 

Que los varones descubramos el sexo opuesto logra una gran alegría en nuestros padres, sobre todo en el padre.

Al mismo tiempo se produce un cambio en uno mismo, y por primera vez olemos nuestras  pestes que antes no notábamos o no nos importaba tenerlas.

Es una edad en que todos los muchachos comenzamos una frenética majomia por acicalarnos, por lucir bien, olorosos, y limpios.

Todo por agradarle al inmenso “jeverio” que nos  rodeaba. La peste a grajo era el peor delito que podíamos cometer condenados al ostracismo eterno.

El cambio lo notan los padres quienes se han pasado años diciéndonos: “Acaba de meterte  a la ducha muchacho cochino” y ahora se quejan de que “¡Oye, estás gastando mucha agua!” porque  nos estamos bañando hasta dos veces al día.

Desconsolados nos enteramos que existen cosas caras que no están al alcance del presupuesto familiar -pero que nos harían  lucir y oler mejor- como perfume  Guerlain y los zapatos Florsheim.

Pero, nos defendemos utilizando Glostora, brillantina Tres Flores, unos zapatos Ingelmo, unas buenas medias “Once once”, unas camisas guapitas, unos pantalones pitusas, mucha pasta Gravi y jabón Camay.

Queremos parecernos a Elvis, a Cary Grant, a Gregory Peck, a Burt Lancaster, a Rolandito Barral  y Albertico Insua. Evitamos lucir   como Arbogasto Pomarrosa.

Aprendemos estúpidos piropos como: “Yo te llevaría de rama en rama con Tarzán  lleva a Juana”.

Hasta que llega el mayor descubrimiento en la vida - dejamos chiquitos a Albert Einstein y Alexander Graham Bell: Es cierto  que nuestra apariencia personal es muy importante para ellas, pero eso no es todo:

A la inmensa mayoría de las muchachas que no son “jevitas” -como inicialmente las llamamos-  sino que son “futuras damas” lo que más les llama la atención son nuestras PERSONALIDADES, y nuestros buenos corazones.

Lo que desean es que tengamos  la posibilidad de llegar a ser buen novio, buen esposo, buen padre. Con esas nos casamos y formamos un hogar.

Los brutos se abandonan, mientras los inteligentes siguen siendo pulcros, luciendo lo mejor posible, y consiguen tener una compañera eterna.

Vaya, hasta llegan a tener un par de zapatos Florsheim.