Por Esteban Fernández Roig Jr.

 

Mi enseñanza la inician MIS PADRES casi desde que nací. Me dieron un millón de consejos de los cuales se me incrustaron en el cerebro por lo menos 143. Sobre todo el de no meter la mano en la jaula del león en el zoológico de La Habana.

El KINDERGARTEN con la maestra cardenense Violeta Espinosa fue vital, el resto de la educación fue extra, pero en el Kinder aprendí el 90 por ciento de todo lo que me ha servido en la vida. E inicié amistades que han sido eternas.

EN LAS CALLES,  en el barrio, en el entorno a Pinillos 463 donde nací, ahí aprendí  las cosas buenas como los juegos infantiles y las “no tan buenas” como las “malas palabras”…

Mi padre le daba tremenda importancia al aprendizaje CALLEJERO. Me repitió mil veces: “Yo quiero un hijo intelectual y erudito, pero al mismo tiempo que no sea un comemierda en la calle”…

EN EL PARQUE. El parque de mi pueblo era una Universidad.

Cada banco tenía expertos en diferentes materias. Yo iba de uno a otro callado, escuchando captando y filtrando …

El banco de los galleros dirigido por Vila, al frente de los pescadores estaba Ceberio (junto a sus hijos “Ningo” y “el pescao”), los políticos con Tirso Brito, Arcelio Tagle, Francisco Palomares, mi primo Jaime Quintero, Morales Febles y los concejales Tata, Ovidio, Eugenito y Rolando Marín...

Ahí en un banco  estaban  los criadores de pájaros, aprendí de tomeguines gracias  a Gonzalo Gil y Bartolo González; ya sabía de negritos, mariposas, de sinsontes, mientras  el dentista Panchitín Ortega daba  una conferencia sobre sus canarios premiados.

En un banco estaban dictando pautas beisboleras a seguir Candito Rojas  y Miguelito de la Hoz. Aprendí que “en ese banco, en una época, se sentaba el glorioso coterráneo Julio “el Jiquí” Moreno.

Mientras en el banco de Teatro dirigido por Efrén Besanilla presumían de que el iniciador de esas tertulias fue Leopoldo Fernández “Trespatines”.

En  mi hogar aprendí de mi madre la  “meteorología”, vaya, nunca se equivocaba, si al salir cogía  un sombrilla al seguro que iba a llover.

Y del carnicero de al lado de mi casa, Joaquín Quintero, aprendí a cortar un rabo de nube con un cuchillo.