Por Esteban Fernández – Roig

 

Después de 67 años es la primera vez en la historia mundial que un barco choca contra los arrecifes de una isla, el yate queda intacto y la isla se hunde.

Como siempre, a través de toda la historia reciente cubana, Fidel Castro corrió más que un guineo. El verdadero éxito de Fidel Castro jamás fue militar sino fue tirar un paquete que le hiciera creer a los cubanos -y de paso, al mundo- que se estaban llevando a cabo tremendas batallas campales.

Nos dijeron que habían muchas "columnas" combatientes, que el Ejército Rebelde era una fuerza descomunal, cuando en realidad solo fueron unas escaramuzas de muerde y huye contra unos militares que en su mayoría nunca habían peleado. Yo, después de estudiar casi toda mi vida este proceso, puedo asegurar que ni Fidel ni Raúl estuvieron dentro de los valientes ni dentro de los “guerreros”. Par de ratones los dos.

¿Dónde están los libros oficialistas que reflejen la combatividad de Raúl Castro en la Sierra Cristal? Por mucho que se han esforzado no han encontrado un instante donde este afeminado personaje con su cola de caballo disparó ni un tiro al aire.

Fidel Castro después del susto y el sofocón inicial, después de haber sido protegido por Crescencio Pérez, vivió durante el montón de meses que duró este proceso lo mejor posible.

La mayor cantidad del tiempo se la pasó echado en una hamaca, leyendo libros y fumando tabacos. Estaba de “picnic” comiendo lechón en púa.

Su mayor victoria fue venderle toda esta sarta de exageraciones a un escritor del New York Times llamado Herbert Matthews como si tuviera un tremendo ejército y él fuera un general de mil batallas. Lo que hicieron fue tomarle el pelo y burlarse del “afamado periodista”. En realidad, y quedó demostrado, era un zopenco izquierdista. Este dañino diario newyorkino (que todavía lo sigue siendo) publicó sus fotos con su rifle de mira telescópica como si fuera un Patton latinoamericano.

Y el otro pajarraco llamado Miguel Ángel Quevedo se hizo eco en Bohemia del paquete mal envuelvo de la gran guerra que se desarrollaba en las montañas cubanas. Tal parecía como que se trataba de la batalla de las Termópilas moderna. Un gangstercito de quinta categoría, cobarde e hijo de hiena con rabia se hizo líder de la lucha contra Fulgencio Batista, el cual cuando la caña se le puso a tres trozos puso pies en polvorosa.

Todavía -tras la huida de Batista- Fidel Castro estaba acobardado y convencido de que no tenía suficientes barbudos -ni armas- para tomar el poder en Cuba si le hacían resistencia, y no salió disparado para La Habana sino que hizo un recorrido -una caravana- de varios días logrando que miles de oportunistas se le unieran y llegó aupado por cientos y cientos de descarados disfrazados de verde olivo. Todo había sido una fanfarronada, una engañifa, un alarde barato, un paripé.