Por  Esteban Fernández Roig Jr.

 

  1. Estoy trabajando en el Liborio Market de Miami. En la calle 8 y la 8 del S.W. en la acera de enfrente -del lado derecho- estaba el Pekín Restaurante. Estoy seguro que los veteranos del exilio recuerdan estos dos comercios. Era un humilde empleo donde ganaba 95 centavos la hora, pero allí tuve una buena y agradable sorpresa.

Mi principal encomienda era recibir a los carreros que -por la puerta trasera- traían los diferentes productos. Como eran tantos y estábamos extremadamente ocupados poco caso les hacíamos. Solamente los saludos de rigor de "Hola ¿como estás?" y después los despedíamos con un “Hasta la próxima”…

Pero había uno de ellos que Emilio Sánchez el dueño me lo señaló de lejos con un dedo y me dijo: “Trátalo con especial cortesía y después que termine de bajar la mercancía envíalo para mi oficina” y ahí se quedaba este empleado de la Malta Hatuey hablando un rato con el propietario del negocio.

Aunque en esa época yo era muy mal fisonomista recuerdo varias cosas: Era alto, fuerte, de mediana edad, humilde y tenía tipo de guajiro.

El dueño a veces me preguntaba: “¿Trataste bien al gran Roberto?” y yo le contestaba sin ningún entusiasmo: “Muy bien, igual que trato a todo el mundo”. Emilio se sonreía y me decía: “Bueno, Roberto no es igual que todo el mundo”…

Un día, intrigado ante tantos halagos con Roberto, enseguida que llegó le partí para arriba y le dije: “Disculpe, señor Roberto ¿Quién es usted que la gente le rinde tantos honores?”. Se rió y me contestó: “No sé, yo soy el repartidor de la Malta Hatuey en esta zona, quizás sea por mi antigua labor donde hice un buen trabajo"...

Y yo seguí tratándolo bien, pero nada del otro mundo, igual de atento y servicial que siempre he tratado a toda la gente que se lo merece. Pero lo cierto era que aquel señor con tipo de campesino se ganaba mis simpatías por su forma agradable y humilde de conducirse.

Sinceramente ya me estaba cansando -porque yo no tengo ni un ápice de guataca en mi ser- con la insistencia del dueño de la bodega en que lo tratara mejor que a nadie.

Un día le dije a Don Emilio: "Mire, yo trato a los seres humanos de la misma manera, el hombre me cae muy bien, es muy cordial, modesto y respetuoso, pero yo me niego a tener grandes deferencias con él ni voy a congraciarme con este compatriota por mucho que usted persista"...

Entonces el dueño del "Liborio" me sorprendió y me dejó estupefacto con estas absurdas palabras: "No, chico, lo que pasa es que yo en Cienfuegos era tremendo Almendarista"...

Esa respuesta absurda me dejó completamente confundido hasta tres días más tarde en que llegó el camionero y comenzó a bajar cajas de Malta Hatuey"...

Le fui para arriba y le dije de sopetón: "Ven acá, Roberto, de una vez y por todas dime ¿cuál es el motivo por el cual todo el mundo, incluido el propietario de este negocio, te rinde tantas pleitesías?

Soltó una carcajada y siguió trabajando descargando su mercancía y yo insistí: "Chico ¿tu eras en Cuba hacendado, millonario, latifundista o senador de la Republica?"

Nunca olvidaré eso: Cogió una botella de Malta Hatuey caliente del camión, y me dijo: "Acompáñame al refrigerador" la cambió por una fría y me la entregó para que me la tomara"...

Y ahí me dijo: "No, no fui ni soy nada de eso que tu mencionas, soy simplemente un trabajador de la firma Hatuey"...

Pero… por poco me desmayo cuando me dijo: "En Cuba yo simplemente jugué a la pelota, y usted es muy joven pero a lo mejor se acuerde de mí, yo soy Roberto Ortiz, los almendaristas me decían el Gigante del Central Senado”. 

Solté el consabido: “¡Coñoooo!” Me quedé perplejo y sólo atiné a decirle: “¿Puedo darle un abrazo? ¡Usted es un héroe de mi niñez!”