Por Esteban Fernández Roig Jr.

 

Acababa de salir del Army. Estaba en California. Tenía 19 años. Alguien nos dijo a Luis Beato, a Mochi Rodríguez y a mi que: “Se celebraría una reunión de una recién formada organización anticastrista llamada JURE”. Y esa noche para allá nos fuimos.

Estuve completamente callado durante todo el mitin, de pronto el abogado Luis Aguirre leyó una carta proveniente de Miami donde escuetamente decía: “Requerimos a un voluntario de la Delegación de Los Ángeles para participar en nuestros entretenimientos militares para luchar beligerantemente por la liberación de Cuba”… Y la firmaban Manuel Ray Rivero y Rogelio Cisneros.

Como nadie levantó la mano, yo humildemente levanté la mía. Y a pesar de que nadie me conocía todos aceptaron unánimemente mi ofrecimiento.

Pensaba que me iría en avión para Miami, pero al otro día se apareció en mi casa un compatriota llamado Genaro Pedroarias  y me entregó un pasaje de la guagua Greyhounds y un radio Transoceánico y me dijo: “Entrégaselo a  Cisneros”…

Mi gran amigo Joaquin Bin me llevó a la  parada del autobús. Vaya, ese viaje fue terrible, el ómnibus estaba precioso, cómodo, pero yo no hablaba ni una papa de Inglés.

Fue un viaje de varios días sin bañarme, sin afeitarme y prácticamente sin comer.

El “bus” hacía una parada y yo no tenía una idea del tiempo en que estaría detenido. Los pasajeros hasta recorrían los pueblos donde nos deteníamos y yo solo me bajaba por unos minutos y volvía a mi asiento.

Cuando desesperadamente quería comer algo solo sabía pedir “milk y chicken”…

Me puse de lo más contento porque vi un restaurante mexicano y un dependiente me dijo: “¿Quiere tortilla?” Le dije: “Sí, dame rápido una buena tortilla para llevar que estoy apurado y se me va la guagua”… Y se rieron de mi.

Efectivamente ya no vi la Greyhound, volví al restaurante y pregunté: “¿Por donde puedo coger otra guagua?” y un burlón me dijo: “Cogétela  por el tubo de escape”…

Al fin llegué a la parada de la Greyhound en Miami, un hombre que se presentó como “Pipe” -después nos hicimos amigos y me enseñó telegrafía- me llevó para la casa de Rogelio Cisneros.

Me recibió María Cisneros, una mujer compasiva que inmediatamente sintió lástima al darme un simple vistazo y notar lo destoletado que yo estaba.

Recuerdo que me dijo: “Muchacho eres un niño ¿que edad tu tienes, te sientes mal?”

Y le dije: “No, solo tengo descomposición de estómago, llevo cuatro días tomando leche y una cosa rara que los mexicanos les dicen tortilla”..

Se sonrió y me dio una botella de una medicina llamada Imodium”…

Me llevó a un efficiency detrás de la casa y allí me presentó a un desconocido llamado Luis Posada Carriles quien me  recibió muy serio y quizás desconfiado.

Pero, el “Bambi” se rió mucho cuando años después Aldo Rosado me lo presentó y le dije: “Yo fui aquel apestoso que conociste en la casa de Rogelio Cisneros”…