Por Esteban Fernández

 

Hoy me voy a referir a mis experiencias con los médicos en este país. Para comenzar tengo que decirles que los médicos allá en la Cuba de ayer me malcriaron tanto que JAMÁS PUEDO ACEPTAR CON BENEPLÁCITO A LOS MÉDICOS EN ESTE PAÍS.

Vaya, allá yo tenía un catarro, fiebre, tos y el médico venía a mi casa, me chequeaba, me ponía una penicilina, me daba unas cuantas pastillas, cobraba dos pesos y me despedía con inmenso cariño y una sonrisa en su cara. Le decía a mi madre: “Ana María, hágale una sopa de pollo al niño...” y mi papá tenía la gentileza de cargarle su maletín hasta el carro. Aquí usted tiene fiebre de 101 y tiene que levantarse e irse al doctor.

Si es un fin de semana hay que esperar hasta al lunes, o ir a EMERGENCIA, y eso no se lo recomiendo ni al peor de mis enemigos. Llego a la consulta del Doctor y aquello está lleno de enfermos. Inmediatamente me parece que yo estoy mejor que todos los presentes y que seguramente me “van a pegar lo que ellos tienen”.

Me recibe una muchacha joven pero que luce un poco amargada y esto no me molesta porque ¿Cómo no va a estar amargada, la pobre, rodeada el día entero por personas tosiendo y quejándose? Además, como yo me siento muy mal tampoco me gustaría ver a la recepcionista riéndose y contenta de la vida.

Me pregunta "¿Qué le pasa?” Y en primer lugar me parece obvio lo que me pasa, estornudando y sonándome la nariz a cada segundo, y además me cae como una patada tener que explicarle a nadie que no sea el médico lo que me sucede.

Pero, le digo de mala gana "Creo que tengo tuberculosis y cirrosis hepática" y la muchacha sin inmutarse me dice: “Tome asiento”. Me cobra y esto es adicional a lo que paga mi seguro. Antes de sentarme cojo una revista. Total ya por experiencia sé que no voy a leer nada.

Me es imposible concentrarme en la revista con el desespero que me entra por acabar de ver al médico e irme a acostar tranquilo en mi casa. Además los magazines que tienen ahí son una basura y me perturba la idea en la cabeza de que “deben tener 20 mil microbios de los pacientes que han tocado esas revistas antes que yo”...

Después de una hora una enfermera casi grita: “¡Esteban Fernández!” y ya estoy seguro de que voy a ver inmediatamente al médico. Pero de eso nada, me meten solito en un cuartico más chiquito.

Ahí descubro que además de catarro yo padezco de ansiedad, de claustrofobia, de paranoia, de terror a la soledad y de delirium tremen. En ese momento traigo a mi mente a Eddy Carreras, a Geradito González, a René Cruz, a Armando Valladares, a Eusebio Peñalver, a Agapito "el guapo" RIvera'" y a cuanto ex preso político yo recuerdo para decirme: "Compadre, si esta gente estuvo un montón de años encerrados en las cárceles castristas ¿por qué tu no puedes estar aquí media hora?"

De pronto, entra el doctor, me toma la presión (que no tiene nada que ver con el flu que yo tengo) me pone el termómetro en la boca, me dice: “Ahora tienes un poco de fiebre". Me receta un montón de antibióticos. Yo le pregunto: “Doctor ¿me puede poner una inyección?” Tajante me dice: “No señor, vuelva el próximo lunes si sigue con malestares y te hacemos exámenes de sangre, radiografías y entonces te refiero a un especialista”...

Cuando un médico lo manda a uno a un "especialista" es porque no tiene ni la menor idea de lo que uno tiene. Y me parece como que el galeno tiene más claustrofobia que yo porque solo estuvo tres minutos en el cuartico conmigo.

Al salir de la farmacia me doy cuenta que he gastado más que una vez que fui a Las Vegas a ver al Miami Sound Machine.