Por Esteban Fernandez

 

El avión aterrizó en el aeropuerto de Miami, allá a lo lejos en un balcón podía ver saludándome a Milton Sorí que me había traído de Cuba y a su padre Rafael ex director de la afamada orquesta de Güines Swing Casino (EN LA FOTO) . Me venían a recoger.

Un agente de inmigración americano tratando de hablar español preguntó si alguien podía dar nombres de agentes castristas en su terruño. La mayoría lo que quería era salir rápidamente de allí. Yo levanté la mano y me di banquete echando pa’lante a los esbirros de mi pueblo. 24 horas más tarde me fui para la casa de Milton que me brindaba refugio seguro.

Recibí una llamada telefónica, un señor me dijo: “¿Usted es Estebita? Soy Ortíz, solamente lo llamo para darle las gracias, soy el dueño del cine Campoamor, y me informaron que usted siendo un asiduo asistente a mi cine al ser intervenido jamás puso un pie allí, si en algo lo puedo servir aquí tiene mi número de teléfono” …

Infructuosamente traté de averiguar donde estaban los campamentos para entrenarme para ir a pelear en Cuba. Nadie sabía, a nadie le interesaba.

El 16 de septiembre cumplí años. Solo recibí un dólar del tío de Milton llamado Rolando Marín. Ese día recuerdo lo preocupado que iba rumbo a mi primer trabajo de lavar platos en un hotel de Miami Beach.

Nunca olvido que una señora cubana que estaba trabajando de ascensorista en el elevador del Hotel me miró con cara de lástima y me preguntó: “Muchacho, ¿Qué tiempo hace que llegaste de Cuba?” Y le dije: “Veinte días”. La mujer metió la mano en su cartera y me regaló otro dólar. Ustedes pueden imaginarse la facha que yo tendría para inspirar a una desconocida a darme una limosna. ¡Pero ya tenia dos pesos en el bolsillo!

¿Ustedes creen que ahora en el exilio hay muchos fidelistas? Bueno, pues en aquel momento había más. Miami estaba lleno de miembros de células del Movimiento 26 de Julio que todavía no habían regresado a Cuba y que campeaban por su respeto en Florida, New York, New Jersey. Eran exiliados contrarios al depuesto régimen de Batista. Y esos castristas nos hacían la vida imposible. Nos consideraban esbirros y latifundistas. Y las broncas eran diarias.

Como es de suponer, en aquellos tiempos los policías eran todos norteamericanos, no como ahora que la mayoría son tan cubanos como usted y yo. Y cuando veían a cuatro cubanos vociferando en una esquina, paraban sus carros y nos decían: “Speak English or go home!” Nos dispersaban.


Fui al Welfare Católico a buscar ropa. Al mes de estar aquí tenía tremendos huecos en las suelas de los zapatos.

Recibí otra llamada, esta vez de mi amigo Máximo Gómez Valdivia quien me dijo “Ven para New York conmigo y tengo trabajo para ti en una fábrica de ventanas de aluminio”. Para allá me fui. Un mes más tarde se presenta la Crisis de los Cohetes en Cuba y nos fuimos orgullosamente para el US Army.

No liberamos a Cuba, pero en el Ejército pasé de ser un muchacho malcriado a soldado disciplinado.

Mientras tanto, en nuestra Patria los fidelistas eufóricos gritaban: “¡Qué bueno que se fueron, y que se vayan todos los gusanos a pasar hambre, miseria y frío en el Norte Revuelto y Brutal! Y mi madre lloraba cuando escuchaba eso.