Por Angélica Mora

 

Todo insecto, aún pureto, tiene mi respeto. ...Y hay algunos insectos que son interesantes, pero me aterran.

Recuerdo que en Venezuela le tenía pavor a las chicharras, o cícadas, que cantan fortísimo en los árboles y aunque tienen ciclos de siete años, estos están tan bien repartidos que siempre hay chicharras haciendo sonar sus pectorales o sus bajos vientres o lo que sea, emitiendo un ruido clásico e irritante por lo sonoro.
Su cuerpo es también bastante horripilante, porque parecen moscas enormes. Contempladas de cerca parecen insectos enormes con grandes ojos, muy separados, que te observan mientras tú las observas. Seguro que ellas están diciéndose también -¡qué bicha más fea!

Un día salimos, el equipo de Radio Caracas Televisión, RCTV a hacer entrevistas. (Había varias unidades, pero era costumbre que cada periodista tuviera su propio grupo de trabajo) . "Luminito" -además de ser el encargado de las luces era nuestro chofer. Yo, su copiloto.

El Gordo Flores siempre iba atrás con las cajas metálicas con el equipo: cámaras, trípodes, un quitasol blanco para las tomas y las luces. Mientras viajábamos en la unidad de transporte hacia el primer sitio de la entrevista, el gordo Flores iba en plan de bromas. De pronto me dijo: - Mora, alcánzame esa caja.

La caja era una lata redonda de metal donde se guardaban las películas, que había que montar en la cámara, en la obscuridad de misma unidad de transporte. Busqué adelante y en mis pies estaban varias cajas de metal con las películas. Tomé una y se la pasé hacia atrás donde él estaba, listo para cambiar el rollo en la cámara.

-Ábremela por favor, me dijo, que yo no puedo. Yo la abrí y de adentro saltó una chicharra. Cada lata contenía una chicharra, -según me contaron después- no era cosa de mala suerte mía en la escogencia. Fue tal el espanto... que lancé un grito, "manotié" al insecto, que se me había pegado de inmediato en el pelo, abrí la puerta del vehículo en movimiento y me tiré al pavimento de la calle.

Todo esto en cuatro secuencias de tres segundos. El chirrear de frenos de la unidad fue lo otro que sentí, y ya sentada en el suelo vi al gordo corriendo como nunca, hacia donde yo estaba. -¿Te hiciste daño? me preguntó, pálido como muerto...Detrás de él, venía "Pelo Pintado", que mal estacionó el vehículo, para ir en mi socorro.

Yo sentada en el suelo no podía más de indignación, aunque ya me estaba comenzando a dar risa. -Me podrías haber puesto mariposas -le reproché- esas no me dan miedo. -Mi recompensa ese día, para que los perdonara, fue pagarme doble ración de dulces árabes que vendían en los bajos de Fedecámaras y chicha de la plaza Miranda para neutralizar un poco lo dulce de los dulces.