– Solemnidad –

−16 de mayo de 2021−

Padre Joaquín Rodríguez.

 

Queridos hermanos:

La Solemnidad de la Ascensión del Señor nos convoca cada año a un reinicio en el camino del apostolado, vocación que todos poseemos desde nuestro Bautismo y Confirmación, y acción difusora del Espíritu Santo que, en la Liturgia, celebraremos el próximo Domingo de Pentecostés. Litúrgicamente hemos trasladado esta fiesta para el domingo siguiente a la fecha en que ordinariamente debiéramos celebrarla, el jueves anterior, y que marca los cuarenta días después de la Pascua.

Los Hechos de los Apóstoles (1, 1-11), libro del que tomamos la primera lectura de hoy, comienza con el mismo relato con que termina Lucas su Evangelio, el de la Ascensión del Señor, situado después de la introducción (similar a la del tercer Evangelio) que Lucas dedica a “Teófilo”, nombre simbólico en su misma etimología, que significa “amigo de Dios” y, también “amado por Dios”; por lo cual lo suponemos dirigido a cada creyente y, en particular, a cada buscador de la verdad en el amor de Dios.

Así como los Apóstoles, en ese momento de despedida que precede a la Ascensión, siguen atados al Israel terreno: “¿es ahora cuando vas a restablecer la soberanía de Israel?” (Hechos 1, 6), nosotros seguimos a menudo atados a la mirada y quehacer terrenos, mirada y quehacer que nos limitan y hasta impiden la mirada en profundidad de los dones recibidos y de su efecto en nuestras vidas.

En la Pascua e inundados de signos y enseñanzas, hemos sido reiniciados en los “Misterios” a los que accedemos por los Sacramentos de iniciación; a ellos han accedido por primera vez los catecúmenos en la Vigilia Pascual, y nosotros hemos renovado con ellos esos dones al volver a pronunciar las promesas bautismales: renunciando a Satanás y a sus obras y seducciones, y confesando la Fe trinitaria en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

En la segunda lectura escuchamos hoy a San Pablo (Efesios 1, 17-23) declarando que “Dios ha sentado a Jesús a su derecha en el cielo”; afirmación de su realeza y de su divinidad. Desde entonces su gloria es nuestra gloria: la poseemos en prenda, pero no como una simple promesa, sino como un proyecto al que Dios nos asocia ya desde esta vida; vida que vivimos en la esperanza del Reino.

En el Evangelio (Marcos 16, 15-20) Marcos, después de habernos presentado la amonestación que reciben los discípulos por su incredulidad (16, 14), nos presenta un resumen de recomendaciones finales, también les promete apoyar con signos su obra apostólica. La despedida de Jesús es temporal y los discípulos serán desde ahora su presencia, anunciando el Reino y su vuelta con la predicación de su palabra y su acción eficaz en la nueva vida de la cual la Iglesia es “testigo privilegiado” y “lugar de salvación”.

En resumen, con su Ascensión a la derecha del Padre, Jesús nos promete el envío del Espíritu para que, asociados a su obra en la acción misionera, lo estemos también en su obra santificadora, siendo signos vivos y eficaces de COMUNION en el mundo presente como “testigos de la vida futura que ya comenzó entre los suyos, en su Iglesia”.