-“Domingo de la divina misericordia”-

(11 de abril de 2021-04-06)

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Este domingo concluye la Octava de Pascua mostrándonos los temas fundamentales de la Fe Pascual y llamándonos a experimentar, como los neófitos recién bautizados, el encuentro personal con el Cristo resucitado y, a renovar con los apóstoles, la Fe pascual, que requiere también de nosotros la capacidad de andar el camino, desde el Sepulcro vacío, hasta la Asamblea eucarística congregada en torno a los “signos” sacramentales que el Señor nos ha dejado.

“Tenían un solo corazón y una sola alma”, nos dice San Lucas en el “libro del Espíritu y de la Iglesia” que constituyen los Hechos de los Apóstoles (Hechos 4, 32-35). El testimonio de los apóstoles y su predicación, crean un movimiento de conversiones y nuevos bautizados que hace crecer la Iglesia en números a partir de Pentecostés. El compartir y el desprendimiento de los bienes terrenos, hace que vivan una fraternidad nunca antes experimentada; animada y motivada por la acción del Espíritu Santo, que es el “alma de la Iglesia naciente”.

En la oración Colecta habíamos escuchado la referencia a la Misericordia divina que, como repetimos en la antífona del Salmo Responsorial (117), es eterna.

La primera Carta de San Juan (5, 1-6) nos enseña que “Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo”, al señalarnos la importancia esencial del amor en la obra de la Redención; Amor que es el motivo de esa elección que Dios ha hecho de nosotros para ser sus hijos y reunirnos en un solo Pueblo, cuya dinámica es también el amor; don necesario e impulsor del nuevo espíritu: “conocemos que amamos a los hijos de Dios, en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”. Siempre el amor del cristiano tendrá, en su nueva vida en Cristo, dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo.

“Ocho días después, se les apareció Jesús”. El Señor Resucitado marca el paso a “los suyos que han quedado en el mundo” con sus apariciones después de la resurrección, y éstas ocurren cada ocho días, marcando así el nuevo ritmo de la Iglesia naciente que se va a reunir en torno a la Mesa Eucarística cada “primer día de la semana”, o sea, cada Domingo, cada Día del Señor. En (Juan 20, 19-31) nos encontramos con una Iglesia (Asamblea-Congregación) que comienza a andar, tímida y temerosa, desde una toma de conciencia de lo que significa ese “cumplirse las Escrituras” en relación con su “Maestro y Señor”, hasta una madurez y arrojo en el anuncio de la “Buena Noticia”; está surgiendo el Nuevo Pueblo de Dios y está comenzando la misión: El KERIGMA, el “GRITO”, que pregona lo que Dios ha realizado para su Pueblo Elegido y para todos los pueblos de la Tierra resuena con la novedad de una “Nueva Creación”.

La experiencia de Tomás, que estaba dispuesto a morir con Jesús cuando volvían a Betania “donde los judíos le buscaban para matarlo (Juan 11, 16), nos llama hoy a acercarnos al Resucitado con humildad y devoción, para que sea la iniciativa “del que nos amó hasta el extremo” y no de nuestra simple emoción, la que nos haga exclamar una vez más y siempre: “SEÑOR MIO Y DIOS MIO”.