– 28 de marzo de 2021 -

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Ya desde el principio de Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche Santa de la Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección.

Con estas palabras comienza la Misa del Domingo de Ramos que hoy celebramos en recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén; acontecimiento que da inicio a su pasión, pero en el que ya se anticipa la gloria; el Señor es aclamado como rey, es el Cristo, el Ungido, el Siervo que recibe el homenaje del mismo pueblo del que recibirá su condena a muerte, camino necesario para el cumplimiento obediente de la voluntad del Padre para la salvación de su Pueblo y de toda la humanidad.

El evangelio de la procesión (Marcos 11, 1-10) nos relata el evento en el que Jesús es reconocido y aclamado como “hijo de David”, título mesiánico para el que inicia el nuevo reinado de Dios. Por eso hoy aclamamos a Cristo Rey y lo acogemos en nuestros corazones y en nuestras vidas. Hoy somos invitados a “alfombrar con nuestros mantos” la calzada por la que llega Jesús, el Cristo, a nuestras vidas. El manto, para los pobres, era todo su abrigo y posesión personal; este gesto nos invita a poner a disposición de Jesús toda nuestra vida y todas nuestras posesiones y, con ellas, todo nuestro corazón.

El cántico del Siervo de Yahvé (Isaías 50, 4-7) nos muestra a Cristo en su pasión: Siervo obediente que no escatima renuncias en el cumplimiento de su doble misión a favor de la amorosa voluntad del Padre y de su intercesión a favor de sus hermanos, por quienes se entrega a nuestra muerte para darnos su vida.

La Pasión según San Marcos (Marcos 14,1-15,47) comienza con dos referencias notables, iluminadoras de la intención del evangelista al entregarnos su versión de la historia central del Evangelio: Una consiste en la decisión de las autoridades judías (sumos sacerdotes y escribas) de apresar y condenar a Jesús; la otra nos muestra el motivo de la entrega de Jesús por sus hermanos. La “unción en Betania” anuncia proféticamente la muerte de Jesús, pero a la vez revela su condición de víctima propiciatoria y su condición divina.

La “kénosis”, el despojo de la forma de Dios como gloria y la asunción de una forma de existir como siervo, nos es explicada en este himno cristológico que San Pablo nos inserta en su epístola a los filipenses (Filipenses 2, 6-11). El Hijo asume el camino de la obediencia para hacerse “esclavo” y, por el mismo, liberarnos de la esclavitud del pecado y llevarnos a la Gloria, en la que entrará por su Resurrección llevando consigo a una “multitud de hermanos”. Este texto, por sí solo, nos explica maravillosamente el misterio que hoy celebramos, cuyo motivo es el Amor misericordioso de Dios, el Amor infinito y eterno cuya fuente, que es su propia naturaleza, es Dios.