– “Domingo de Abrahán y de la Transfiguración” –

−Febr. 28/2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Hoy aparecen dos montañas ante nuestros ojos: El monte Moria, donde Abrahán ofrece en sacrificio a su hijo, profecía típica del sacrificio que el Padre hará de su Unigénito por toda la humanidad (Génesis 22, 1-2.9ª.15-18) y la del Tabor, donde Dios reveló a su Hijo radiante de gloria (Marcos 9, 2-10). Abrahán, al no rehusar la oblación de su unigénito, era una imagen del amor infinito de Dios hacia los hombres, realidad que encontramos hoy explicada en la segunda lectura (Romanos 8, 31b-34), donde San Pablo nos invita a considerar en profundidad la “lógica” de Dios, quien nos ha entregado a su propio Hijo. En Cristo hemos sido reconciliados con Dios y lavados de nuestros pecados; en su muerte hemos sido adoptados, por su sangre derramada, como hijos de Dios. ¿Quién podrá, pues, acusarnos ante Dios, si es el Hijo amado del Padre quien intercede por nosotros? Nunca podríamos entender el amor de Dios sin entrar en este misterio de la mano del propio Hijo que, identificándose con nosotros en todo, quiso parecerse a nosotros en todo menos en el pecado, para librarnos del pecado y de la muerte que éste trae consigo.

Decíamos que el sacrificio que Abrahán hace de su propio hijo, Isaac, constituye una profecía típica, porque con él se establece en “tipo”, o sea, modelo previo al sacrificio verdadero al que anuncia y “tipifica” por anticipado. El valor del “Sacrificio de Abrahán” consiste en la obediencia a Dios; por el mismo, Abrahán, a quien llamamos con propiedad “nuestro padre en la Fe”, se parece a Dios (tipifica a Dios) en la entrega de su único hijo, el “hijo de las promesas”, como haría Dios Padre con su Hijo por nosotros. Abrahán “creyó”, y eso le fue contado por Dios como un acto de justicia, de la justicia suprema que comienza, para la criatura, en creer y confiar sin reservas en la Palabra dada por Dios.

En el monte de la Transfiguración, Jesús conversa con Moisés y Elías acerca de su muerte que tendrá lugar en Jerusalén. Marcos prefiere acentuar, sin embargo, el testimonio que el Padre nos da de “su Hijo amado”. Los discípulos reciben el anuncio de la Pasión y son confortados por la “visión de la gloria de Jesús”; al bajar del monte aún no han comprendido, ni la visión ni el anuncio de la pasión y muerte del Maestro, pero guardarán el recuerdo de la experiencia y la visión del futuro que, también ellos, como Iglesia del Resucitado, están destinados a recibir al final del Camino de la Cruz.

La Cuaresma nos introduce en ese Camino de Cristo que, comenzando con el anuncio del Reino y las manifestaciones de su gloria y su divinidad por medio de milagros, encuentra su culminación temporal en esta “entrada a la eternidad” de la Transfiguración. Nosotros también seremos transfigurados si creemos como Abrahán y seguimos a Cristo para tener su vida: por la Cruz hacia la Gloria; ésa es la promesa que el Mesías, el Cristo, nos ha revelado hoy.