– 21 de febrero de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos: Después de celebrar el sexto domingo del Tiempo Ordinario de nuestra liturgia, hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma, tiempo de gracia y conversión en camino hacia la Pascua, fiesta cumbre de nuestra Fe cristiana. El pasado miércoles recibimos las cenizas, señal de conversión y llamada sacramental a una renovación en la que nuestro esfuerzo se une a nuestra vocación a la santidad. La meta será una renovación interior manifestada en obras y actitudes nuevas, reveladoras de esa conversión que sólo Dios puede obrar en nosotros.

El camino de la cuaresma es paralelo al de la historia de la salvación que hoy comienza a ser narrada en la primera lectura a partir del pacto sellado por Dios con Noé tras el diluvio (Génesis 9, 8-15). Abrahán y Moisés, en los dos domingos siguientes, completarán esa serie de los “pactos” de Dios con la humanidad de entre la cual se ha elegido un pueblo: el Pueblo de la Alianza. -Los Apóstoles se sirvieron de esos mismos motivos para hablarnos de la gracia que sobreabunda por encima del pecado, del bautismo que tuvo una imagen profética en el diluvio y de la fe cristiana que no anula, sino que perfecciona la del pueblo elegido. Jesús, después de ser bautizado, mantuvo en el desierto un combate singular con Satanás que representa las tentaciones que hubo de superar durante toda su vida para ser fiel al Padre; de este modo el Señor es modelo para el cristiano que desea superar el pecado y hace penitencia. Jesús imita también en su retiro de cuarenta días a los antiguos profetas Moisés y Elías, como ahora hace la Iglesia siguiendo su ejemplo.

San Pedro nos enseña, en la segunda lectura de este primer domingo de Cuaresma, que es la muerte y resurrección de Cristo, cuyos méritos recibimos en el Bautismo, la que nos salva de la muerte eterna y del pecado, que es la muerte del alma (I Pedro 3, 18-22). La referencia del Apóstol a Noé, nos permite acercarnos espiritualmente a una mejor comprensión del plan salvífico de Dios para con nosotros; en este plan todo está ordenado a nuestra salvación; será el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos quien nos haga participar de esa misma vida en nuestra nueva condición de resucitados con El.

El evangelio, cuando nos muestra a Jesús a merced de Satanás en el desierto, augura que han llegado los tiempos del combate supremo y de la alianza eterna (Marcos 1, 12-15). Recordemos que “Satanás” quiere decir “el Tentador”. Por lo tanto, hoy somos urgidos a vencerlo, venciendo las tentaciones que nos apartan o enemistan con Dios. San Marcos es muy escueto al relatarnos las tentaciones de Jesús en el desierto, lo cual nos invita a calibrar bien cada palabra del relato. El Evangelista no se detiene en detalles, sin embargo nos invita a seguir a Jesús desde el Jordán hasta el desierto y, de ahí, al anuncio del Reino llamando a la conversión y a la Fe: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: conviértanse y crean en el Evangelio”. EL MISMO LLAMADO QUE OIMOS AL RECIBIR LAS CENIZAS.