– 24 de enero de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Con San Marcos como guía, en este Ciclo B de lecturas para la misa dominical, hemos estado visitando este evangelio desde el Primer domingo de Adviento con el tema del final de los tiempos y la vigilancia cristiana; en el Segundo domingo leíamos la introducción del mismo en sus ocho primeros versículos, donde el Evangelista nos presentaba su propósito de demostrarnos que Jesús es el Hijo de Dios, precedido y anunciado por San Juan Bautista y su misión.

Hoy reanudamos su lectura semi-continua encontrándonos con Jesús que, en Galilea, proclama lo esencial de su mensaje: la llegada del Reino de Dios y la necesidad de convertirse. La llamada de los primeros discípulos, a quienes enviará a anunciar la Buena Noticia del Reino, va a completar el cuadro de los inicios de su misión (Marcos 1, 14-20). Desde su propia condición de pescadores, los apóstoles son invitados a comprender el alcance y profundidad de la misión que el Maestro les va a encomendar, y para la cual los irá formando en estrecha asociación a su propio espíritu y andar misionero: Pescar hombres resulta una clara alusión a salvarlos, ya que en su lenguaje e ideario sacar del mar significaba sacar, liberar del mal.

La Palabra de Dios puede ser creída sin necesidad de signos prodigiosos, gracias al don de la fe, como ocurrió en Nínive con la predicación de Jonás llamando a la penitencia (Jonás 3, 1-5.10). Nínive era, para el pueblo de la Biblia, personificación del mal. Para sorpresa de Jonás, representante de la mentalidad excluyente del pueblo hebreo de la época, Nínive se convierte y Dios lo perdona, igual que a su propio pueblo. Es una sorprendente revelación de la misericordia sin fronteras y de que, el pueblo de Dios surge por la gracia y la conversión en el seno de la humanidad perdida por el pecado.

Los cristianos estamos llamados a estar presentes en todas las actividades humanas, pero siempre como si no perteneciéramos a este mundo pasajero. Aún la vida en el matrimonio se sitúa en este contexto de provisionalidad que tienen todas las cosas del mundo presente de cara a lo fundamental, que es la salvación eterna (I Corintios 7, 29-31). Si llevamos esta enseñanza-advertencia hasta sus últimas consecuencias tendríamos que decir que, asumirlo con otro espíritu, sería idolatría.

Porque creemos la Buena Noticia compartimos el pan y el vino, signo de la presencia de Cristo entre nosotros. Porque tenemos fe, nos comprometemos a “pescar” a los hombres: Pescarlos con redes del amor de Dios y en el espíritu de servicio caritativo y liberador del pecado y de entrega solidaria a los bienes mesiánicos.