– 17 de enero de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Hoy, evidentemente, nos asomamos al mundo vocacional en los inicios de la vida pública de Jesús, y el llamamiento a sus primeros discípulos nos da la tónica de ese aspecto fundacional de la Iglesia. El evangelio describe el encuentro de Jesús, tras su bautismo, con los que iban a ser sus primeros discípulos: Juan, Andrés y Simón Pedro (Juan 1, 35-42).

La vocación de Samuel en el Antiguo Testamento constituye un modelo de la llamada de Dios al profeta, símbolo fundacional en la nueva etapa del Pueblo de Dios al asentar su presencia en la Tierra Prometida; Samuel tendrá una misión única en la historia del Pueblo Elegido y será investido de autoridad única, teniendo a su cargo la elección del primer rey de Israel y, más tarde, de David, cuya dinastía recibiría las promesas mesiánicas.

En su niñez recibe el profeta la llamada de Dios, cuyo relato encontramos en (I Samuel 3, 3b-10.19); de la misma podemos afirmar que constituye un clásico ejemplo de lo que definimos como “vocación”. -La lectura apostólica (I Corintios 6, 13c-15ª.17-20) nos ocupa hoy en el tema cristiano muy desarrollado por San Pablo, en esta epístola y en otras, sobre la santidad del cuerpo humano, destinado a acompañarnos en el peregrinar de la vida presente hacia la meta celeste. La íntima unidad de cuerpo y espíritu sólo puede conducirnos a una elevación sobre los meros instintos y las pasiones humanas; ya que estamos destinados a glorificar a Dios en nuestros cuerpos mortales, destinados a ser glorificados en la resurrección; promesa de plenitud que se realizará en nosotros por obra de nuestra unión mística con Cristo, iniciada en el Bautismo.

En los evangelios, como en el texto que hoy nos ocupa, podemos ver siempre una especie de relación natural entre amistad y vocación. Observamos que los primeros discípulos de Jesús (Juan y Andrés) vienen del grupo del Bautista; luego veremos a Simón siendo presentado a Jesús por su hermano y también sabremos que Santiago era hermano de Juan. Mientras Juan y Andrés, siguiendo la indicación de Juan Bautista, siguen a Jesús espontáneamente, como meta de su búsqueda, Simón es llamado en el primer encuentro al recibir un nombre nuevo: signo de elección y revelador de la misión de la que sería investido en el momento oportuno. Y es que el discipulado del seguidor del Cristo es una combinación de llamada, búsqueda y consagración; el Ungido (el Cristo) unge con su gracia, que marca al que El invita a seguirlo. Ungir, marcar, consagrar para una misión que requerirá del misionero todo su ser y entrega.