– 10 de enero de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

“Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.”

Así termina el evangelio de hoy, fiesta del Bautismo del Señor, con toda la frescura y dinamismo con que San Marcos nos relata la historia y misterio de “Jesucristo, el Hijo de Dios”, arrastrándonos en su prisa desde la mirada del testigo hasta la contemplación del discípulo que, acompañado por los signos con los que el Señor resucitado confirmará su testimonio, llevará su mensaje redentor hasta los confines de la tierra.

Después de haber conmemorado la fiesta de la Epifanía de la infancia de Jesús, celebramos hoy, en su Bautismo, la Epifanía que da comienzo a su vida pública. Con esto concluye el tiempo de Navidad a lo largo del cual hemos proclamado nuestra fe en la divinidad de Jesucristo y en nuestra propia divinización en El.

Estos dos aspectos del misterio de la encarnación resplandecen vivamente en el Bautismo de Jesús. Jesús de Nazaret bajó al Jordán con los pecadores, pero, al salir del agua, Dios revela en El a su Hijo amado, y el Espíritu al posarse sobre El manifiesta que es el consagrado por excelencia, el Ungido, el Cristo. Juan puede testificar que “Es el Hijo de Dios” que “purificó el pecado del mundo”. -En el bautismo de Jesús se da una manifestación de su divinidad a la par que se revela el misterio del “nuevo bautismo”. Jesús entró en el agua para santificarla. Cuando sale de ella, “restablece, en algún modo, elevándolo junto a sí, al mundo sumergido”. Quienes renazcan “del agua y del Espíritu” serán hijos de adopción de Dios.

El evangelio narra cómo, estando Jesús bautizándose, el Espíritu Santo descendió sobre El y la voz del Padre se hizo oír para presentarle como su Hijo amado (Marcos 1 6b-11).  -De esta manera, tenía cumplimiento el antiguo vaticinio hecho por el Señor: “Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto mi espíritu” (Isaías 42, 1-4.6-7). -Jesús, glorificado por el Padre y consagrado por el Espíritu, podía ya comenzar su ministerio, que San Pedro resume así: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hechos 10, 34-38).

Queridos hermanos: esta Fiesta de hoy nos revela nuestra propia dignidad asumida en el Bautismo, que recibimos como iniciación a la vida de la Gracia y comienzo de nuestra incorporación a Cristo en su Iglesia. Dios es quien nos ha llamado, adoptado y otorgado los medios necesarios para nuestra propia santificación y realización de nuestra vocación como discípulos-enviados: como “apóstoles” de su Hijo.