– 15 de noviembre de 2020 -

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La parábola de los talentos, que leemos hoy en el evangelio de la Misa, nos ha dejado una referencia en el lenguaje y en el imaginario cultural, más allá de la enseñanza moral que Jesús nos da en la misma. El “Talento” ha quedado como sinónimo de riqueza, habilidad e iniciativa y, a su vez, de aplicación y fidelidad en la ejecución de un encargo o misión. Era una unidad de medida monetaria muy valiosa y con distintas equivalencias, dependiendo del momento y del lugar que lo adoptó: Babilonia, el mundo Mediterráneo, etc., variando desde entre 26 hasta 59 kilogramos de plata o de oro. De modo que, hasta el siervo que recibió sólo un talento, recibió una verdadera fortuna para cuidar y negociar durante la ausencia de su Señor (Mateo 15, 14-30).

El ejemplo y alabanza de la mujer hacendosa que encontramos en la primera lectura (Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31), diestra en la administración de su hogar, nos anuncia y complementa el mensaje de Jesús en el Evangelio; la sana preocupación por el trabajo y las cuestiones del mundo es una virtud que las antiguas Escrituras alaban frecuentemente. Esta laboriosidad concreta y comprometida deben tener también los cristianos para su vida laboral y familiar, lo mismo que en el servicio de Dios en la Iglesia. La parábola de los talentos es una seria advertencia del Señor dirigida a los que esperan su segunda venida. Así seguimos avanzando en este domingo en la dinámica de la esperanza cristiana que se configura en la actitud de “vigilancia”, que moldea el mensaje del fin del año litúrgico y el comienzo del nuevo a comenzar con el Adviento.

También San Pablo, en su Primera Carta a los Tesalonicenses (5, 1-6), advierte de la incertidumbre acerca del tiempo de la definitiva vuelta de Cristo a la tierra: por eso los cristianos han de ejercitarse en la vigilancia llevando una vida laboriosa, austera y siempre en la presencia de la luz de Dios. Los talentos les son confiados a los siervos de acuerdo a su capacidad, pero aun el que recibe uno solo ha recibido una fortuna en relación a su condición; recordemos que no recibe una simple moneda, ya que el talento representa mucho dinero. Como bien sabemos al asignarle el valor de símbolo de cualidades y capacidades humanas para producir y negociar favorablemente, el señor les ha confiado a sus empleados o siervos una buena parte de sus posesiones. Jesús quiere enseñarnos con esta parábola que cuenta con nosotros para realizar su misión, para construir el Reino.

La enseñanza es una llamada con visión de futuro y, un reto a las aspiraciones de cada individuo llamado. Y digo individuo porque el Señor nos llama a cada uno por nuestro nombre y nos pedirá cuentas de nuestras acciones y omisiones en la gestión de los dones que ha compartido con nosotros, al darnos su amistad  y llenarnos con su gracia y capacidad de amar como El. Por supuesto, la enseñanza tiene también una proyección comunitaria: el Reino de Dios, que no se funda y edifica con los valores y criterios de este mundo, está pensado y deseado para toda la humanidad: “cada uno”, pero a la vez, “todos” estamos destinados, “soñados” podríamos decir, por Dios para pertenecer y compartir, después de haber participado en su construcción.