– 25 de octubre de 2020−

Padre Joaquín Rodríguez

 

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. -Mateo 22, 36. 39-

Queridos hermanos:

“Dios, en los últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo” -Hebreos 1, 2-

Partiendo de esta verdad revelada, acometemos hoy la tarea de aprender de la Ley de Dios, guardarla en nuestro corazón como hacía María y transformarla en los frutos que Dios espera de nosotros: las buenas obras, las obras de justicia y amor: “al final sólo quedará el amor”, como leemos en I Corintios 13, 13. Una vez más recuerda Jesús en el evangelio que toda la ley descansa en el amor a Dios y al prójimo (Mateo 22, 34-40). La primera lectura, tomada del Exodo, precisa cuáles son nuestros deberes respecto a aquellos de entre nuestros hermanos que se encuentran más necesitados: el pobre, el trabajador emigrado (el forastero), los olvidados de la prosperidad económica, el huérfano, la viuda… (Exodo 22, 21-27).

En Deuteronomio 6,4 comenzamos a leer el “¡Escucha Israel!”, equivalente a una profesión de la Fe del Pueblo de Dios; solemne declaración del origen del pueblo y de la Ley, que es Dios mismo, Yahvé, el Dios que es, que existe por sí mismo y que hace que todo exista. Y ese Dios nos manda amarlo y demostrar ese amor, o sea nuestra propia naturaleza salida de sus manos, amando al prójimo -también su imagen y semejanza- como a nosotros mismos.

Perdidos en diatribas sobre los preceptos rabínicos como caminos absolutos para practicar la Ley, expresión de una religión endurecida y ya incapaz de mostrar al Dios vivo, los doctores de la Ley, o sea los jefes espirituales del pueblo, se privaban de entender el propósito de la Ley misma.

El precepto del amor a Dios y su consecuencia inmediata del amor al prójimo, ya no formaban parte del gozo de pertenecer al pueblo elegido; más importante parecía el cumplimiento de los preceptos humanos que, naturalmente, oscurecían la comprensión del Mandamiento, impidiendo saborear la dulzura de la Palabra viva de Dios.

En la segunda lectura (I Tesalonicenses 1, 5c-10) vemos como la Iglesia de Tesalónica se convirtió en misionera de toda su región gracias al ejemplo de la nueva vida de sus miembros; su testimonio hizo innecesarias las palabras. -Esto ocurre cuando logramos superar todo egoísmo y causa de división con la Caridad, virtud cardinal de la vida cristiana. El amor al prójimo, mandato explícito de la Ley de Dios, que emana del primer mandamiento, es el corazón que late en la Iglesia, en cada comunidad, en cada familia de fe; si no es así, si el amor muere, también muere la familia, también muere la Iglesia. El amor brota del corazón, o sea de la conciencia del hombre; pidamos una conciencia limpia y un corazón generoso para servirle a Dios, para servir al prójimo y para llegar a Cristo.