(26 de abril de 2020)

“Domingo de las apariciones”.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Hoy leemos el más emotivo de los relatos de entre las apariciones de Jesús: el de su manifestación a los discípulos de Emaús, a los que se revela en la fracción del pan, luego de haberles explicado las Escrituras (Lucas 24, 13-35). La primera lectura (Hechos 1, 14.22-28) nos presenta el testimonio de Pedro al comienzo de su ministerio apostólico el día de Pentecostés; En la segunda lectura (I Pedro 1, 17-21), de la carta escrita en Roma al final de su vida, quiere confirmar la fe y la esperanza de los cristianos, recordándoles que fueron salvados en la sangre de Cristo.

El Señor Jesús le ha dejado a su Iglesia los datos necesarios y abundantes que la confirmen en la Fe, que no puede basarse solamente en la certeza de que se han cumplido las Escrituras; tampoco solamente en las apariciones del Resucitado; y menos aún en una simple convicción interior. Jesús, ahora el Cristo, Señor de la Gloria, no ahorra signos para que los “suyos que han quedado en el mundo” como testigos cualificados, puedan creer y comunicar el mensaje. A ellos les toca ahora la “obra” de creer y luego explicar lo creído; necesitan señales para ellos mismos y como referencias convincentes que les ayuden en la proclamación (Kerigma) de la Buena Noticia; y ésta es que Jesús de Nazaret, el Profeta poderoso en palabras y obras, que murió crucificado, ha resucitado y ha tomado posesión de su lugar en la “Gloria junto a Dios Padre”. Ahora anuncian que el Cristo, el Mesías esperado, que pasó entre ellos haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, ha vencido la muerte y vive en su Iglesia.

La experiencia de Emaús, sólo contada por San Lucas, la podemos encontrar, leer y meditar varias veces en el tiempo pascual. Primero en la Misa vespertina del Domingo de Pascua, luego en una de las ferias de la Octava y, finalmente, en este tercer Domingo. Encontramos un relato llano y emotivo a la vez, lleno de candor y revelador de la debilidad persistente en los discípulos en quienes la desesperanza parece bloquear la luz del Resucitado. -El Señor escoge dos discípulos, uno de ellos Cleofás, posiblemente el esposo de una de las mujeres al pie de la Cruz; así nos va mostrando el evangelista esa Iglesia, que es el resultado y mezcla de testigos de diferentes niveles, a quienes Jesús va reuniendo en una sola familia, en su propio Cuerpo. Como Iglesia siempre vamos a ser, para el mundo, los testigos y, siéndolo, siempre tendremos la vocación y la misión de vivir en Cristo y mostrarlo, vivo, al mundo. -Desde que el Señor resucitó, somos el Cuerpo, la familia, la Iglesia de Cristo muerto y resucitado para la salvación de todos los que en El crean. También siempre estaremos convidados al banquete pascual, siempre recibiremos el reto y, para responderle, la Gracia de reconocernos en El: “Al partir el pan”.