– 27 de septiembre de 2020 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La parábola de los dos hijos, que leemos hoy en el evangelio de la Misa (Mateo 21, 28-32), y que encontramos en el evangelio de San Mateo, forma parte de una serie de parábolas que denuncian el rechazo de Cristo por los fariseos, letrados y sacerdotes de la ciudad santa; las encontramos en el relato que sigue a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén en este evangelio. -Esta breve parábola nos recuerda, en sus personajes y en el mensaje que trasmite, otras parábolas evangélicas como la del “hijo pródigo”, “los invitados a la boda”, etc. -En todas se nos presentan dos opciones o caminos y en todas unos cumplen y otros no cumplen la voluntad de Dios. El método pedagógico de los dos caminos sigue siendo, aún hoy, un magnífico método de enseñanza sobre el discernimiento, tanto en lo moral como en lo espiritual, a la vez que una llamada a la conciencia.

En el primer hijo de la parábola, que obedece sólo de palabra, están representados los jefes de Israel, mientras que el segundo hijo, después de un rechazo inicial, obedece lo que le pide el padre. En este hijo están representados los pecadores que se convirtieron y siguieron a Jesús. Recordemos otra sentencia de Jesús donde no enseña: “no todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt. 7, 21). Son palabras y promesas muy consoladoras para todos los que hemos terminado reconociendo nuestros pecados e indignidad y respondiendo a la llamada a la vida de la Gracia.

La justicia de Dios aguarda siempre el arrepentimiento del pecador, según nos enseña el profeta Ezequiel en la primera lectura. Si el pecador se arrepiente y se convierte, entonces vivirá (Ezequiel 18, 25-28). La responsabilidad personal, tan importante para todo en la vida y para triunfar en cualquier campo en que nos movamos y desarrollemos nuestras actividades y opciones, está acentuada en este texto de una manera evidente. Dios nos salvará, pero no lo hará sin nuestra respuesta y participación en su obra.

En su carta a los filipenses (Fil. 2, 1-11), San Pablo relaciona la práctica cotidiana de la vida cristiana con el gran ejemplo dado por Cristo en su Pasión: Los cristianos deben vivir en humildad ya que el Hijo de Dios se anonadó hasta la muerte de Cruz. El Apóstol ilumina esta enseñanza citando un himno de la primitiva liturgia cristiana en que se ensalza a Cristo, humillado hasta la muerte y glorificado por el Padre. – Una vez más el Señor nos enseña lo imprescindible de la virtud de la humildad para comprender la ley de Dios y su puesta en práctica, lo que constituye la verdadera “religión”, y la necesidad del Amor, de la Caridad, como componente activo, moderador y revelador de la verdad de Dios.