– 13 de septiembre de 2020 –
Padre Joaquín Rodríguez
Queridos hermanos:
La vida común se fundamenta en el mutuo apoyo y en el perdón. Esto es lo que le recuerda Jesús a Pedro en el evangelio de hoy (Mateo 18, 21-35). La parábola de los empleados deudores es una catequesis sobre el perdón de los pecados por Dios y el mutuo perdón de las ofensas entre los cristianos, imitando a Dios; conforme a la petición del “Padre Nuestro”: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Contar las veces que podemos o debemos perdonar, nos mantiene mirando hacia la tierra y nos impide iniciar el camino de la eternidad, que comienza cuando aprendemos a mirar hacia arriba, hacia el Cielo, donde reina el que hace del perdón la esencia de su relación con los hombres, en quienes ha querido restaurar su Imagen y Semejanza destruida por el pecado. -Encontramos aquí una idéntica enseñanza a la de los sabios del antiguo Israel, que hoy encontramos en la primera lectura: “Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas” (Eclesiástico 27, 33-28, 9).
Perdonar las ofensas, perdonar al prójimo nos acerca a Dios, más aún, nos asemeja al Padre celestial, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados. El perdón brota, por lo tanto, del amor; del amor de Dios y del Amor que es Dios mismo y, por eso, va acompañado de compasión o misericordia; componente imprescindible del perdón cristiano y de su fuente, el Amor de Dios.
Con frecuencia nos sentimos tentados a pensar que el perdón sólo se le otorga al que lo pide, reconociendo su culpa y humillándose ante el ofendido. Pero entre las ofensas entre los hombres y el pecado, que hace la ofensa irreparable por los hombres, está la muerte de Cristo en la Cruz. Lo que hace la diferencia es el sacrificio del JUSTO, que repara una ofensa a la DIVINIDAD con la MUERTE DEL HIJO, o sea, Dios Hijo reparando los pecados de las criaturas ante Dios Padre y mereciendo para ellas, con quienes se ha hermanado en Su Encarnación, la nueva condición de “hijos adoptivos de Dios”.
-La única condición que Dios exige de antemano para otorgarnos su perdón, es que practiquemos la petición contenida en la oración que Jesús nos enseñó: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Hoy en día, que nos preciamos de poseer tanta ciencia, solemos negarla al asumir actitudes anticientíficas guiados por nuestras pasiones: el único modo de aliviarnos sicológicamente en nuestras relaciones terrenas, tan cargadas de orgullos y rencores, es ejerciendo sabiamente el don del perdón; porque el perdón es un auténtico “don de Dios para el Hombre”, don para ser compartido y repartido como “pan de cada día”.
Siguiendo los consejos del Apóstol en la segunda lectura del día (Romanos 14, 7-9), “no vivamos para nosotros mismos, sino para el Señor”; ese espíritu nos aliviará las cargas inherentes a nuestra maltratada naturaleza, nos acercará constantemente al Creador y nos propiciará actuar como el Hijo amado del Padre: nuestro Hermano Jesús.