– 24 de marzo de 2024 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Ya desde el principio de Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche Santa de la Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos, para que participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección. –

Con esta exhortación comienza la Iglesia la celebración anual de la semana mayor o Semana Santa; en ellas encontramos un hermoso resumen y explicación de los misterios que celebramos estos días, comenzando hoy con la solemne entrada de Jesús en Jerusalén y culminando el próximo domingo en la gran solemnidad de la Resurrección que la Iglesia celebra en la Vigilia Pascual y en el propio Día Domingo, que toma su nombre de este evento único en la historia humana: Desde entonces los cristianos celebramos el “Día del Señor”.

“Bendito el que viene en el nombre del Señor”, es la aclamación del pueblo en el evangelio que leemos como inicio de la procesión de entrada, aclamando a Cristo Rey, con los ramos ya bendecidos, y que conservaremos como recuerdo de haber acompañado a Cristo en su entrada en nuestra Iglesia parroquial y en nuestras vidas, que El ha venido a redimir del pecado y de la muerte (Marcos 11, 1-10).

Leemos como primera lectura el tercer cántico del siervo del Señor (Isaías 50, 4-7); en el mismo somos invitados a aprender el camino de Cristo, el siervo humillado pero fiel, y a imitar su mansedumbre y valorar su entrega obediente a la voluntad de su Padre Dios.

El Salmo 21 nos invita a seguir a Cristo, acogiendo su súplica mientras moría en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

El misterio del anonadamiento de Cristo, que comienza con su encarnación y se consuma en la cruz, nos es presentado por San Pablo en su carta a los Filipenses (Fil. 2, 6-11). “Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

En el relato de la Pasión (Marcos 14, 1-15, 47), late la pregunta: ¿Por qué la salvación de los hombres tuvo que realizarse por este camino de dolor? Y la única respuesta válida del Evangelio es: Porque era la voluntad del Padre. Porque Dios quería darnos la prueba irrebatible de su amor a nosotros, que tanto dudamos de ese amor. La obediencia del Hijo nos abrió el camino del perdón redentor.

Dispongámonos a vivir en estos días, paso a paso, el camino liberador de la Cruz con Cristo, que por nosotros en ella murió.