– 7 de enero de 2024 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Desde una proyección teológica e iluminando nuestra espiritualidad cristiana, la Iglesia nos convoca a celebrar las “manifestaciones del Señor” desde el comienzo del Adviento hasta la Fiesta del Bautismo del Señor, con la que concluye este ciclo litúrgico. EPIFANÍA quiere decir manifestación. Pero la manifestación de Cristo al mundo encierra múltiples aspectos. Por eso la Iglesia celebra, en el tiempo de Navidad, dos clases de sucesos que manifiestan progresivamente en Jesús al Hijo de Dios hecho hombre. Unos perfilan su nacimiento e infancia, otros señalan los comienzos de su vida pública. Entre los primeros, el más significativo es la llegada de los Magos a Belén; entre los segundos, el Bautismo del Señor en el Jordán. Si la llegada de los Magos ha centrado más la atención que la de los pastores, es debido a que se trataba de unos hombres que venían de fuera de las fronteras de Israel. Al atraerles hacia Cristo-Niño, Dios quiso revelar “para luz de los pueblos, el misterio de nuestra salvación. Se trata de una fiesta de Cristo, “Señor del señorío”, que nos esclarece “la gloria de su inmortalidad”.

 La Epifanía es también la fiesta de la vocación de los hombres a la fe, y después a la visión de Dios. Jesús, que en la Eucaristía “se inmola y se da en comida”, se encuentra presente en nuestro caminar hacia la luz, desde la fe hasta la visión. De este modo, la celebración litúrgica nos ofrece “su luz” que nos orientará, como a los Magos, hasta el final del camino.

Isaías nos anuncia desde la distancia lo que hoy celebramos en la fe (Isaías 60, 1-6). La sensibilidad espiritual del Profeta lo lleva a vislumbrar los acontecimientos redentores de los tiempos del Mesías, que la vocación del Pueblo elegido prepara durante siglos de un peregrinar espiritual guiado por Dios. – El misterio oculto desde siempre, según San Pablo, consiste en que “todos los hombres están llamados a formar un solo cuerpo con Cristo” y a vivir juntos cerca de Dios (Efesios 3, 2-3ª.5-6). – Tras muchos siglos desde su anuncio, el Nacimiento de Cristo transforma la esperanza en realidad. Con la llegada de los Magos desde Oriente a Belén el misterio empieza a desvelarse: los pueblos paganos se ponen en camino hacia Cristo (Mateo 2, 1-12).

Como Pueblo elegido que somos, nuestra vocación nos llama a descubrir en nuestras propias vidas las señales y ocasiones propicias para el anuncio del Evangelio, que debemos anunciar “a tiempo y a destiempo”. Por otra parte, habiendo sido ‘iluminados’ en el Bautismo, nuestra misión parte de nuestra propia santificación, condición indispensable para trasmitir el mensaje: para llevar al mundo la Luz de Cristo, el Señor.