– 19 de noviembre de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La improductividad, encubierta o disfrazada de temor, no tiene lugar en el Reino de Dios ni en la dinámica que debe animar a los que buscan ese Reino y que, por buscarlo, ya son parte del mismo. Ese es el mensaje que primero descubrimos en el evangelio de este domingo. -Orientada al final del año litúrgico, la liturgia nos alerta también en el tema espiritual del fin de los tiempos y la segunda y definitiva venida de Cristo. -La sana preocupación por el trabajo y las cuestiones del mundo es una virtud que las antiguas Escrituras alababan frecuentemente, como en el poema de la mujer hacendosa del libro de los Proverbios. Esta laboriosidad concreta y comprometida deben tener también los cristianos para su vida laboral y familiar, lo mismo que en el servicio de Dios en la Iglesia. La parábola de los talentos es una seria advertencia del Señor dirigida a los que esperan su segunda venida.

Con el ejemplo de la mujer hacendosa, diestra en la organización de su hogar (Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31), y el del empleado que hace fructificar los bienes de su Señor durante la larga ausencia de éste (Mateo 25, 14-30), parece como que la primera lectura y el evangelio nos proponen un ideal demasiado distante al del Sermón del monte. Mas, a través de esos ejemplos, la Escritura nos da a entender una lección de fidelidad en la espera. Éste es también el tipo de fidelidad que nos exige San Pablo en la epístola cuando nos recomienda que “estemos vigilantes y vivamos sobriamente” a la espera de la venida del Señor (I Tesalonicenses 5, 1-6).

Sacando conclusiones para nuestra vida de peregrinos hacia el Reino, nos alerta el Apóstol sobre la actitud de vigilancia al poner el acento, para poder estar vigilantes y alertas, y ser capaces de reconocer al Señor que llega a nosotros, en la sobriedad. Sin sobriedad no es posible la vigilancia: Ni el desenfreno por los bienes y placeres del presente, ni las comilonas y borracheras permiten esa sobriedad indispensable. Ya sea atendiendo al realismo de las palabras como a su simbolismo, siempre tendremos necesidad de rectificar el modo y el camino de nuestras vidas. Ciertamente, no es la prédica y no son los ideales del mundo actual los que nos conducirán a Cristo; somos nosotros los que traemos al mundo los verdaderos ideales y las acciones humanizadoras que harán posible esa actitud y acción que hoy nos propone la Palabra. Nunca olvidemos nuestra misión, que el Señor una vez definió como la de ser “luz del mundo y sal de la tierra”.