– 3 de septiembre de 2023 -.

Padre Joaquin Rodriguez

 

“El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo”

Queridos hermanos:

Qué ajena le debe sonar al mundo esta invitación de Jesús que, para todo discípulo y seguidor del Maestro constituye una opción fundamental. El tema del sacrificio y la Cruz lo vemos ordinariamente como algo sabido en Jesús, ya que los evangelios así nos lo presentan; pero cosa diferente es aplicarlo a nuestras vidas como una condición sin la cual no podemos llegar a ser sus discípulos.

En el Evangelio del pasado domingo Pedro había hablado movido por Dios al confesar a Jesús como Mesías; hoy, llevado por su impulso humano, intenta impedir que Jesús asuma su sacrificio redentor. Jesús entonces lo llama tentador (Satanás), porque intenta apartarlo de su fidelidad a la misión recibida del Padre (Mateo 16, 21-27). No es que Dios desee el sufrimiento de Jesús, sino que la palabra de Dios es tan contraria a los valores del mundo que ocasiona infaliblemente la persecución del que la pregona con autenticidad; así vemos hoy en el Profeta, angustiado por las contradicciones, un anuncio del Cristo doliente (Jeremías 20, 7-9).

La Palabra de Dios, viva y eficaz, es también causante de prueba y dolor, servirla nos trae persecución; pero es seductora, porque tiene fuerza y es redentora. Hoy en día volvemos a ser conscientes de ser perseguidos por causa del Reino de los Cielos, por servir la Palabra de Vida y mostrar con nuestras vidas el destino trascendente del Hombre. Nunca han cesado las persecuciones, pero por mucho tiempo hemos preferido ignorarlas hasta que, inevitablemente, se hacen presentes a la puerta; pero el Señor siempre nos preparó para confrontarlas y nos advirtió con sus palabras y con su propia vida, hasta morir en la Cruz por una multitud de hermanos.

Imitando a Jesucristo, los cristianos no pueden amoldarse tanto a los criterios del mundo que pierdan su identidad; como Jesús están llamados a ofrecer sus propias vidas en un sacrificio razonable y consciente (Romanos 12, 1-2). En la visión y experiencia de San Pablo toda la vida cristiana es una liturgia: debemos ofrecer a Dios nuestras personas como un sacrificio y glorificarle en todas nuestras obras y acciones.

Fijemos nuestra mirada en Jesús y dejemos que Él nos seduzca y transforme nuestras vidas, a semejanza de la suya, en una de entrega a su causa y a su amor.