– 23 de julio de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El pasado domingo comenzamos a leer en el evangelio el “discurso en parábolas”, una de las síntesis con las que San Mateo nos agrupa pedagógicamente las enseñanzas de Jesús. En la “parábola del sembrador” aprendíamos cómo la Palabra de Dios posee un dinamismo propio que, sin embargo, para producir frutos de santidad y justicia en los hombres, necesita de la respuesta de los mismos; la calidad de la “tierra”, o sea, del corazón de cada uno de los destinatarios de la “semilla” tiene mucho que ver con el resultado de la siembra.

Hoy leemos tres parábolas, la primera de las cuales, “la del trigo y la cizaña”, resulta la más interesante y profunda, aunque las otras dos, “la del grano de mostaza” y “la de la levadura en la masa”, han quedado como referencias complementarias a las enseñanzas del Maestro y, sin dudas, como referentes en cuanto a que el “Reino de los Cielos” tiene muchas vías para hacerse presente y asequible al hombre; sea éste consciente o no de necesitarlo y de acogerlo.

La parábola de la cizaña explica otro de los “secretos” del Reino de los Cielos: Cuál es el origen del mal y por qué consiente Dios que en la Iglesia haya una mezcla de buenos y malos; la clave está en la paciencia de Dios (Mateo 13, 24-43). Esto ya había sido revelado en el Antiguo Testamento, mostrándonos la paciencia y moderación de Dios antes que recurrir al castigo, dando lugar al arrepentimiento del pecado y la conversión del pecador (Sabiduría 12, 13.16-19).

Si la parábola del sembrador nos hacía fijarnos en la actitud de cada uno para acoger la salvación, Hoy aprendemos que “los hijos del Reino” son la buena semilla, el buen trigo; la cizaña, los que no pertenecen por opción propia a la buena siembra, siempre estarán presentes y deberán ser identificados; Dios es paciente y les da tiempo suficiente para transformarse en buen trigo.

Así vemos también la continuidad de los otras “pequeñas parábolas de la levadura y la semilla de mostaza”: Son aparentemente débiles y casi imperceptibles, pero pueden transformarlo todo desde dentro y proponerse como una buena y constante influencia renovadora y regeneradora.

Las aspiraciones del hombre a la libertad perfecta pueden quedar ineficaces a causa de su natural debilidad, pero el Espíritu conforta a los cristianos con su intercesión que trasciende toda contingencia (Romanos 8, 26-27). El Espíritu Santo, es el que orienta nuestra vida hacia Dios y quien pide en nosotros; Él es la verdadera levadura espiritual.