– 18 de junio de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Pentecostés selló el tiempo pascual en la Liturgia de la Iglesia, con esa Solemnidad se inicia, en la celebración del Pueblo de Dios, el Tiempo del Espíritu; tiempo que, en realidad, inunda todo el quehacer cristiano. El Tiempo Ordinario se reanuda después del Tiempo Pascual con la Solemnidad de la Santísima Trinidad y, también, donde esta fiesta no es celebrada como precepto, el Corpus Christi, el pasado domingo. Volvemos a ver el verde en los ornamentos y nos enriquecemos con las lecciones de la Palabra que nos cuenta la vida de la Iglesia primitiva y su etapa fundacional misionera siguiendo preferentemente a uno de los evangelistas sinópticos.

Hoy comenzamos a leer en el evangelio las consignas dadas por Jesús a sus Apóstoles respecto a su misión. San Mateo recuerda, en primer lugar, la elección de los Doce, a quienes el Señor envía a las muchedumbres abandonadas (Mateo 9, 36-10, 8); los Apóstoles son enviados, como antaño Moisés, para anunciar a los hombres sin esperanza que Dios quiere hacer de ellos su pueblo (Éxodo 19, 2-6ª).

La institución de los doce discípulos como Apóstoles, enviados, tiene carácter fundacional de un nuevo Pueblo de Dios, del que aquellos serán como los patriarcas de las doce tribus de Israel. El Reino de los Cielos está cerca y la salvación alcanza a los cuerpos y las almas de los hombres, pero se necesita muchos más colaboradores: “la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos”. Los Apóstoles son iniciados en su ministerio con el envío a “las ovejas descarriadas de Israel”, excluyendo la misión entre paganos, misión que ocupará un segundo tiempo y que, como ya sabemos, ha ocupado la actividad misionera de la Iglesia hasta nuestros días. En verdad que la promesa de estar con los suyos “hasta el fin de los tiempos” se convierte también en una profecía de la proyección de la misión de la Iglesia de Cristo para todos los tiempos y lugares del mundo que Él vino a salvar.

En (Romanos 5, 6-11), San Pablo anuncia el tema fundamental de la “Reina de las Epístolas”; los cristianos reconciliados serán salvados, participando en la fe-esperanza de la vida de Cristo resucitado. La causa de que Cristo muriese por nosotros, dice San Pablo, es que Dios nos ama: reconciliados con Dios en su sangre, hemos sido salvados y glorificados por su vida. Dios es glorificado en nosotros cada vez que cumplimos su plan redentor que, en nuestros tiempos, adquiere un tono especial con la misión de ser un pueblo reconciliado y reconciliador