– 9 de abril de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

“Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo” -Salmo 117, 24-

Queridos hermanos:

Hoy comienzan, en nuestra Liturgia, los cincuenta días que van, desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés. En la Pascua cristiana todo este tiempo se celebra como si fuese un solo día, y lo es: es “el Día del Señor”, señal y modelo en el tiempo de la “nueva creación”, del “Día sin ocaso”, como cantamos en el Pregón pascual ante el Cirio, signo de Cristo Resucitado y Glorioso. El Domingo representa a Cristo resucitado, es el Día por excelencia que modela, para el cristiano, todo el tiempo; día en que comenzamos a vivir en Cristo y para Cristo. Partiendo de la adoración gozosa del Señor, muerto y resucitado, somos invitados con urgencia a dejarnos configurar con El y, con El vivir la Vida nueva de la Gracia que El nos ganó en la Cruz. Al hablar del Sacrificio de Jesús en la Cruz, ya nunca más podremos separarlo de su triunfo de la muerte y del sepulcro.

En su epístola a los colosenses San Pablo nos apremia a “poner todo nuestro corazón en los bienes del cielo” porque “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3, 1-4). No es posible que permanezcamos indiferentes a ese derroche de la Gracia y el Amor de Dios. La Pascua es, por sobre todas las celebraciones cristianas, la fiesta de todos en Cristo, en quien hemos renacido y en quien siempre nos reconoceremos como hermanos, y como consecuencia inmediata de la nueva naturaleza adquirida en la Cena y en la Cruz; como testigos y misioneros enviados al mundo como luz que disipe las tinieblas, anunciando el Reino que aquí comienza y culmina en el Banquete eterno.

Durante todo este tiempo pascual escucharemos las predicaciones del Apóstol designado como Roca visible donde el Señor resucitado edificó su Iglesia. Parte del discurso de Pedro en casa de Cornelio es proclamado hoy en la primera lectura (Hechos 34ª. 37-43), y cada domingo seremos llamados por el mismo Apóstol en sus discursos, desde el día de Pentecostés, a creer en el Resucitado; ese “creer” deberá ser demostrado con la conversión desde nuestra antigua vida de pecado a una vida nueva en la Gracia y el compromiso apostólico.

El cuarto evangelio nos muestra hoy el testimonio de la fe del “discípulo amado” ante el sepulcro vacío (Juan 20, 1-9); Juan “vio y creyó”, de la incredulidad llega a la fe plena, todo obra de la Gracia; la visión del sepulcro vacío abre paso a la luz de la fe; el Señor cumplió su promesa y mostró su divinidad. Se realiza la redención del “Hombre terreno” por el “Hombre celestial”: Dios encarnado salvando su obra predilecta; el Amor recreando su gran obra de amor. Vivamos la Pascua en santidad,  como merece ser vivida y como la merecemos nosotros, los redimidos por la sangre del Cordero de Dios.